Por Sebastián Robles
“Pegame, no te hagas problema”
Empecé a tener talleres en 1979. No había mucho en ese entonces. Estaban Roger Plá y algunos otros, pero muy pocos.
A mí me dicen mucho: “pegame, no te hagas problema”. Primero, no es mi estilo pegar. Siempre hay que decir lo que una persona está dispuesta a escuchar. Porque yo puedo decirle a alguien: “mirá, tenés que hacer como Borges”. Y no lo va a poder hacer como Borges. Uno lo que hace es soplar en la dirección que el tallerista ofrece. Esto consiste, sobre todo en la gente que recién empieza, en cimentarles su confianza. A mí no me importa tanto en ese momento si está bien o mal escrito un texto, sino ir viendo por dónde va. Porque alguien que recién empieza, escribe una historia y en realidad es como un chico que dibuja una persona con tres palos, y la ve de modo realista. Lo que hay que enseñarle es a separarse de lo que hay en su cabeza, y que le agrega cuando lo va leyendo. Uno sabe lo que quiso escribir, y cree que se ve. Pero cuando se lo da a leer a otro, el otro no lee lo mismo. Y eso sí te lo va dando la experiencia, el oficio. El oficio es bueno para corregir.
Lo intransmisible
Hay cosas que no se pueden transmitir. Lo que uno puede enseñar son las técnicas: punto de vista, manejo de los personajes, todo eso. Pero hasta que el alumno lo ablande y lo moldee a su imagen, lleva tiempo. Me gusta mucho trabajar en forma individual, y por supuesto es algo totalmente distinto porque se arma un clima de laburo más íntimo, y de mayor intimidad con la obra. Vas creándote códigos con el otro, que son muy útiles. A mí siempre me dicen “vos tenés que escribir un libro sobre los talleres”. Es muy difícil, porque termina pareciendo una receta.
Función de los talleres
Alguien que quiere ser escritor, si existe eso (uno es escritor mientras escribe), es decir, alguien en cuyo proyecto de vida está tramada la escritura, no obtiene todo de las técnicas. Es más: las técnicas pueden aprenderse en un librito cualquiera. Si alguien quiere ser escritor, los talleres son bárbaros porque se genera un clima, se comparten lecturas, se dicen muchas cosas que no se dicen, a veces hay mucho en lo no dicho. En ese sentido va aspirando como esponja. Con el taller, tu formación se acelera de dos años a un mes. Pero hay algo que el taller no te da. Y no es el talento, porque eso por supuesto que no te lo da. Me refiero a la actitud hacia lo literario. En los talleres a veces viene alguien y me pregunta: “¿escribo bien? ¿puedo publicar?”. Y los criterios editoriales son tan distintos de mi criterio, que yo no sé.
Lo que hay que enseñarle al alumno es a separarse de lo que hay en su cabeza, eso que le agrega al texto cuando lo va leyendo. Uno sabe lo que quiso escribir, y cree que se ve. Pero cuando se lo da a leer a otro, el otro no lee lo mismo. Y eso sí te lo va dando la experiencia, el oficio. El oficio es bueno para corregir.
Los escritores profesionales
A mí no me gusta nada cuando me dicen “sos un escritor profesional”. Odio esa idea. En primer lugar porque nadie vive de la escritura acá. Y en segundo lugar porque está relacionado con las profesiones liberales, y yo creo que hay algo más que eso. Escritor profesional puede ser Bucay también. Yo creo que tiene que ver con el proyecto de vida. Yo no vivo de mis novelas.
La literatura de imaginación
Yo veo que hay una especie de reticencia a la literatura de imaginación. Pero una reticencia en la que parece que sólo pudieras escribir sobre tu actualidad y tu entorno inmediato. Que no pasen cosas muy extraordinarias porque esas cosas no les pasan a las personas. Que no uses algunas palabras que la gente no usa. Yo decía en Facebook: “para leer un libro que está escrito como habla la gente, prefiero escuchar a la gente”. Y hay otra cosa: la gente cuando habla usa un vocabulario reducido a unas cuatrocientas palabras, pero también entiende otras que no están en ese vocabulario. ¿Por qué no explorar la lengua mucho más? Es como la computadora: uno sabe que usa sólo el 10% de su capacidad. Con la literatura hay que usar, no digo todo el potencial de la lengua, pero al menos explorarlo. Y eso significa, a veces, ir por zonas extrañas. No quiero decir usar palabras difíciles, sino otra cosa. Explorar más el matiz de las palabras.
La literatura europea
Yo creo que hay una diferencia generacional, que se armó en determinado momento que no sé cuándo fue. Mi generación estaba con los ojos más puestos en la literatura francesa, europea. Y hoy el parámetro está más en la literatura norteamericana. A mí en general la literatura europea me interesa mucho más. Me interesa la desconfianza profunda en la lengua que tiene la literatura francesa. El narrador nunca está diciendo todo lo que tiene para decir. Entonces busca, da vueltas. En cambio en la literatura norteamericana hay una especie de confianza en la transparencia de la lengua. Como si la palabra “cigarrillo” te llevara al cigarrillo directamente. Los ingleses también tienen una gran confianza en el narrador. Amis, Ishiguro. En cambio Philip Roth, que es norteamericano, escribe una novela sólo con diálogos, sin acotaciones. Y a mí me gustan las vueltas de la lengua.