Por Edgardo Scott
Debe ser una asociación libre e ilícita por conflictos con mi madre (inconsciente: todo lo ilícito y espontáneo es inconsciente al fin); o porque hace unos días volví a ver Gatica; o porque di un curso sobre cuento y entonces hablé sobre la “alusión”, o porque encontré “por casualidad” ese libro de Perlongher, buscando otros libros de Perlongher. El caso es que tengo esos dos textos a mano y de golpe la tengo a Eva rondando la escritura en estos días. O a Evita. (Todo sin olvidarnos del todavía nuevo y todavía polémico billete de cien pesos. Porque –dicen las estadísticas imaginarias– dos de cada tres personas no pueden dejar de añadir algo cuando entregan o reciben un billete de cien pesos con su figura.)
Los dos relatos trabajan con algo más importante que Evita, o al menos más poderoso y presente: su representación. Así, en Esa mujer de Rodolfo Walsh, Walsh toma el entonces cuerpo secuestrado y escondido de Eva, como si fuera un revólver cargado en el primer cajón del escritorio. Escala país. Walsh sabe que un cuerpo, como nos enseñaron desde Sófocles a Sade, desde Foucault a Bataille puede llegar a ser lo más valioso, lo más violento. Ni que hablar del cuerpo de alguien cuya representación y hendidura en el discurso ya está operando. En Esa mujer Evita es un talismán. Un talismán, un crucifijo, un signo: una prueba de fe para la ansiedad de fieles y caníbales.
En Evita vive, Perlongher trastorna y enriquece el cariz de Eva Duarte como abanderada de los humildes. Evita es una mujer de la vida en ese relato. Un bello fantasma, pero un fantasma demasiado carnal, un fantasma con rodete deshecho que retorna y se ofrece gozosa y directa en un mundo de travestis, adictos y toda suerte de mestizaje.
A veces causan gracia las biografías, los informes, los documentales. Sobre todo cuando parten de premisas e ignorancias disfrazadas de grandes interrogantes como ¿quién fue Evita? O, más solemnemente: ¿Quién fue en verdad Evita? Habría que preguntarles, con gesto también solemne, ¿y usted sabe quién fue en verdad el padre de su vecino?, ¿y usted sabe en verdad quién es usted?
Promesa política. En estos dos cuentos, querido lector, usted podrá por fin descubrir quién –o mejor, qué– fue, y sobre todo qué es Evita. Qué es Evita en realidad. Y lo descubrirá a la manera budista, en acto: Evita es un relato. No sólo uno; muchos e intensos relatos. Y para este diario, dos magníficos relatos de la literatura argentina.