Por Vivi García
¿Por qué cuento cuentos? Porque me gusta. Porque disfruto escuchando y contando historias, verdaderas o inventadas (creadas para la ocasión); anécdotas jugosas, o páginas leídas, o “pedacitos de vidas” escuchados… Cuento para que cada relato “vuelva a suceder” con sólo abrir la boca, para que cobre vida, y una vez más el “había una vez” se haga presente aquí y ahora. ¿Cómo renunciar al placer de volver a viajar en carroza, a juntar flores para la abuela enferma, a la emoción de besar al príncipe a través de los labios prestados de alguna futura princesa…
Comencé a narrar en una época en la que escribía mucho y frecuentaba los cafés literarios de Buenos Aires. Allí conocí a mi primera maestra de narración oral: Susana Ruiz, ella no leía lo que escribía, lo narraba, y yo observaba lo que ella generaba en los oyentes al mirarlos, al dejar contar también a su cuerpo con el gesto austero, con el silencio imprescindible… Y ella fue la que un día me preguntó: “¿Por qué no narrás lo que escribiste?”
Y me animé, abandoné la página sobre la mesa, al lado de un café cortado muy dulce y, buscando con mis ojos los “otros ojos”, conté por primera vez… Pasaron ya…dieciocho años.
Después vinieron otros maestros de Narración. Y hoy, sigo aprendiendo de mis colegas y de mis alumnos.
Cuando era chica, en mi casa no se contaban historias, sí se compraban libros y revistas. Pero yo, que era una nena muy charlatana, visitaba a los ancianos del barrio cuando sacaban las sillas a la vereda en las tardes de verano ¡y ellos sí me contaban! Todo me parecía sorprendente: las historias de cuando eran niños en España, alguna receta de cocina, algún paseo… Quizá en esas callecitas de Liniers, mi barrio de entonces, descubrí que todo puede contarse, y volverse a contar, con esa mágica alquimia que generan las palabras mezcladas con suspiros, gestos, pausas que dan ese brillo tan particular que suelen tener los relatos “sentidos”.
La narración oral se me hizo una herramienta irrenunciable en mi ámbito de trabajo: la escuela. Como maestra y bibliotecaria, estuvo presente en todas las áreas de la educación. Ninguna materia escapó a ella, todo podía ser narrado: la situación problemática a resolver, la vida de Belgrano, la evolución de la germinación de porotos que teníamos en el aula, y por supuesto, todo lo leído podía transformarse, apenas cerrado el libro, en un relato oral, sin quitarle a la lectura la importancia que ella tiene. Leer y contar son acciones diferentes y valiosísimas, por eso, aún hoy, en la biblioteca de la escuela Nº 23 del D.E. 12, “Saturnino Segurola”, en la que trabajo, ambas, Lectura y Narración Oral, conviven maravillosamente.
He publicado algunos cuentos para chicos, novelas breves; cuando egresé de ETER produje y conduje varios programas de radio, entre ellos “Requetecuentos”, que recibió el Premio Pregonero otorgado por la Fundación El Libro en 1999 por difundir la literatura infantil y promocionar la lectura desde un medio de comunicación. Por el mismo motivo, la biblioteca “Madre Teresa de Calcuta” me otorgó el premio nacional de LIJ “Hormiguita Viajera 2010”.
Desde el año 2000 enseño (y aprendo) a contar cuentos en La Manzana de las Luces y en Casa de Letras. Viajo, participo en Festivales, en las Ferias del Libro, en escuelas, salas, plazas… Sin duda, los cuentos me han calentado el alma, y la narración oral ha mejorado mi vida. Quizá, por ese motivo, titulé a mi último libro: “Los cuentos de la Buena Vida” (2007).
“La vida es sueño”, dijo Calderón de la Barca; y yo creo que la vida es cuento, también.