Estoy en un cumpleaños. Sobre la mesa casi una docena de platillos con manjares que me evocan los appetizers turcos, capaces de atiborrar una mesa con diminutos platillos con insospechados menjunjes. Esta noche hay arengue, salmón, queso crema, berenjenas, pimentones asados, quesos brie, camembert, aceitunas verdes y negras, pastrami… me armo el segundo canapé cuando una asistente, conocida chef, pregunta a la dueña de casa en cuál tabla cortó los ingredientes. “En la de siempre, la de madera”, contesta ella.
Y aprovecho de comentar que una de mis pertenencias más queridas es la tabla de cortar de madera combada en el centro que heredé de mi abuela. El escritor Scholem Asch cuenta en sus novelas que al emigrar a América su madre llevo consigo las viejas ollas de la familia y como en la crisis del año 29 no tuvo nada qué echar adentro, ponía a hervir agua y la olla soltaba el sabor de todos los caldos cocinados allí desde tiempos inmemoriales, y el agua se convertía en una sopa. Lo mismo ocurre con la tabla de mi abuela, digo, sin embargo, la chef insiste en que con las nuevas bacterias que traen los alimentos no es conveniente utilizar tablas o platos de madera. Perdón, no dice que es inconveniente, nos ordena tirarlas a la basura ya mismo.
La chef pasa de las bacterias a la forma en la que crían a los pollos y las vacas, que ahora se comen su propia mierda; a los insecticidas en las verduras y frutas, a los excipientes, conservantes, colorantes… Para cuando me dispongo a escoger el contenido de mi tercer canapé, los apetitosos menjunjes se me aparecen como puras asquerosidades. Escucho que de las grasas saturadas pasan a la proliferación de enfermedades autoinmunes, todos los que están en la mesa conocen a alguien que padece algún tipo y que gasta enormes sumas de dinero en medicamentos que los hacen padecer más o menos que la enfermedad, ya nadie nadie. Intento decir que no consumo conservas, bebidas, pollo, sí muchos vegetales, pero la chef afirma que ni siquiera los veganos se salvan porque por muy orgánicas que sean las huertas están rodeadas por tierra bombardeada con pesticidas y semillas genéticamente modificadas. Y si no fuera por eso, está el aire, también contaminado con partículas cancerosas.
Aunque a la medianoche, llegamos incluso bailamos a Pink Martini, no puedo dejar de pensar en que existe una alta posibilidad de contraer una enfermedad auto inmune y malvivir de tratamientos carísimos. Al día siguiente es la marcha de los estudiantes contra el lucro en la educación. Me levanto y voy a la cocina para preparar café y cortar la fruta matinal, miro la table de madera en la que mi abuela y mi madre prepararon todas las comidas de la familia y no sé qué hacer. ¿De qué nos sirve tener educación gratuita si nos estamos enfermando por causa de quienes lucran con la alimentación? Son las grandes corporaciones, como Monsanto, pero también otras de marcas menos conocidas. Todos lucran con los alimentos aunque saben que así envenenan gente. Nos han hecho creer que, debido al aumento de la población, dejó ser eficiente el antiguo sistema de producción a través del cual pequeñas empresas, campesinos, cooperativas o grandes empresas con sindicatos fuertes e informados, fabricaban alimentos más sanos que los actuales. Porque el interés de una avícola no es producir más para cubrir las necesidades del aumento de la población sino abaratar los costos para aumentar el lucro de sus propietarios que, además son dueños o socios de las empresas fertilizantes, excipientes.
Lo mismo ocurre con la industria farmaceutica, con la medicina, con la tecnología, toda la producción está enfocada a conseguir más y más lucro a costa de enfermar, marginar, matar. La bandera contra el lucro no puede ser solo en la educación. Es curioso. Tras la caída de los socialismos reales, los movimientos anti capitalistas se quedaron sin banderas. La constatación creciente de que este sistema solo lleva a una desigualdad cada vez mayor, ha generado su propia alternativa: la lucha contra el lucro. ¿Será posible que si se logra desbaratar el lucro podamos acceder a una justicia que no se logró con las banderas del marxismo? ¿Y con qué se reemplaza el lucro? ¿Con deseo tal vez? En vez de llenarse de dinero, producir un bien o un servicio para llenarse de placer uno y entregar placer al otro. ¿Será ese el cambio que viene? Miro la tabla de cortar de madera combada en el centro de mi abuela y digo: no, la tabla no.