Por Javier Vernal
En tiempos en que podemos cargar más de mil libros en un dispositivo de lectura electrónico, y en que a partir de una simple búsqueda por un autor en internet surgen decenas de recomendaciones no sólo sobre qué leer, sino relacionadas con todo tipo de mercados, recorrer librerías de usados continúa siendo una buena manera de encontrarnos con obras y escritores olvidados.
Es el caso de Todos los animales pequeños y de su autor, el escocés Walker Hamilton. Publicada en 1968, y luego ignorada durante décadas, esta breve novela fue reeditada en Escocia en 2012, el mismo año en que un ejemplar de su edición española de 1999 aguardaba por un lector sobre una mesa de una librería de usados de la Av. Corrientes.
El libro cuenta la historia de Bobby Platt, que al escapar de la crueldad de su padrastro conoce al señor Summers, un hombre solitario y misterioso dedicado a enterrar animales muertos que encuentra al costado de la ruta. Ambos comparten un pasado de desdicha y el amor por todas las criaturas de la naturaleza. Bobby, puro e inocente, tiene la mente de un niño a pesar de sus treinta y un años, y desconoce el terrible secreto que guarda el señor Summers, que los llevará a vengarse de su padrastro.
En Todos los animales pequeños, Walker Hamilton narra la convivencia de dos seres que desde una perspectiva contemporánea serían vistos como perdedores y desajustados – al igual que los animales que entierran – tanto por sus características propias, como también por la actividad con que consiguen darle un sentido a sus vidas, considerada inútil en un mundo que gira en torno de fines cuantificables y lucrativos. No solo recorren decenas de kilómetros enterrando animales muertos, efectos colaterales del progreso, sino que intentan evitar la muerte de seres tan insignificantes como mariposas y caracoles.
Walker Hamilton murió a los 34 años, seis meses después de haber publicado Todos los animales pequeños y el mismo día en que terminó su segunda novela. La historia de Bobby Platt y el señor Summers nació durante un paseo de Hamilton y su esposa Dorothy. Mientras caminaban por el campo, ella se detuvo para sacar del camino un ave muerta, que colocó con cuidado a un costado. Más de cinco décadas después, Dorothy contaba que todavía conseguía recordar la mirada de Hamilton y su silencio al volver a casa, donde de inmediato comenzó a escribir la novela.
Vivimos tiempos de máxima utilidad, en que todo lo que hacemos debe tener un objetivo inmediato práctico. Todos los animales pequeños nos muestra que hay ciertas cosas que son un fin por sí mismas, como la breve amistad entre Bobby Platt y el señor Summers, y su amor y compasión por los seres vivos que los rodean. Ellos resisten en un mundo indiferente y hostil que intentan mejorar. En definitiva, la novela de Hamilton nos recuerda que somos libres, ya sea para escribir libros cuyos personajes entierran animales muertos que yacen al costado de la ruta, o simplemente para leerlos e intentar no olvidarlos.