Fotografía: María Aramburú
Por Cynthia Rimsky
Hace semanas que aparecen noticias escalofriantes sobre las muertes en México, los narcos, los grupos de autodefensa y el ejército. Ahora que escribo acaba de pasar un helicóptero. Ayer también y simultáneamente una sirena. Antes de eso, la visión del humo de un incendio que algunos interpretan como un complot para impedir una investigación por enriquecimiento ilícito y que costó la vida a 9 bomberos, y, encima de todo, una tormenta eléctrica que se prolonga durante varios días y tiene anegada a la mitad de la ciudad con una violencia inusual y luego temperaturas extremas. Mientras en Chile, a los nominados al reality de cargos del gobierno por la recién electa presidenta, se les encuentran antecedentes penales, relaciones de subordinación con los grandes grupos económicos, conductas antisociales, antisindicales… como si en todo un país no hubiese un puñado de personas íntegras, inteligentes y humanas. O esas personas están tan lejos del poder que este no las ve. Y en el poder ¿hay quién no tenga tejado de vidrio?
En una de las películas de la etapa mexicana de Buñuel, El río y la muerte, se ve cómo en un pueblo rural mexicano, cada vez que un hombre se siente ofendido por otro, lo mata. Los hijos del muerto tienen la obligación de matar a los hijos del asesino in eternum. Hasta el sacerdote anda con una pistola bajo la sotana. La película de Buñuel hace pensar –puede que equivocadamente- que se trataría de una cultura que zanja sus diferencias a través de la venganza.
El patrón del mal, la telenovela colombiana sobre la vida de Pablo Escobar, uno de los mayores traficantes de cocaína del mundo, produce adicción. En un viajé a dedo por Colombia, saliendo de Cali, nos paró una inmensa camioneta con tres filas de asientos y vidrios polarizados. Adentro viajaban cuatro hombres corpulentos, de tez bronceada, con sombreros finos. Nos preguntaron algunas cosas y luego siguieron hablando entre ellos hasta que uno sacó un revólver. Cómo habrá sido la cara que puse que la guardaron inmediatamente y, al bajarnos, nos regalaron 50 dólares por el susto que pasamos. Viendo la teleserie me doy cuenta de que seguramente eran narcos. Escobar, en El patrón del mal, al sentirse amenazado, comienza a matar a través de sus pistoleros. Nuevamente la muerte es la solución a las diferencias, esta vez no por venganza, sino para eliminar a quien no está de acuerdo con él. Matando al otro se elimina al testigo y se anula el juicio a nuestros actos.
A raíz de lo que ha estado ocurriendo en Argentina, se ve que los conflictos entre los grupos de poder se solucionan a través de la conspiración. Antes que levantar un programa o un candidato propio, es preferible conspirar. Lo hacen el director de la Shell, que prefiere perder millones de dólares con tal de desestabilizar la economía nacional. Conspiran los empresarios sojeros que se abstienen de vender la cosecha para desestabilizar al gobierno. La conspiración se ve en todos lados. La prueba máxima de inteligencia es inventar un complot que destruya la posición del otro. Da exactamente lo mismo que en el intento caiga gente inocente que no tiene para comer. Para solucionar las diferencias no se matan personas, se arma una conspiración.
¿Y en Chile? Inmediatamente me viene a la mente la palabra: silencio. Aquí para eliminar a un contendor no es necesario matarlo (bueno, esto es relativo). Basta con silenciar su nombre para siempre y deja de existir. Los chilenos no se ejercitan en la discusión o debate. El que tiene una opinión en contra, es considerado un enemigo, por supuesto, si además no tiene poder o lugar en el mercado, está frito. Porque el terreno en común, el tejido social, es tan exiguo y frágil que las opiniones se toman como algo personal y no como una idea para discutirla. Inmediatamente omiten su nombre los colegas, los medios de comunicación, los detractores, los amigos, los subordinados, y deja de existir para siempre. No se le contestan las cartas, los correos, sus palabras en Facebook o en twitter, de pronto, nadie sabe cómo alguien que aparecía frecuentemente, dejar de existir sin estar muerto o herido. Es en la capacidad de nombrar y de silenciar el nombre del otro donde los chilenos disparan.