Por Cynthia Rimsky
Anoche vi en Youtube el primer capítulo de Ecos del desierto, la historia de La caravana de la muerte; el grupo de militares comandados por el general Arellano Stark que asesinaron a los prisioneros políticos detenidos en el norte del país, entre ellos, a Carlos Berger, esposo de la abogada de Derechos Humanos, Carmen Hertz, quien es la protagonista ficticia de la serie. Tal vez por estar fuera de Chile, la distancia me jugó una mala pasada y, en vez de emocionarme con esta silenciada historia que por primera vez llega a una ficción de un canal, recordé mi historia laboral en la TV.
En vez de seguir los parlamentos de los actores que encarnan a los malvados militares, al duditativo, a los idealistas jóvenes de izquierda, a la madre conservadora de clase alta, vi los agregados destinados a morigerar el contenido político, las acciones para atrapar la atención, como la tapa del lápiz Bic roja en el helicóptero; el vuelo del helicóptero que la joven ve como un augurio; las explicaciones por si el auditor hace zapping, para que cuando vuelva no se pierda; la necesidad de que los buenos no sean tan buenos y entre los malos hayan menos malos; las escenas nostálgicas, como cuando la joven chupa la manguera con bencina, para que los auditores se identifiquen; la necesidad de poner el tanquetazo como un preclímax que mantenga la atención para que el televidente no se cambie de canal aunque podrían haber puesto cualquier cosa; todas las negociaciones, renuncias, humillaciones, concesiones que hicimos los que alguna vez trabajamos para producciones de TVN durante estos 23 años.
No es un problema de Andrés Wood, el director, sino de la forma cómo lleva trabajando la TV en los últimos 23 años. En TVN (el caso que más conozco) el asunto comenzó cuando un grupo de militantes de la Concertación se propuso cumplir con el mandato neoliberal y convertir a TVN en un canal que ganara dinero y con el más alto rating. No tuvieron una duda, no escucharon una opinión disidente, no aceptaron matices. Como la cultura, el canal de todos, la participación, no otorgaban ninguna de las dos cosas, había que hacer que los pocos contenidos culturales, informativos, educativos, “vendieran”. Metieron la historia de TVN, las experiencias internacionales de Tv pública, la lucha popular por recuperar la democracia y el derecho a la libertad de expresión, al fondo de un cajón, y sacaron un grueso manual de la televisión yanqui.
En esos años trabajé como guionista y editora y tuve que presentar los guiones al ejecutivo de turno de TVN. Había uno que se rascaba las bolas (literalmente), se quedaba dormido y, cuando despertaba con un balazo o un grito, se dedicaba a tirar chistes de doble sentido o a seducir a las jovencitas, De esa oficina salí con guiones llenos de tachaduras y comentarios como: lento, aburrido, apura la acción, saca las ideas, pon balazos, más drama, repite cada cinco minutos porque hacen zapping y los televidentes que son tontos se pierden, se tiene que parecer más a las seriales americanas, etc etc. No fui la única. Talentosos directores como Cristián Leighton, Claudio Marchant, Pablo Perelman, Magaly Meneses y una lista interminable, sufrieron las mismas humillaciones, censuras y faltas de respeto. En vez de dedicarse a crear, se tuvieron que enfrentar al dilema ético de aceptar las opiniones de estos ejecutivos o salir del canal de todos con la dignidad intacta y los bolsillos vacíos.
Ni siquiera existía el alivio de contar lo que ocurría porque no volvían a encargarte un programa. Esta fue la forma de trabajar en TVN durante la democracia. Ceder, ceder y ceder hasta que de la idea original quedaba el cartón piedra, los contenidos deslavados, huecos, sin verdad. La historia de mi generación es la historia de cómo la generación anterior, que nos introdujo en la lucha contra la dictadura, que nos transmitió la épica de la Unidad Popular, una vez que llegó al Estado censuró, recortó y nos amoldó a lo posible y conveniente. En el camino fuimos perdiendo la convicción, la fuerza, la ética, pero sobrevivimos.
Anoche, cuando vi Ecos del desierto de Andrés Wood, no solo vi los asesinatos, las pérdidas, los cuerpos desaparecidos, vi nuestra propia desaparición, nuestro dolor, nuestro silencio, nuestra aparente rendición.