Además de poeta y dramaturgo, Bertolt Brecht fue el autor de una serie de cuentos, parábolas y fábulas donde expone su pensamiento con claridad y simpleza. Muchos de estos relatos -como el que presentamos a continuación- fueron escritos durante las décadas del 30 y el 40 y publicados en el libro “Historias del Señor Keuner”. Todos ellos comparten la ironía, el tono casi pueril, que esconde bajo la superficie una amargura que a veces se vuelve cruel.
Si los tiburones fueran hombres
-Si los tiburones fueran hombres –le preguntó al señor K la hija menor de su patrona- ¿se portarían mejor con los pececitos?
-Seguro -respondió el señor K.-. Si los tiburones fueran hombres, harían construir en el mar cajas enormes para los pececitos, con toda clase de alimentos en su interior, tanto de origen vegetal como animal. Se preocuparían por que las cajas tuvieran siempre agua fresca y adoptarían todo tipo de medidas sanitarias. Si, por ejemplo, un pececito se lastimase una aleta, en seguida se la vendarían de modo que el pececito no se les muriera prematuramente a los tiburones.
“Para que los pececitos no se pusieran tristes habría, de vez en cuando, grandes fiestas acuáticas, porque los pececitos alegres tienen mejor sabor que los tristes.
“Naturalmente también habría escuelas en el interior de las cajas. En esas escuelas se enseñaría a los pececitos a entrar en las fauces de los tiburones. Estos necesitarían tener nociones de geografías para mejor localizar a los grandes tiburones, que andan por ahí holgazaneando.
“Lo principal sería, claro, la formación moral de los pececitos. Se les enseñaría que no hay nada más grande ni más hermoso para un pececito que sacrificarse con alegría; también se les enseñaría a tener fe en los tiburones, y a creerles cuando les dijesen que ellos ya se ocupan de forjarles un hermoso porvenir. Se les daría a entender que ese porvenir que se les auguraba sólo estaría asegurado si aprendían a obedecer. Los pececitos deberían tener mucho cuidado de las bajas pasiones, así como de cualquier inclinación materialista, egoísta o marxista. Si algún pececito mostrase semejantes tendencias, sus compañeros deberían comunicárselo inmediatamente a los tiburones.
“Si los tiburones fueran hombres, se harían naturalmente la guerra entre sí para conquistar cajas y pececitos ajenos. Además, cada tiburón obligaría a sus propios pececitos a combatir en esas guerras. Cada tiburón enseñaría a sus pececitos que entre ellos y los pececitos de otros tiburones existe una enorme diferencia. Si bien todos los pececitos son mudos, callan en idiomas muy diferentes y por eso jamás logran entenderse. A cada pececito que matase en una guerra a un par de pececitos enemigos, de esos que callan en otro idioma, se le concedería una medalla de varec y se le otorgaría además el título de héroe.
“Si los tiburones fueran hombres, tendrían también su arte. Habría hermosos cuadros en los que se representarían los dientes de los tiburones en colores maravillosos, y sus fauces como puros jardines de recreo en los que da gusto retozar.
“Los teatros del fondo del mar mostrarían a heroicos pececitos entrando entusiasmados en las fauces de los tiburones, y la música sería tan bella que, a sus sones, arrullados por los pensamientos más deliciosos, como en un ensueño, los pececitos se precipitarían en tropel, precedidos por la banda, dentro de esas fauces.
“También existiría una religión, si los tiburones fueran hombres. Esa religión enseñaría que la verdadera vida para los pececitos comienza en el estómago de los tiburones.
“Además, si los tiburones fueran hombres, los pececitos dejarían de ser todos iguales como lo son ahora. Algunos ocuparían ciertos cargos, lo que los colocaría por encima de los demás. A aquellos pececitos que fueran un poco más grandes se les permitiría incluso tragarse a los más pequeños. Los tiburones verían esta práctica con agrado, pues les proporcionaría mayores bocados. Los pececitos más gordos, que serían los que ocupasen ciertos puestos, se encargarían de mantener el orden entre los demás pececitos, y se harían maestros u oficiales, ingenieros especializados en la construcción de cajas, etc.
En resumen: en el mar existiría por fin una cultura, si los tiburones fueran hombres.
Traducción: Sebastián Robles