Por Cynthia Rimsky
Por alguna razón desde niña desconfié de las palabras. No de las que leía en las novelas, que creía a pié juntillas, sino de las palabras con las que los adultos nombraban a las cosas. Así, cuando mis padres me decían: “No te alejes, más allá no hay nada que ver”, me preguntaba yo cómo sería esa nada y la nada aparecía más atractiva que las olas, la arena, el castillo que la marea desarmaba. La “nada” no se alcanzaba a ver desde la playa. Aunque subiera a la caseta del salvavidas, era indistinguible. La única forma de saber cómo era consistía en ir hacia allá y descubrirlo.