Por Cynthia Rimsky
“No hay nada más que hacer”, le contestó el novio de Alejandra a la madre de ella cuando telefoneó a su casa a las 00:30 de la madrugada del 20 de septiembre del 2013. Durante seis meses Sonia Malio, madre de Alejandra, intentó hacer algo para salvar a su hija. Uno pensaría que Alejandra sufría de una enfermedad terminal. No, quedó embarazada a los 17 años, faltándole dos para salir del liceo.
El Carmela Carvajal es un liceo público de excelencia al que van estudiantes con pocos recursos que quieren entrar a la Universidad. En otros liceos públicos no alcanza siquiera a ser un sueño. Alejandra y su madre aspiraban a cumplir ese cada vez más angustioso mandato de progresar socialmente a través de la educación. Sonia trabaja como técnico en enfermería con turnos de 12 horas en el Hospital Sótero del Río. Ignoro cuánto gana, no debe ser mucho.
En el 2011 las estudiantes del Carmela Carvajal participaron activamente en las protestas estudiantiles. Alejandra fue una de las líderes y, debido a ello, tuvo que repetir tercero medio. Tal vez nada de lo que vino después hubiese ocurrido sin eso. De esas protestas salieron los dirigentes que hoy postulan a un cargo en el Congreso Nacional o a nivel de la comuna. Ellos tampoco hicieron algo por Alejandra, ocupados como están en su propio ascenso a la élite que gobierna el país. Para cambiarla. En realidad, nosotros tampoco tuvimos una palabra por Alejandra ya que el único artículo publicado en The Clinic apareció dos meses después. Al funeral, fue la orientadora del liceo que, acercándose a Sonia, le confidenció lo mal que se sentía por no haber hecho nada como colegio.
O sea, había algo que se podía hacer.
Alejandra no quería tener un bebé, quería ser abogada, quiso tener relaciones sexuales con su novio. Esas cosas pasan. Me pasó a mí y a muchas parejas. En Chile está prohibido el aborto. Las hijas de los dirigentes políticos que se oponen a la medida, abortan y pagan. Hay clínicas privadas pero son caras. Yo me hice un aborto a los 22, quería ser escritora, mi familia tuvo dinero para pagarlo. Alejandra y su amiga buscaron en Internet maneras naturales de abortar, “leyeron que el exceso de vitamina C y el té de borraja podían inducirlo”. Como no resultó, asumió su embarazo, no podía ser tan terrible ahora que la ley obliga a los colegios a aceptar a las adolescentes embarazadas.
Sonia comenzó a hacer los trámites para que pudiera egresar del colegio y entrar a la Universidad. Como trabaja 12 horas al día, no había quién cuidara al bebé. En el colegio le dijeron que debía arreglárselas sola. En el ministerio de Educación, que las escolares embarazadas no tienen derecho a pre y posnatal porque no son trabajadoras. En la sala cuna contigua al colegio no había cupo. En la Junji le pidieron una ficha de protección social para ingresarla en marzo del próximo año. Sonia consiguió que una vecina cuidara al bebé por cien mil pesos. Entretanto pidió una beca para su hija por ser de ascendencia mapuche y se la negaron por tener mucho puntaje en la ficha CAS.
Alejandra estaba cada vez más cansada o desconsolada. Veía a su madre ir aquí y allá y no conseguir nada. “Una noche de julio, antes de las vacaciones de invierno, llamó a su mamá al hospital. Le dijo que estaba colapsada y se iba a suicidar. En el Hospital Sótero del Río, una psicóloga le explicó a Sonia que la joven tenía una depresión post parto”. La madre paseó a su hija por el Hospital Barros Luco, el CRS de La Florida, el Sernam central, el Sernam de La Florida. Ninguna institución hizo algo por la joven, dijeron que no podían. “Pero como trabajo en un hospital y quería que mi hija se sanara, llamé a una psicóloga que conocía hace años y que atendía por Fonasa, y empezó la terapia con ella. También conseguí un psiquiatra a través de Fonasa. Todo eso lo gestioné sola con mis recursos”- explica la madre a The Clinic.
A pesar de las cosas que sí hizo Sonia, Alejandra decidió colgarse de las vigas del patio trasero de su casa. Marguerite Duras, a propósito de un matrimonio que se tiró a la línea del tren con sus tres hijos, luego de que un funcionario en pleno verano les cortara el agua en la casucha donde malamente sobrevivían, escribió: “Los cuatro juntos fueron a arrojarse sobre los raíles del T.G.V. El Cortador del agua no tuvo ninguna molestia. Añado a la historia que esta mujer por lo menos sabía algo de manera definitiva: es que nunca podría contar ya, al igual que nunca había podido, con alguien para que la sacara de allí donde estaba con su familia”.
No había nada que hacer.