Por Vivi García
¡Vaya uno a saber adónde va la mujer de la foto con su hijo en brazos! Cada vez que observo una escultura que refleja una escena similar, pienso en las madres que llevan a sus niños a la escuela o a la guardería con apuro, con ardor, y antes de dejarlo en manos de la maestra, lo arropan, le arreglan el pelo, controlan que las galletitas para la merienda estén en la mochila… Me vinieron, al contemplarla, mis propias corridas de otrora y las que cotidianamente veo en las calles de mi ciudad: un niño de la mano de su mamá, otro cargado sobre la cadera, y la prisa por entregarlos a la escuela (bendita casa) y por llegar al trabajo para cumplir con otras obligaciones.
Cuando un escultor se propone crear una maternidad, para inmortalizarla, actualizarla, evocarla, les está rindiendo homenaje a todos los seres que cumplen la imprescindible tarea de ayudar a crecer, a ganar autonomía, a conocer el amor.
Esta obra la descubrí en Villa de Merlo, San Luis, en un parque llamado “Barranca Colorada”. No figuraban los nombres de la obra ni de escultor. ¡Qué pena!
Tomé la foto y la comparto. ¿Qué mejores brazos pueden existir que los que cumplen la bella misión de sostenernos cuando nos asomamos a la vida?
Sin dudas, los brazos del corazón.