Yolanda Skowronski es alumna del curso Narrativa II en la Escuela de Escritura Online de Casa de Letras. Conversamos con ella acerca de “Nueces”, el cuento que leyó en el evento “Luz de agosto”, realizado el 30 de julio de 2014 en el Club Cultural Matienzo.
Nueces
Un automóvil de la policía se paró en la entrada del callejón, que corría paralelo a la Gran Avenida. Era una operación de rutina. Un oficial descendió y se internó, sorteando bolsas de basura, hasta acercarse a dos bultos inmóviles, con cierta apariencia humana. Dos botellas de vidrio transparente, con etiquetas blancas, escritura dorada y ribetes negros dormían vacías sobre el empedrado. Sacudió los cuerpos pero sólo escuchó una respiración ruidosa, la otra era muy tenue aunque consiguió empañar el vidrio de su reloj. El pronóstico para las próximas horas era de temperaturas muy bajas. Se volvió, subió al rodado y pidió una ambulancia, describiendo las coordenadas del lugar, luego prosiguió con su ronda.
Tenía el cuerpo helado, un sonido estridente parecía acompañarla desde muy lejos. No quería vivir, no más. Se perdió en la inconsciencia, su mente estaba llena de colores: violetas, naranjas, azules, cambiaban suavemente como el juego de reflectores sobre un escenario. Abrió los ojos de golpe y la fría luz de las lámparas de la sala, le hizo comprender que estaba viva y en una cama de hospital. Una sonda bajaba hasta su antebrazo dejando caer un líquido reparador. El aire era cálido, le habían sacado la ropa sucia de varios días, y la habían vestido con un camisón de algodón azul con flores blancas. Escuchó que le preguntaban su nombre, si tenía familiares, dónde vivía.
-Me llamo Julia y no tengo nadie cerca. Cerró los ojos y volvió a caer en un letargo.
Se veía sentada a la mesa de la cocina en su primer departamento, 30 años atrás, con Juana que la miraba con sus ojos grandes y le ofrecía una taza de té. Cuándo tomaba la taza y quería acariciar la pequeña mano, ésta desaparecía.
Volvió a la conciencia. Corrieron lágrimas por su cara. Juana era su hija ¿Porqué estaba tan lejos? Había un océano de por medio, nunca podría atravesarlo. Se había ido sin despedirse, de un día para otro, de la seguridad reciente que habían conseguido a una seguridad a largo plazo, que por razones políticas no podía desechar. Primero lo entendió, lo hizo por el marido, no podía abandonarlo, se había casado no más de un año atrás. Todo mejoraría y los tendría de vuelta. Pero el tiempo pasó, estaban racionados los alimentos y los medicamentos, censuradas las cartas por correo, el tesoro de recibir una foto cancelado. Su imagen se fue desdibujando. Se despertó al mediodía siguiente.
La enfermera le sacó la sonda y le acercó un tazón con sopa espesa de verduras y avena. Se incorporó con dificultad y tragó las cucharadas hasta el final. ¡Que ganas de comer nueces: manteca batida con azúcar, yema de huevo, café negro y nueces picadas¡. Tragó saliva, era la clásica cobertura de la torta de cualquier cumpleaños.
Después se durmió. Se veía en el campo, en la casa de su infancia, sentada en un banco de piedra, a la sombra de un nogal cargadísimo de hojas verdes; llevaba un vestido celeste con puntillas. Dos personas se acercaban, estaban difusas. Supo que eran Juana y Andrés y se apuraban para abrazarla. Una sonrisa que nadie vio se dibujó en su cara. Abrió sus ojos.
Andrés, ¡Cuánto lo había amado! Respiraron el mismo aire sólo una semana, de cada día sólo unas horas, pero ese tiempo estuvo tan concentrado en emociones, en sensaciones, en eso que le llaman amor, que la siguió envolviendo siempre. Juana fue el fruto de esa pasión escondida. Cuando miraba a la niña, lo veía a él, chispeante, profundo.
Después de muchos años, en la difícil supervivencia en una sociedad de posguerra, con sus hijos varones viviendo con sus familias en ciudades diferentes, lugares dónde habían conseguido un empleo, una nuera desocupada comenzó a sacar cuentas y no le daban los tiempos para que Juana fuera hija de Luis, el marido que falleció en un accidente de tránsito. A los comentarios en voz baja, siguió un pedido de explicación de parte de los hijos mayores. Los años transcurridos restaron importancia a la falta, pero a partir del sinceramiento, Julia se quedó sola y comenzó su caída.
¿Ahora, qué le esperaba? Su desmantelado departamento, porque había malvendido casi todo para conseguir bebida en el mercado negro; las pesadillas con criaturas fantásticas; la dura abstinencia porque no debería emborracharse más; nada para dar, nada para recibir.
Decidió que no quería otra cosa, se dejaría envolver por esa energía blanca, cálida, volvería a sentir los abrazos, se fundiría con ellos.
Cuando le dieron el alta, se vistió. Alguien había lavado su ropa, se cubrió con el viejo tapado, se calzó las botas y salió del Hospital.
El reflejo de la luz en el blanco de la nieve y el cambio de temperatura la inmovilizaron. No volvería a su departamento. Se encaminó hacia la Plaza, se sentó en uno de los bancos de madera con su cara al sol. Disfrutó de unas horas de tibieza, vio pasar niños abrigados con gorros y bufandas, corriendo con patines. Cerró los ojos y esperó que la vida se le fuera escurriendo. Escuchó la música que tocaban cuando conoció a Andrés y se fue con él. Cuando la encontraron sólo dos lágrimas de hielo la acompañaban.