Por Sebastián Robles
El western
El western es moralista. Con las mujeres, sobre todo. Hay reglas morales sobre lo que tiene que ser un hombre. Me gusta el antihéroe solitario. En realidad yo hago westerns, pero son más paródicos. Está el tipo que resuelve todo, que es valiente y arriesga su vida permanentemente. Basilio Bartel, el protagonista de Leer y escribir, es un cobarde que no puede resolver nada, no puede hacer nada con su vida, pero tampoco puede relacionarse con los demás. Como el pistolero. A mí me encantaría escribir un western, pero me parece que es muy difícil pensar en héroes en esta época. ¿Cómo hacés para imaginar situaciones heroicas? No podés. Entonces hacés una parodia de eso.
Vivir una aventura
A mí me interesa la problemática de los personajes, especialmente esos personajes a los que les cuesta adaptarse a la vida social. Que tienen dificultades para relacionarse con los otros, para tener una familia. Esos me gustan. Me salen naturalmente.
También me gusta que los personajes salgan a vivir una aventura y que lo que les pase sea nada, prácticamente. Se quedan con la sensación de que vivieron una aventura, de hecho Bartel piensa que vivió una aventura, que se transformó en otro. Y le pasaron un montón de cosas en relación a lo que le pasaba habitualmente. A mí ese esquema me gusta. El viaje. De hecho eso también está en relación con el western. El pistolero cabalga solo. Mis personajes viajan en tren solos. Es el mismo modelo pero adaptado al viaje entre el centro y el conurbano. Es una lógica parecida.
En Leer y escribir el viaje es del centro a la periferia y después otra vez al centro. En Veneno es de la periferia al centro y de vuelta a la periferia. El día en que cumple cuarenta años –acaba de morir la madre–, Veneno se toma el tren y se encuentra con una chica que conoce desde que tenía doce años. Empieza a seguirla, se pone a hablar con ella, medio que se la quiere levantar, y la acompaña a reconciliarse con su marido en la Boca. Siempre es el viaje.
“Un cohete para llegar al cielo”
Yo viví hasta los 21 en Burzaco. Después estuve en Caballito, diez años en San Telmo, en Barracas, un año y medio en Avellaneda y tres años en Glew, que fue la vuelta al conurbano. Ahí escribí una novela que se llama Furgón, que no publiqué. Fue mi reencuentro con el conurbano, con los viajes y con los personajes del tren. Yo había perdido contacto con todo eso. Me sorprendió lo que era el tren. La empecé a escribir cuando escuché a un pibe que estaba ahí, descalzo y en cueros, que es una manera habitual de viajar en furgón. Yo me había mudado hacía poco y estaba por llegar la Navidad. Y él le dijo a otro: “capaz me ato un cohete para llegar al cielo”. Esa fue la frase que disparó la novela.
“La vida es un tesoro”
Escribo con más o menos regularidad, sobre todo novelas. Me contrataron para hacer un libro unos japoneses de Florencio Varela. La idea era recuperar las historias de los viejos de la colectividad. Fue algo que nunca había hecho, porque tenía que trabajar con historias felices. De hecho me habían pedido que no cuente conflictos, intimidades, ni cosas tristes. Fue la primera vez que no escribí sobre personajes quemados, ni nada por el estilo. Estaban viejos, nomás. El libro se llama Inochi Wa Takara, que quiere decir “La vida es un tesoro”.
Leer y escribir
La primera novela que escribí fue Leer y escribir en 2003. Antes escribía cuentos. Y la escribí rápido, en cinco semanas, porque si no, tenía la sensación de que nunca la iba a terminar, como ya me había pasado antes. Un capítulo por día, una página y media por capítulo. Trabajé con un personaje central. Encontré un sistema que me funcionó. En novelas posteriores probé algo más mezclado.
Con esa novela obtuve una mención en el premio Clarín así que tenía una chance de publicarla, pero no conseguía editor. Me reencontré con Damián Ríos, a quien no veía desde la época en que yo me fui de vacaciones y lo dejé cuidando mi casa. Cuando volví estaba todo prendido, él no estaba y no lo vi por dos años. Eso le pasó a Bartel en Leer y escribir y también me pasó a mí.
Yo le pasé la novela a Damián, a él le gustó y se publicó dos años después en Interzona, en febrero de 2006. Estuvo bueno porque justo ese año yo gané el Emecé con Veneno, que salió en mayo. Eso me dio una pequeñísima visibilidad, que yo no tenía en absoluto. De alguna manera, me sentí un escritor. Pero también me inhibió. Fue extraño. De hecho después no publiqué por un tiempo.