El 30 de julio de este año se realizó en el Club Cultural Matienzo de la ciudad de Buenos Aires el festival “Luz de agosto” de Casa de Letras, que contó con las lecturas de doce alumnos de todos los cursos y niveles de la escuela. A partir de hoy, todos los viernes presentaremos, por orden de lectura, los cuentos leídos junto con una breve entrevista a sus autores. En este caso se trata de Alberto Chaile, alumno del nivel II de la carrera de escritura narrativa en la Escuela de Escritura Online de Casa de Letras.
¿Cómo fue el proceso de escritura del cuento?
Lo escribí como parte de la consigna “Don Quijote sale a destapar cañerías”, que nos propuso Ariel Bermani en el curso de Narrativa I . Debíamos elaborar un texto cuyo narrador omnisciente usara un lenguaje artificial, incluso arcaico, pero que le aportara al texto la coherencia necesaria. Tengo como práctica leer siempre primero la consigna y después leer la unidad temática y muchas veces me pasa que, mientras voy leyendo lo teórico, van apareciendo en mi mente las primeras ideas de cómo abordar el ejercicio.
Cuando terminé el primer borrador de mi Quijote, tuve la sensación de que el personaje había estado esperando que lo narrara, que tenía un poco de eso que sentimos los que escribimos: que muchas veces, cuando lo hacemos, es como si estuviéramos perdidos en medio de la nada, justificando un trabajo que para los demás no tiene sentido. El primer texto era un solo bloque, sin puntos y aparte. Después vinieron las siempre pertinentes correcciones de Ariel y otras que acostumbro hacer cada vez que releo alguno de mis textos.
¿Era la primera vez que leías en público?
No. Si bien había leído este mismo texto en un encuentro que organizamos con escritores locales como parte de un Congresos Nacional de Psicología que se hizo en nuestra ciudad (Calafate), y he leído muchas veces en público. Lo de Luz de Agosto tuvo un sentido totalmente distinto. Fue –para mí- casi como un acto de iniciación.
¿Cómo fue la experiencia?
Fue una experiencia muy significativa. Me sentí muy cómodo y tranquilo. La contención y el afecto, que el equipo de la Casa de Letras te ofrece, es muy importante. Te hacen sentir como si te conocieran de toda la vida y eso te da confianza. Además, el clima de alegría que reinaba en el CC Matienzo, disponía a estar bien. El tener que ser el primero en leer fue un aliciente. Aunque me pasó que, cuando promediaba la lectura, una ligera emoción me cruzó como una brisa fresca por el cuerpo, pero –por suerte- pude seguir leyendo. Después vinieron los aplausos. Levanté la vista y recién ahí, creo, tomé real conciencia en donde estaba, y fue entonces que me empezaron a temblar –literalmente-las patas. Giré la vista y me encontré con el gesto aprobatorio de Sebastián que siempre tranquiliza. Disfruté de las lecturas. De las divertidas y de las dramáticas. Incluso de algunas que –por lo conmovedoras- me pusieron al borde de la angustia. Celebré cada lectura y debe ser por ello que celebro esta iniciativa de compartir en el blog de la Casa de Letras esos cuentos.
“Mañana, Quijote, te espera un día difícil”, se dijo Eleuterio, sentado en la cama, con los pies sumergidos en una palangana de latón. El sueño lo acosa y lo hace cabecear pero su obligación, pensando en ese futuro inmediato que se le avecina, es aliviar un poco esos pies para quitarles el cansancio que una dura jornada les ha provocado.
“Tú no tienes alternativa, no puedes eludir la responsabilidad que el destino te asignó. Debes amanecer temprano, cargar tus herramientas y –antes que nada– empezar la ardua tarea de destapar las cañerías congeladas con las que tu molino junta agua en el tanque australiano. Una vez hecho esto, montar esa yegua zaina que siempre te ha acompañado y enfilar hacia el alto de la meseta”, piensa Eleuterio mientras seca sus extremidades callosas y blancas.
Afuera el viento sopla con fuerza pero con regularidad, sin esas ráfagas que tanto daño pueden hacer y eso lo tranquiliza. El burlete desgastado de la ventana deja pasar un fino hilo de aire que ulula como un arrullo que seguramente lo ayudará a dormir.
Aunque con el tiempo se fue acostumbrando al zumbido aplastante de los molinos, se siente mejor, acompañado por los sonidos naturales de ese viento que ha estado por siempre rondando su existencia.
Durante el día, mientras recorre la zona en la que se instalaron, a modo de prueba, media docena de generadores eólicos, el ruido de las aspas al girar es tan fuerte que aún usando los protectores para los oídos que el ingeniero le había dejado, el ruido pasa igual.
Debe haber sido eso lo que hizo que algo de ese sonido se le quedara como pegado al oído, y que hiciera también necesario, sobre todo a la hora de irse a dormir, tener siempre cerca la radio encendida.
-Tenemos autorización de su patrón para instalar unos molinos -le había dicho el ingeniero que llegó primero para estudiar un poco el terreno.
Él no dijo nada, solo pensó que, con el molino que tenían, detrás del casco de la estancia, alcanzaba para lo poco que había que usar el agua en ese lugar.
Cuando llegó el camión con los mástiles, las aspas y los implementos para montar el sistema, Eleuterio se preocupó, pensó un buen rato, tomó coraje y lo encaró al ingeniero de manera poco diplomática.
-Disculpe usted, yo no soy muy estudiado, pero esos fierros no tienen nada que ver con los molinos que el patrón dijo que venían a poner.
Dijo esto y pensó que había dicho algo serio porque el ingeniero ni se tomó el trabajo de contestarle, dio media vuelta y fue hasta la camioneta, abrió un maletín, revisó unos papeles y regresó con unos folletos en donde se podían ver cientos de molinos desplegados en una verde pradera. Eleuterio se quedó mirando el pasto, nunca había visto una extensión tan verde.
-La idea es montar seis molinos para monitorear cuánta energía podemos producir anualmente -le dijo el ingeniero luego de aclararle que con estos aparatos no se sacaba agua de la tierra.
Eleuterio lo miró, se frotó el mentón con la mano, levantó el labio inferior como dando a entender que comprendía la explicación que ese hombre, que hasta ahí no lo había tenido en cuenta, le estaba dando.
-Nosotros vamos a venir periódicamente a controlar que todo vaya bien, pero el que va a tener que lidiar todos los días con ellos, como si fuera un Quijote, es usted -concluyó el ingeniero y continuó con su tarea de controlar la descarga de los aparatos.
Desde ese día la vida de Eleuterio cambió. No por los molinos, ni por la electricidad que comenzó a usar en la casa, ni por la radio que ya no volvió a quedarse sin pilas. No, nada de eso lo perturbó tanto como esa idea que se le arraigó en la cabeza y de la que no pudo desamarrarse jamás: ser un Quijote batallando contra esos molinos.
Un día su patrón, que acostumbraba a pasar un par de veces al año a dejarle provisiones, murió. Otro día, el gobierno se quedó sin presupuesto y ese hombre, que mensualmente venía a controlar que todo estuviera en orden, ya no regresó.
Pero a Eleuterio nada de eso parece preocuparle.
Un Quijote tiene siempre el deber por delante, piensa, mientras cabalga, zigzagueando, en medio de esos gigantes metálicos que no paran de girar.