Por Cecilia Sorrentino
En abril de 1983, Eudora Welty (1909-2001) ofreció tres conferencias en Harvard cuya recopilación fue publicada en castellano con el título: La palabra heredada (Impedimenta, 2012). Se trata de un bellísimo y lúcido relato de recuerdos, aprendizajes, memorias familiares y acontecimientos que, desde la perspectiva de sus 75 años, Eudora comprende que la formaron como escritora.
La memoria, dice en las primeras páginas, es “mi tesoro más preciado, tanto en mi vida como en mi obra de escritora”. La escritura de un relato es un descubrimiento que comienza por algo particular, un hallazgo que surge de visiones retrospectivas. “Flechas que ahora descubro que he dejado a mis espaldas” y que el presente recupera desde una nueva perspectiva.
Como tantos artistas, Eudora Welty reconoce en la memoria la fuente profunda de su obra. La fuerza creadora que cada vez ilumina en lo que guarda, algún misterio de los que está hecha cada vida.
En coincidencia con su pensamiento digamos que la trama de lo vivido que es nuestra experiencia se construye narrativamente. Estamos hechos de tiempo que cobra sentido cuando se convierte en experiencia, es decir, cuando lo contamos y nos lo contamos.
Las versiones de lo vivido que hemos creado o hemos heredado y que son nuestra memoria, también son el suelo originario desde el que la percepción se abre al descubrimiento y la imaginación, hacia la invención de “mundos”.
De su infancia en la casa familiar Eudora recuerda: “crecimos acostumbrándonos al tic tac de los relojes. En el vestíbulo se alzaba un reloj de roble, de estilo misión, que propagaba sus campanadas… A lo largo de la noche las campanadas se abrían paso hasta nuestros oídos; a veces nos despertaban a medianoche, mientras dormíamos al fresco, en el porche. En el dormitorio de mis padres otro reloj de mesa, más pequeño, le contestaba… Esto debió ser bueno para la futura escritora de ficción que latía en mí, capacitándome para entender de manera tan intensa, y casi en primer lugar, todo lo relacionado con la cronología”.
Esos detalles en los que el tiempo “se deja ver” resultan potencialmente literarios porque escribir un relato es descubrir una secuencia dentro de la experiencia, un súbito modo de “tropezar con las piedras de las causas y los efectos” y de avanzar entrelazando descubrimientos y recuerdos. “A medida que descubrimos, recordamos y al recordar, descubrimos también”, dice.
El padre de la pequeña Eudora tenía sobre el cielo y el clima la sabiduría propia de quienes se criaron en el campo. “Se asomaba al porche, deteniéndose bien temprano en uno de los peldaños; echaba un vistazo y husmeaba el aire”. Apartaba a los niños de las ventanas si preveía tormentas eléctricas. Consultaba su barómetro. Enseñaba a sus hijos a orientarse mirando el cielo si se perdían. Estimulaba en ellos el desarrollo de una intensa “sensibilidad metereológica”.
De los sentimientos que despertaba aquella atención hacia la atmósfera y las conmociones climáticas nació, mucho después, el relato titulado Los vientos:
(…)La madre separó a los niños con un pequeño empujón; su comportamiento no era propio de ella.
Luego la madre y el padre se sentaron frente a frente en las sillas de mimbre. Estaban esperando.
—¿Es una cena a la luz de la luna? —preguntó Josie.
—Es una tormenta —respondió su padre. Siempre contestaba a sus preguntas en tono formal con una especie de profunda cortesía, independientemente de que fuera de día o de noche—. Es el equinoccio.
Al oírlo Josie dio un brinco, corrió hacia la ventana y miró afuera.
—¡Josie!
Esta mirada hacia las fuentes de su escritura ha llevado a E.W. a reconocer la presencia de ciertas estructuras que se repiten en su obra sin que ella misma lo perciba mientras escribe. “No habría modo de saberlo, dice, pues cuando me embarco en la escritura de un relato no existe ningún otro en perspectiva”. No obstante, “cada escritor ha de averiguar por sí mismo, sobre qué extraña base descansan sus creaciones”.
Continuaremos abordando las fuentes de la escritura de Eudora Welty en próximas entregas de esta columna.