Por Sebastián Robles
Cabos sueltos, publicado este año por el Grupo Alejandría, es el título del último libro de cuentos de Edgardo Scott docente de Casa de Letras y autor de las novelas No basta que mires, no basta que creas (2008), El exceso (2012) y el libro de cuentos Los refugios (2010).
Se percibe en los cuentos de Cabos sueltos una fuerte experimentación con la voz del narrador. En el cuento “Hemingway”, por ejemplo, el narrador es el albacea de un escritor que se acaba de suicidar, cuyo cuento aparece reproducido inmediatamente después (narrado, a su vez, en primera persona). ¿Este es un efecto buscado a lo largo de todo el libro?
En la literatura que no es conceptual, me parece que el narrador sigue ocupando un lugar clave. Como si algo de la épica y también de la lírica, es decir, de nociones que son casi constitutivas de la literatura, se filtraran aun hoy en esa figura. La fe (“confianza” dice Chitarroni, pero yo prefiero “fe” porque le da un mayor misterio) que la literatura ha perdido, y que se ha llevado el cine y las series, creo que todavía resiste en la figura del narrador. Es cierto, no fue un efecto buscado, pero sí encontrado. Tal vez a partir de la idea de que eran cuatro relatos muy distintos; que sólo en sus diferencias se parecían. Y en un determinado lenguaje que el narrador articula.
El título Cabos sueltos remite a algo fragmentario, inconcluso. Esta sensación se refuerza con la cita de Saer elegida para el comienzo: “-Los pedazos –dijo-. No se pueden juntar”, y con el tono de la mayoría de los relatos, que narran situaciones que parecen formar parte de una historia mayor, de la que poco se sabe. ¿Cómo se articula este libro de cuentos con tu proyecto narrativo, en particular con la novela “El exceso”, publicada el año pasado?
Cabos sueltos tuvo algo de “libro por encargo”, porque había un límite claro: 60 páginas (el que tenían todos los libros de la Colección Alejandría) y un límite propio: quería publicar cuentos, relatos que estaban “sueltos”, que no pertenecían a un libro de relatos. Hace no mucho, en una entrevista por El exceso (que también tiene algo inconcluso y fragmentario, como decís), me preguntaron si en eso no era “femenino”, como si algo de los fragmentos, de cierta narración dislocada fuera una posibilidad más frecuente en las escritoras. Me resultó un halago, me gustó la idea. También supongo que tiene que ver con las posibilidades de mi imaginación, en tanto suelo imaginar escenas, fragmentos, y que trato de no forzar después las conexiones. En eso, al dejarme guiar por la escritura; es la escritura la que va descifrando o destejiendo esas escenas. Entonces se puede generar algo fragmentario o inconcluso, pero también –espero- una mayor tensión de lenguaje. Un suspenso que no dependa de la trama.
Saer, Wilcock, Hemingway, Sebald, Bioy Casares, entre otros. El abanico de referencias de escritores en Cabos sueltos es amplio y variado. ¿Te sentís reflejado en otros escritores de tu generación? Si es así, ¿en cuáles?
Trato de tener una plena conciencia de mi generación: eso significa que los leo, los sigo, pienso en lo que ellos hacen y en lo que yo hago. En algunos casos (los más difíciles) trato de aproximarme buscando mi propia forma y materia, y en otros casos es más sencillo porque me orientan hacia lo que no quiero o puedo ir. Pero tengo muy presente lo que hacen Oliverio Coelho, Ricardo Romero, Funes, Hernán Ronsino, Federico Levín, Selva Almada, Andrés Neuman, Mariana Enríquez, Federico Falco, Sebastián Hernaiz, mis compañeros de Alejandría, en fin, podría seguir. Después, hay hábitos de lectura que van cambiando, aunque por lo general, y a diferencia de lo que le ocurre a mucha gente, yo leo sobre todo literatura argentina. La literatura argentina y la literatura europea son mis dos grandes tradiciones de lectura.
Cabos sueltos fue publicado por el Grupo Alejandría al mismo tiempo que Apuntes de taxidermia de Yair Magrino, Bendita desgracia de Clara Anich y Construcciones de Nicolás Hochman y Leticia Paolantonio. ¿Podés contarnos un poco más acerca de este proyecto editorial?
Sabés que cuando salieron estos libros mucha gente nos felicitaba porque comenzábamos una editorial. Y nosotros nos la pasábamos aclarando que no. Sin embargo, recapitulando, me di cuenta de que en estos años habíamos editado ya seis libros. O sea que si bien no somos una editorial, tenemos un berretín editorial, medio negado, pero bastante activo. En verdad, esta colección fue un gusto que nos quisimos dar. Una de esas alegrías internas que tiene y necesita cualquier grupo.