Por Cynthia Rimsky
Me entero por el escritor Emilio Gordillo y el camarógrafo Jorge Reyes Corral que los habitantes de los cerros asolados por el incendio están levantando mediaguas. En vez de lamentarse y esperar de brazos cruzados la ayuda del gobierno, que discute a puertas cerradas qué hacer en Valparaíso, han decidido tomar la solución en sus manos. Vuelven a construir en el mismo lugar donde estaban sus casas, sus cosas, sus fotografías, sus ollas, sus recuerdos, sobre las cenizas de la vida que llevaron, levantan la vida que van a llevar.
Saben que lo más probable es que una solución habitacional del gobierno los lleve a vivir en los extramuros, sin locomoción, y nada que les recuerde que viven en una ciudad. No necesitan gastar dinero en un periódico para enterarse de que las viviendas sociales, si es que las construyen, se desplomarán al primer terremoto, como ocurrió en Alto Hospicio, y que de todas maneras no llegarán los camiones de basura, el agua potable, la electricidad; no limpiarán las quebradas y vivirán entre basurales clandestinos.
Los que poseen títulos de dominio temen que las constructoras, asociadas con el Estado, construyan en el lugar departamentos minúsculos con materiales peores que los que ellos emplearon en levantar sus viviendas, al doble de precio, y que les significará una deuda de por vida en edificios sin áreas verdes, que no pueden ser administrados de forma central, por cuanto muchos de los vecinos no tienen dinero para pagar los gastos comunes; y que terminarán deteriorándose como ya ocurre.
Los pobladores que perdieron sus casas no creen que un incendio más va a cambiar radicalmente las cosas. ¿Por qué ahora que son 1000 o 2000 y no antes que se incendiaron 200 o 300 van a construir una solución al problema de la vivienda, de la infraestructura y del desempleo en Valparaíso? Han visto pasar, según CIPER Chile, a cinco alcaldes e igual número de intendentes, de todos los colores políticos, y en todos sus mandatos hubo una acusación fallada o pendiente de malversación de fondos; dinero que no llegó a los pobladores y que se desvió para pagar favores políticos.
La actitud de los grandes empresarios se puede resumir en la de Horst Paulmann quien, anticipándose al hecho de que los pobladores que lo perdieron todo, tendrán que volver a comprarlo todo, ofrece a página completa en el periódico créditos de consumo o la de Esval que anuncia en otro periódico la condonación de la deuda del agua en circunstancias de que nunca tuvieron agua potable y que en los grifos -obligatorios- no la hay o a tan baja presión que no sirvió a los bomberos. De los medios de comunicación ni hablar, se han presentado solo hasta hoy 132 denuncias ante el CNTV por la cobertura del incendio. TVN, el canal de todos, lidera las quejas con 85 denuncias.
Pero de esto se habla en toda catástrofe ocurrida en Chile en los últimos años. ¿Cuál es la novedad de Valparaíso? Esta vez la solidaridad no se limitó a poner dinero en una cuenta corriente o a donar ropas inservibles; son miles de voluntarios, mayoritariamente jóvenes, los mismos que participan en las protestas estudiantiles, quienes suben a los cerros a ayudar. Buses de locomoción colectiva que llevan gratis, camiones con frutas y verduras de los feriantes, pescadores que donan merluzas para los almuerzos, pequeñas empresas que han acudido a ayudar con lo que realmente se necesita para levantar las casas. ¿Y el gobierno? Anuncia un bono de 200 mil pesos que solo se puede gastar en un retail cuyos propietarios ya anotaron en el haber las ganancias que tendrán.
La otra gran diferencia es que Valparaíso existe independiente del Estado, cualquiera sea su color político. La vida de los porteños lleva muchísimos años pasando por fuera. La reconstrucción que los pobladores toman en sus propias manos demuestra que las familias pueden construir su propia casa, ellos o los cientos de albañiles vecinos; que si el Estado diera un bono de construcción aumentaría el empleo digno y con salarios justos; que si el estado entregara a los urbanistas y a los ciudadanos organizados la planificación de la ciudad, habría calles, plazas, centros comunitarios; que si el Estado entregara el dinero a las micro empresas habría un comercio justo; que si entregara el dinero a las organizaciones sociales, las quebradas estarían limpias y los fondos no se desviarían a los bolsillos de los políticos; si ocurriera, las organizaciones tomarían medidas porque sería un cara a cara con el vecino.
Valparaíso está demostrando que una frase, que me causó risa en una manifestación en Buenos Aires; una risa nerviosa, entre incrédula y romántica, es posible: “La organización es lo único que vence al tiempo”.