Por Daniel Fuster
Dice Hopenhayn en el prólogo : “Es una rara sensación de acople entre el texto que voy leyendo y mis ansias de compartir el efecto de su lectura; como si pescara algo intrépido de lo humano que aparece en lo escrito, y quisiera atraparlo antes de que se funda nuevamente en la historia… “
La presentación del libro fue en DAIN Usina Cultural el pasado jueves 5 de diciembre, y el panel estaba compuesto exclusivamente por “Libreros”, pero cabe aclarar aquí lo siguiente, transcribo los conceptos de Natu Poblet (Clásica y Moderna): “Yo creo que estamos convocados como lectores antes que como libreros“. Y el desarrollo del encuentro-presentación le dio la razón, porque hablaron de la lectura, de su intensidad, del placer de la misma, de la necesidad de compartir esas lecturas, del deseo de recomendar un libro. Alguien dijo, “La lectura es una pasión que a menudo despierta otra: la de recomendar”.
La dedicatoria que se encuentra al final rompiendo cánones literarios es otro de los detalles singulares del libro, y es por cierto muy bella:
“A mi padre, Benjamín Hopenhayn, por su cuidado de las palabras y la alegría de la lectura, in memoriam.”
El espíritu del lector está reflejado en esta poesía:
“Ah, ese frescor en la cara de no cumplir un deber/ Faltar es, positivamente, estar en el campo./ […] Respiro mejor ahora que ha pasado la hora de las citas./ Falté a todas, con deliberación en el descuido/ […] Soy libre frente a la sociedad organizada y vestida./ Estoy desnudo, y me zambullo en el agua de mi imaginación./ Es tarde para estar en cualquiera de los dos puntos/ donde debía estar a la misma hora…/ Pues bien, aquí me quedaré soñando versos y sonriendo en cursiva./ ¡Es tan graciosa esta parte lateral de la vida! […]”. Extracto del poema de Álvaro de Campos (heterónimo del poeta Fernando Pessoa) incluido por la autora en Día del lector: el nacimiento de Borges.
Noemí Bank (Librerías Santa Fé), nos trajo anécdotas de la infancia de Silvia, cuando su padre la llevaba a la librería a escoger sus lecturas. Nos cuenta la misma Silvia en La palabra que inventó María Elena Walsh. “Uno de mis libros de cabecera, en el sentido literal de la palabra, un libro que durmió debajo de mi almohada, que se cayó de mi cama, que me esperaba despierto en la mesita de luz, o sea, que siempre estuvo cerca de mi cabeza, al menos en mis primeras lecturas, fue publicado el mismo año en que nací. Dailan Kifki, de María Elena Walsh… Yo tenía algo de ese elefante y quería que ese elefante tuviera algo de mí”.
Cuando a Silvia -que realiza una columna semanal para el diario La Nación– el día anterior le preguntan sobre que va a escribir, responde invariablemente: “No lo sé”. En esas tres palabras sobreviene el porvenir, cierta esperanza, una ilusión, una sorpresa que también es una incerteza. Es como el comienzo de la lectura de un libro nuevo.