Ayer y la semana pasada, publicamos dos (o mejor dicho, tres) decálogos de Ariel Bermani. Ayer mismo, Fernanda García Lao, también docente de Casa de Letras, publicó el siguiente texto en su blog. Nos pareció interesante reproducirlo acá, por el contrapunto que genera con los textos de Bermani.
Por Fernanda García Lao*
Aprender a escribir es una de las primeras cosas que nos enseña un extraño. En la escuela, frente al resto de analfabetos, empezamos a entender que aquellas figuras incomprensibles que veíamos por todas partes tenían un significado consensuado.
Es decir, al leer Mi mamá me ama, todos concluimos lo mismo. Y damos por sentado que aquello es verdad. X ama a su madre, y no hay por qué dudarlo.
Un poco más complejo resulta cuando X tiene un discurso ficticio, cargado de ambigüedad, atravesado por un conflicto, con una sintaxis particular, teñido de un imaginario nuevo. X logrará que cada lector reaccione de un modo diverso. No habrá literalidad ni consenso.
Pongamos que X es Gregorio Samsa.
La literatura es una tentativa, no una certeza. Es asistemática. El primer sorprendido debe ser uno. Porque -además de construir universos a partir de palabras- se requiere de cierta alquimia berreta, un encantamiento impúdico de segunda mano que logre que significantes modifiquen su sentido por contigüidad, contradicción o delirio. Y que aquello trascienda.
Sí, claro. Para escribir hay que leer. Pero no hay garantía de que eso produzca algo más que placer onanista. Usted puede ser un lector extraordinario y no por eso un escritor ídem.
Los talleres literarios sólo merecen la pena si enseñan a dudar de lo que uno escribe. A sembrar discordia entre frases, a dejar huérfana alguna yuxtaposición demasiado pretenciosa. A exponerse frente a otro. A tacharse y fracasar. Es indispensable sentarse a fracasar.
Pero eso también puede hacerlo uno estando solo. Si el taller viene con decálogo o fórmula, huya. Suele haber exceso de cordura. Y usted deberá lidiar con un montón de creyentes del sentido común en el gran malentendido. La literatura es una tergiversación de la realidad. No un mercado de ideas en anuencia.
Usted me dirá: El arte es intransferible, no así sus herramientas. Y sí, la técnica puede entenderse, pero eso no basta.
Personalmente, soy una ferviente adepta de la soledad como recurso creativo. La visito cada vez que pretendo algo. A veces, una frase inesperada se revela y puedo tirar de ella como si fuera una soga. Las sogas salvan, o asfixian. Son un riesgo.
El mejor consejo es este: no pretenda salir ileso. Un taller es un pequeño laboratorio. Los químicos provocan incendios, aunque sean probeta.
*Publicado originalmente en el blog de Fernanda García Lao.