Por Luciana Czudnowski
Siempre me gustaron las librerías de viejo. Más todavía cuando las encuentro por casualidad. Ubicada en Scalabrini Ortiz 605, en el barrio de Villa Crespo, Aristipo es una de las pocas librerías de usados de la zona. El cartel en la vereda, pintado con tizas de colores, invita a entrar. ¿El riesgo? No poder irse, querer seguir descubriendo más volúmenes.
Buscar libros usados es afinar el ojo, filtrar para encontrar buen material, que suele estar intercalado con ejemplares de otro tipo. Se puede decir que los estantes de Aristipo son una excepción. Casi no hay ningún libro en esos estantes que, al menos yo, no quiera tener en mi biblioteca. Es que para Patricio Rago, su dueño, de 32 años, el criterio de selección es comprar lo que a él le gustaría que la gente leyera: literatura, filosofía, ensayo, política, historia, poesía y teatro. “Prefiero vender a Onetti por 50 pesos que a Bonelli por 100”, dice. Y se nota.
Le pregunto a Patricio cómo hace para no querer llevarse a su casa todos esos libros. Me dice que fue un aprendizaje. Y que tiene su propia biblioteca (que estuvo hasta hace poco en la casa de su abuela y que recuperó después de años de haber vivido en Europa). El local a la calle abrió hace dos meses, pero hace cinco años que vende libros usados por Internet. La necesidad de tener más ejemplares y el poco espacio en su casa lo llevaron a buscar un local, que abre los lunes de 10 a 14 y de martes a viernes de 16 a 19.30. El resto del día se dedica a comprar libros: alguien que se muda y no tiene más lugar, libros que alguien ya no quiere, libros heredados que no interesan a los herederos. Dice que una de las cosas que más disfruta de su trabajo es rescatar libros del polvo y el olvido de una biblioteca personal y encontrarles nuevos lectores.
En mi visita encuentro varios libros que estaba buscando hacía tiempo. Entre ellos: Retrato del artista cachorro, de Dylan Thomas, por $50; Santuario, de William Faulkner, también por $50; Relatos, de Beckett, por $90.
Son las seis y media de la tarde, los veladores encendidos ahora destacan más porque afuera empieza a oscurecer. Pago los libros que compré, saludo a Patricio y al salir, me quedo un momento mirando los que están exhibidos en el estante pequeño de la vidriera. Decido que voy a volver a entrar ahora mismo. Es que uno de esos libros me está mirando.