Por Cynthia Rimsky
Un grupo de seis ejecutivos de bancos capitalinos se juntan cuatro veces al año para ir de pesca. El encuentro parte dos semanas antes con la preparación del menú. V. se reclina en el asiento ejecutivo, minimiza la página de dinero virtual, y abre una nueva donde despliega sus fantasías gastronómicas. El e – mail viaja de agencia bancaria en agencia y, cuando uno piensa que el ejecutivo de cuentas escucha nuestros reclamos a causa de una imprevista comisión, resulta que escribe la palabra costillar.
En su escritorio descansa el libro sobre emprendedores, las fotografías de su esposa, los niños, el perro, la copa del campeonato de fútbol de la empresa que ganó diez años atrás, cuando no había rastros de esa protuberancia estomacal que hoy encarna su drama y su goce; el certificado de que no volverá a ser el que fue y que para adelante solo le queda aceptar ese peso, como acepta que su esposa no quiera acostarse con él y que todos los meses debe maniobrar para evitar el hundimiento de su economía.
V. suspira. Tacha el número 1 que aparece junto a la palabra costillar y coloca 2 kilos. Tiene un e- mail. R. exige mote con huesillos. “¿De dónde cresta vamos a sacar mote con huesillos?”. “En el Jumbo venden huesillos en frasco y mote en bolsa. Costo aprox por 3 frascos y 4 bolsas: 10 mil”.
Los preparativos ruedan. Sacar la caña de pescar, revisar los anzuelos, las carnadas, recordar la última vez cuando los echaron del lago por culpa del Cucho… El Cucho. No pueden exponerse a que suceda algo así. V toma su celular y telefonea a M.
– No estamos seguros que halla sido culpable.
– Vamos viejo, pasó los tres días borracho. Si se tomaba un gin con gin antes del desayuno.
– Preguntémosle a R.
Unas horas más tarde está decidido. El Cucho será separado de la excursión. De esta forma, podrán constatar si es o no el culpable de los desórdenes. Ahora solo falta el permiso conyugal. Se trata de un fin de semana largo y eso significa que la señora deberá quedarse sola con los tres o cuatro chiquillos. R. transa por un viaje a Disneylandia. M. por una nueva alfombra. V. es el más complicado: su esposa está de cumpleaños y no se hablan. Simplemente se manda a cambiar.
La primera noche hacen un asado con la carne, los 2 kilos de costillar, longanizas, pollo. Preparan ensaladas. Toman gin, vodka, vino, cerveza, pisco. Y mote con huesillos. A las tres de la mañana, el estómago les pesa tanto que deben reptar a las camas.
En el desayuno frien una docena de huevos con tocino, jugo de naranjas, queso, mantequilla y pan. Se suben a las camionetas rangers y atraviesan la playa hasta la orilla para pescar. No pasa una hora cuando comienza el aperitivo y una parte del grupo viaja a Los Vilos a comprar mariscos y pescados para el curanto.
A las cuatro de la tarde comienzan los preparativos de la que será su última noche de libertad. Mientras cocinan el curanto, beben y recuerdan las anécdotas de viajes anteriores, hablan de la patética actuación del Cucho, del último modelo Ranger, de “las brujas”… O más bien, lo que sus vidas no han sido por culpa de ellas, de la falta de deseo, de los viajes que les gustaría hacer, de la plata que les gustaría ganar, de lo que ocurrirá si se fusionan los bancos, de las deudas…. mastican, tragan, beben, hasta que sienten que van a reventar. Entonces V se abre la camisa y muestra la cicatriz de la operación de by pass en el pecho. Los demás miran la herida como si viesen su propio destino inscrito en la piel, se toman dos pastillitas cada uno y se van a acostar.
La mañana de la partida desayunan otra docena huevos. R. piensa en la nueva deuda que deberá contraer para financiar el viaje a Disneylandia. V piensa en volver a casa para lidiar con una esposa a la cual “sólo le interesa su trabajo y los niños”.
– Estoy decidido- anuncia a sus amigos-. Voy a vender todo lo que tengo, pago las deudas, me separo y viajo solo por el mundo.
Entonces se mira la barriga hinchada, la fuente con pan tostado, el sartén con los huevos. “Si no fuera por este peso” – piensa, sirviéndose la última tostada.