Por Cynthia Rimsky
Razones profesionales me llevan una mañana lluviosa al Instituto Médico Legal. La primera vez que estuve aquí fue para recuperar el cadáver de Jaime Valdés, un colega periodista que se ahorcó. Recuerdo la espera en el frontis del edificio. El reencuentro con antiguos compañeros del Pedagógico, los rostros demudados, el sonido de los celulares, los discursos políticos y gremiales, mi irritación ante esa palabrería, cuando la única verdad era que aquel joven comunista colorín, venido de Putú, formado por los clásicos rusos y la poesía de Gómez Rojas, incapaz de adaptarse al nuevo país, sumido en el alcoholismo y el abandono de sus amigos “exitosos”, se suicidó.
Esta vez se trataba de una visita profesional. En la sala de atención a público, hipnotizados ante un televisor a color, los clientes lucían un ojo amoratado, una herida cortante, un miembro enyesado que serviría para certificar una agresión. Vino otro vestíbulo, una escalera, un pasillo, el olor se fue haciendo espeso, pesado, cada puerta, una nueva bocanada de químicos, estelas de gases que se desvanecían en el siguiente recodo. Pasó una mujer llevando frascos con vísceras molidas. Por todas partes había carteles señalando la parte del cuerpo que allí se diseccionaba.
La jefa del laboratorio nos hizo pasar a una sala con una gran mesa al centro y acostado sobre ella el esqueleto de un hombre encontrado en una fosa común de Concepción, un detenido- desaparecido. La mujer tomó sus huesos. Enseñó la tibia fracturada en varias partes por “golpes que solo pudieron ser propinados por un objeto muy contundente”. El agujero de bala en la parte posterior del cráneo “hecho desde atrás, probablemente cuando corría”. Sus muñecas. “Por las fracturas, podemos ver que practicaba un deporte o le gustaba mucho la chuchoca”. Los dientes. “Se extrajo las muelas del juicio y sufrió de infección a las encías”.
Las palabras de la doctora reconstruían el viaje de aquellos huesos que, después de ser identificados, serían devueltos a la familia. “Converso con los familiares en la pieza de al lado y les cuento lo que encontramos. Lo que más les interesa es saber cómo murió. Si fue golpeado o baleado, si sufrió…. En el 90 por ciento de los casos desean verlo. Los hago pasar a esta pieza. Algunas veces se trata de un esqueleto casi completo, en ocasiones, apenas unos huesos, distribuidos sobre la mesa, como ahora. Los familiares se acercan y lo contemplan. Después de todos estos años de búsqueda, se encuenrtran al final del camino. Tú te preguntarás quien querría tocar un esqueleto, pues los familiares acarician los huesos, con cariño, en silencio, y empiezas a ver cómo después de tantos años hacen su duelo”.
Recuerdo los cuadernos escolares de Jaime Valdés, atiborrados de poemas dedicados a la esperanza, a la utopía, al hombre nuevo. Dicen que, cuando lo despidieron del último medio de comunicación que aceptó emplearlo (en los últimos tiempos bebía mucho), con el desahucio se compró un taxi, pero le quedaban debiendo, hacia carreras gratis y terminaron asaltándolo. Cuando le embargaron el auto, ya no le quedó otra posibilidad. Dicen que a los detenidos por la Caravana de la Muerte los obligaban a correr y ellos sabían que no había camino. Les disparaban por la espalda. Y el agujero quedó para siempre en sus huesos.