Por Luciana Czudnowski
Enfermos terminales, mascotas, escritores realistas, personas con una extraña afección corporal, huérfanos, hombres y mujeres que buscan pareja; todos ellos encuentran su lugar en el mundo de las redes sociales creado por Sebastián Robles, autor de Las redes invisibles. Conversamos con él acerca de su libro recientemente editado por Momofuku, que se presentará junto con la reedición ampliada del libro de cuentos 76, de Félix Bruzzone, el viernes 12 de diciembre a las 20.30 hs en Espacio Enjambre, Acuña de Figueroa 1656, C.A.B.A.
¿Qué te motivó a empezar a escribir sobre redes sociales?
Cuando terminé el blog “Los noventa”, que después se transformó en el libro Los años felices, durante un tiempo no escribí nada. Luego se me ocurrió que podría ser interesante contar historias que transcurrieran en internet, porque era el medio en el que yo pasaba la mayor parte del tiempo y, por lo tanto, el que mejor conocía. Esto fue en el año 2010. Abrí un blog que se llamó “Efecto 2000”, donde contaba historias de Facebook, Second Life y otras redes sociales. Pero me aburrí al poco tiempo. Hoy lo veo como un intento fallido. Aunque el enfoque me gustaba, tenía la sensación de estar escribiendo lugares comunes: historias de ex compañeros del secundario que se reencuentran en la web, parejas que se conocen chateando, etc. Un poco frustrado, abandoné el blog y seguí con otras cosas, pero la idea quedó dando vueltas.
Mucho después, volví a hacer el intento con mis primeras notas en Revista Paco. El formato, ahí, ya era otro: más “periodístico”, aunque yo no soy ni me interesa ser periodista, así que rápidamente empecé a inventar datos y testimonios de supuestos usuarios de estas redes. El punto de quiebre llegó cuando Facundo Falduto, otro de los editores de Paco, me pasó el dato de una red social de apoyadores de subte, sobre la cual también escribí una nota. Sentí que en su delirio y su banalidad, esa red social hablaba de algo que iba mucho más allá de una conducta criminal o moralmente reprochable. Había un espacio donde se congregaban personas que, antes de las redes sociales, nunca se habían reconocido como prójimas o similares en algún aspecto, o que no tenían un espacio en común para conversar acerca de sus intereses. Entonces empecé a buscar, más que nada por aburrimiento, y encontré redes sociales de todo tipo. A veces los puntos de contacto son absurdos, otras veces no: neonazis, asexuales, graffiteros, swingers, veganos, militantes de partidos políticos, poetas callejeros. Incluso en los comentarios de notas de diarios o en blogs y grupos de Facebook se generan redes sociales espontáneas de personas que comparten un interés o una opinión.
Este intercambio no es libre, aunque lo parezca. Hasta el diseño gráfico contribuye a que las conversaciones se den de una u otra manera. Facebook, Twitter, son las avenidas principales, pero hay muchos desvíos y calles laterales. Toda red social es, además, obra de una o varias personas. Las naturalizamos, como si fueran un servicio público, pero detrás de cada una de ellas hay una historia, biografías, una serie de personas que a veces toman decisiones, como dioses caprichosos y arbitrarios, que no siempre tienen todo bajo control. Es una mitología empobrecida, de baja intensidad, que me interesa justo por esa precariedad. No somos usuarios de internet. Hasta cierto punto, es al revés. Habitamos las grietas, los espacios vacíos y calculadamente libres. A veces los hacemos propios, otras veces sólo estamos ahí. Pensé que había que leer a las redes sociales como si fueran ciudades, cada una con su arquitectura, sus autoridades o su anarquía, sus próceres y sus leyendas urbanas. Y así fue como empecé a escribir el libro.
¿Qué pensás sobre el hecho de que Las redes invisibles sea un libro que existe como objeto real, tangible, y que su tema sea, justamente, lo virtual o lo “no- real”?
No estoy seguro de que el tema del libro sea lo virtual o no real. O mejor dicho: me divertía ironizar sobre esa cuestión. ¿Qué es real y qué no? Me tranquiliza que el libro sea un objeto físico porque, al menos en este caso, eso vuelve irrelevante la pregunta.
“¿Qué es el lenguaje, sino una red social?”, dice uno de los personajes de “Animalia”, la red social para mascotas. Como lector de ciencia ficción, ¿pensás que una red social es, en algún punto, una ficción?
Sí, pero hay muy pocas cosas sobre las que no pienso que son una ficción. Me interesan los mecanismos y las formas de esa ficción. En la web la lectura es una instancia fundamental en la comunicación. La información nos llega muchas veces sin contexto, o con un contexto equívoco, y es necesario hacer un esfuerzo de la imaginación por entender qué quiso decir el emisor y con qué objetivo lo hizo, si es que tuvo alguno en particular. ¿Cómo funciona la lectura ahí? Esas son algunas de las preguntas que están detrás “Animalia”.
¿Cómo es la relación entre la idea inicial de cada cuento y la ejecución? Antes de escribir cada cuento, ¿trazaste un plan de escritura? ¿Cuánto te dejaste sorprender en el mismo proceso?
No suelo trazar ningún plan de escritura. Primero me dejo llevar y después, si el proceso me llevó a algún lado, corrijo y reescribo. Me quedaron varias redes sin terminar porque no supe cómo cerrarlas o porque consideraba que se superponían en algún punto con las que ya están incluidas en el libro.
A lo largo de los cuentos aparece el término deep web, desconocido para la mayoría de los usuarios corrientes de Internet. ¿Cómo podrías explicarlo?
La deep web es la parte de la web a la que no se puede acceder mediante los buscadores más comunes, como Google, Bing o Yahoo. Según algunos, es cinco veces más grande que la web que navegamos todos los días. Es necesario algún conocimiento técnico para acceder. En la deep web podemos encontrar narcotráfico, pedofilia, tráfico de armas, asesinos a sueldo, necrofilia, satanismo, videos de torturas y asesinatos reales, entre muchas otras cosas. Pero más que hacer una crónica de la deep web, a mí me interesaba acercarme a ella en su dimensión mitológica. Pensarla, por ejemplo, desde Lovecraft, donde las profundidades del mar aparecen como el lugar propio de algo terrible y desconocido. Y de algún modo es así: la deep web es el reverso de Facebook, un lugar de lo siniestro en internet.
¿Continuás escribiendo sobre redes sociales ficticias?
Por ahora no, pero no descarto volver a hacerlo en algún momento.