Hugo López es alumno de nivel II de la Escuela de Escritura Online de Casa de Letras. Su relato “Luigi”, escrito en el marco del curso, fue leído durante el festival “Luz de agosto”, realizado el 30 de julio de este año en el Club Cultural Matienzo. Al respecto, Hugo nos cuenta:
El proceso de escritura de este cuento fue distinto al resto de los ejercicios que realicé para el curso porque estaba viviendo una situación muy particular con la enfermedad de mi madre. Cada noche trataba de hacer el ejercicio pero no me podía concentrar y el domingo a la tarde había tomado la decisión de no presentarlo.
Para pasar el tiempo, me puse a ver fotos viejas y encontré la que describo en el cuento. Me hizo recordar muchas cosas. Recordar es como vivir dos veces, pero escribir los recuerdos es un estadio superior porque me hace reflexionar y descubrir cosas que en su momento pasaron desapercibidas, pequeños detalles que pueden cambiar la esencia de lo que tenía por cierto y de pronto me volvió el deseo de escribir. Así surgió el cuento, gracias a una foto tomada al azar de una caja con cientos de fotos sin ordenar.
LUIGI
En esta tarde de domingo, mientras oigo el sonido de la lluviarepicar sobre el techo de chapa y veo las gotas de agua deslizarsepor los cristales de la ventana, se me ocurre la idea de retomar una tarea iniciada decenas de veces y nunca concluida: ordenar las viejas fotografías que están amontonadas en cajas de cartón sobre los estantes inferiores de la biblioteca. Esta vez no ocurre nada diferente a otras veces que encaré esa utópica tarea. Comienzo separándolas por épocas: la adolescencia, los campamentos, los cumpleaños, la colimba, las vacaciones. Las fotos de mi casamiento son las únicas que están ordenadas en un álbum, pero igualmente aparece alguna que otra dentro de las cajas; puede que estén repetidas, ya lo verificaré después. Ahora tengo en mi mano una foto con un colorido vitral de fondo, está precedido por un altar vestido de blanco y unos metros adelante, en un primer plano de espalas a la cámara, estamos mi mujer y yo. Entre el altar y nosotros, se ve la única persona que está de frente en esa toma. De pie, un sacerdote de unos cincuenta años, petiso, regordete, pelado, mofletudo, de ojos redondos, nos está casando.
Miro la foto y la vista se concentra en la cara del cura, entonces recuerdo algo que siempre supe pero que tenía guardado en mi mente como las fotos están guardadas en las cajas y comprendolo importante que fue ese cura en mi vida.
A Luigi, así le decíamos, lo conocí cuando tenía quince años. Era un tano querido por la mitad del barrio y no tan querido por la otra mitad, porque no encajaba con el modelo de sacerdote establecido en la sociedad y que estábamos acostumbrados a ver vistiendo sotana y con la biblia bajo el brazo.Él siempre usaba pantalón y camisa negros y era raro verlo con sotana.
En esa época de importantes cambios en la iglesia: el concilio vaticano segundo, la encíclica Populorum Progressio, el encuentro de obispos latinoamericanos en Puebla, había sacerdotes con diferentes formas de interpretar las sagradas escrituras. Luigi no pertenecía a ningún grupo. No era tercermundista, ni cursillista, ni del opus dei, él se ocupaba de ayudar a todo el mundo con verdadera vocación de servicio. Un día charlando sobre el significado de la opción por los pobres, nos reveló su origen. Había nacido en Italia, era hijo de trabajadores rurales y tenía cuatro hermanos. Toda la familia vivía en la parte baja de la estancia, el lugar donde los animales pasaban la noche protegidos del frio o la lluvia y en el piso superior habitaban los patrones.
La única posibilidad que tenían los padres para mejorar el futuro de sus hijos era ingresarlos en un seminario. Así fue como los cinco hermanos llegaron a consagrarse sacerdotes y fueron destinados a ejercer en distintos lugares del mundo.
A Luigi le tocó Latinoamérica, primero Brasil y después Argentina. La jerarquía eclesiástica lo destinó a una parroquia nueva construida en el barrio de La Boca, Nuestra Señora Madre de los Inmigrantes. Enseguida se ganó la confianzade los pibes del barrio, nos conseguía entradas gratis para todos los juegos del parque de diversiones que estaba en Libertador y Callao, el “Italpark”. Recuerdo la primera vez que nos llevó, fue en el 1500 que le había donado la Fiat a la parroquia, éramos siete pibes arriba el auto y el cura al volante; estaba tan contento como nosotros. Le dio arranque, metió primera y comenzó a andar; a las cinco cuadras le pregunté:
– ¿Tano por qué no ponés la segunda?
– Porque no sé – me respondió en un cocoliche que ya comenzábamos a comprender.
-Pero lo vas a hacer mierda- le dije
– Má me dan otro- me dijo y así fuimos hasta el “Italpark” sin hacer otro cambio que no sea de punto muerto a primera. Disfrutamos de todos los juegos: el de las tazas, los autitos chocadores, fuimos a los autódromos Súper Monza e Indianápolis, al martillo, a la montaña rusa, al tren fantasma, al zamba…
Otra de las cosas que hizo Luigi fue abrir el gimnasio del colegio parroquial para que todos los pibes del barrio pudieran hacer deporte. Cuando fuimos creciendo Luigi nos seguía cuidando y aconsejando como si fuéramos sus hijos. Tenía largas charlas con todo el grupo de jóvenes, nos daba su opinión y aportaba ideas sobre las tareas comunitarias que realizábamos. Discutíamos mucho pero nunca nos peleábamos y después terminábamos tomandouna cerveza en “el Lübeck”, una cervecería de la calle Necochea.
Cuando mi mujer y yo decidimos casarnos, fuimos a pedirle que fuera él quien nos diera el sacramento. Lo recuerdo sentado en la oficina parroquial, tomando mate en camiseta musculosa y hablándonos sobre la responsabilidad del matrimonio.
Un día nos dejó. Hacía varios años que pedía ser trasladado a Australia, donde estaban dos de sus hermanos y al final lo consiguió. Estaba feliz.
La parroquia no era lo mismo sin Luigi, poco a poco nos fuimos alejando. Primero de la parroquia y después de la iglesia.
Cierro la caja de fotos y vuelvoa guardarla en el estante debajo de la biblioteca. No quiero correr el riesgo de ver otras fotos que me traigan otros recuerdos, prefiero quedarme con el de Luigi.