Por Hugo Correa Luna
El cuento, por su brevedad, no puede abrir varios conflictos como la novela; necesita invertir la escasez de espacio disponible en envolver al lector en el problema inicial y su dilación.
En la medida en que el escritor se plantea escribir una historia en una extensión de, digamos, seis o siete páginas, más debe concentrarse en su tema, porque todo estará dirigido a esa captación. Ocurre, entonces que se vuelve más obsesivo, más monotemático.
Tomemos, por ejemplo, “Contestador automático”, de Liliana Heker. En él, todos los esfuerzos de sus personajes están centrados en corregir los efectos de una llamada equivocada. Parecen pensar en eso, vivir para eso. Se sustrae del relato lo que llamaríamos la carnadura de la vida, el detalle incidental, aquello que viste o amuebla el mundo de lo contado; no podríamos enterarnos de qué hacen en la semana mientras no se ocupan del conflicto central porque el relato está planteado en una extensión de tres o cuatro páginas. Entonces, para envolvernos en el problema se hace necesario dedicarse exclusivamente a él. La narradora se ducha, pero sólo para que el sonido del teléfono la saque del agua y mostrar así la urgencia, el modo en que están tomados por problema.
Es esa obsesividad, esa concentración, que no nos permite vislumbrar otros costados de los personajes, la que nos envuelve. Se cumple así aquello que decían Cortázar y O’Connor: intensidad. Un espesor compacto, inflexible, que nos impone una tensión difícil de evitar y nos sumerge en el conflicto, sin concesiones.
¿Cuáles serían esas concesiones? Quizá, sería tentador contar otras cosas que hacen a la cuestión. “El mensaje del sábado ya aportaba algunos detalles oscuros sobre el carácter de Nico; según Amanda, él también había hecho lo suyo para que esto terminara” dice la narradora, pero no se deja llevar hacia la narración de esos detalles ni a lo que había hecho Nico, porque en realidad no importa. Y, tal vez, que los escatime excita nuestra curiosidad de voyeurs.
Que la narradora se extienda en las probabilidades matemáticas de solucionar el conflicto –“Encaramos la variación simultánea de dos cifras. Para ordenar el trabajo hice un cálculo previo: hay 6.075 combinaciones posibles, sin contar las variantes por característica. A razón de sesenta llamados por día, antes de cuatro meses terminábamos”– crea un efecto de monomanía impenetrable por cualquier distracción propia de la vida diaria: sólo existe eso en el mundo.
Y es que lo monotemático del cuento no viene de preceptivas externas a él, dictadas por rétores o académicos, sino que está en su propia naturaleza, le es necesario a causa de su brevedad, si quiere conquistar al lector.
Pero hay otras formas de lograr eso, siempre ceñidas a la distancia entre el conflicto y su solución.
Si tomamos a Carver, por ejemplo, encontraremos mecanismos distintos para el mismo fin.
Pero, ¿qué hace Carver?
(Continuará)