Por Maumy González
Leer Puno es sumergirse en la historia de Francesca María Ángela Stefanelli, una adolescente italiana de 14 años que debe migrar a la Argentina a principios del siglo XX. Con una prosa implacable y al mismo tiempo sensible Natalia Brandi nos sumerge en esta novela vital, colmada de una melancolía entrañable, a prueba de indiferentes. Le hice algunas preguntas a la autora acerca de la construcción de Puno, su primera novela, recién editada por Expreso Nova que se presentará el jueves 12 de noviembre en el Hotel City Bell, Diagonal 93 e/ 13a y 13b, City Bell, La Plata.
¿Cómo surgió la idea de Puno? ¿Por qué su historia?
Puno, como toda historia primaria, surgió a medida que surgía yo misma porque crecí escuchando las historias que mi abuela me contaba sobre su llegada Buenos Aires. Como dice Héctor Tizón: «Uno es siempre lo que los demás, los hechos y los hombres, sus antepasados y sus contemporáneos han contribuido a hacer». Entonces, uno conoce el mundo, a priori, a través de las historias que nos narran en la casa, en general las mujeres. Aunque nunca las anécdotas fueron contadas de la misma forma. En mi caso, la historia mutaba en ficción y tomaba la forma que la narradora, mi abuela, quería. Así, escribir Puno fue consolidarme como persona. Fue una acción epifánica, el primer paso necesario para constituirme como escritora.
Entonces hay una relación directa entre Puno y tu historia familiar, ¿de ahí la selección de principios XX para ambientar la novela?
Como te contaba antes, al decidir escribir la historia de mis antepasados inmigrantes, tuve que situar la historia en el contexto histórico de 1920 a 1940. Fue muy divertido y estimulante, porque tuve que mudarme con la imaginación a esos tiempos.
Hay muchas referencias históricas en la novela. ¿Cómo hiciste para construir o hilvanar los hechos? ¿Cómo te documentaste? ¿Hubo alguna investigación previa?
Empecé por buscar la lista de pasajeros del barco en el que viajó Puno. ¡Comprobé que existía el mozo del que me hablaban! No puedo olvidarme la enorme ayuda de Leopoldo Brizuela, cada vez que leía mis borradores iba a su biblioteca y me traía algún libro. Así fue como leí a Mercé Rodoreda, Natalia Ginzburg; El Jardín de los Finzi Contini y ensayos sobre los barcos de los años ’20. Recurrí a diarios de la década del ’30 para situarme en aquel Buenos Aires y su contexto político, además de leer libros sobre la vida porteña de los italianos de esa época.
¿Cómo fue el proceso de construcción del personaje de Puno?
Como primera medida decidí grabar a mi abuela, registrar nuestras charlas. Fue muy interesante tener el registro de su voz porque me permitió entender los silencios del relato, más allá de la historia. La entonación de su voz, la emoción en cada recuerdo evocado. Tuve en mis manos las cartas que ella guardaba de sus padres. Conversé, además, mucho con su hermana. Ambas vivieron lúcidamente hasta los 100 años. Luego, gracias a mi maestro Leopoldo Brizuela aprendí a descubrir qué hay de falso en las historias familiares porque allí radica lo interesante de contar. Durante mucho tiempo, cada consigna que me era dada en los talleres de escritura la usaba para Puno y sus historias. Intuitivamente sabía que se escondía una novela en mí.
¿Cuánto tiempo te llevó escribir la novela?
La novela me llevó mucho tiempo psíquico y menos tiempo físico. Tuve que vencer el miedo a caer en el cliché de la historia de inmigrantes. Hasta que entendí, como dice Liliana Bodoc en el prólogo, que «la literatura está habilitada, y hasta obligada, a volver una y otra vez sobre los temas primarios: el amor, la muerte, los viajes… Sin ellos, la literatura no tendría razón de ser. Me atrevo a decir que sin ellos, ni siquiera el lenguaje lo tendría». Al principio, como toda escritora novel, escribía en los ratos que le robaba a mis obligaciones familiares. Era feliz en verano porque, con las vacaciones, llegaba el tiempo de zambullirme en la novela. Conforme ella tomaba cuerpo yo le dedicaba más tiempo. Juntar el material, escribir fragmentos, diseñar los personajes me llevó un par de años. Luego, cincelar la estructura y transformar ese material en novela, fue más rápido. Después vino el tiempo de la corrección que implicó año y medio.
¿Qué autores han influenciado tu escritura?
Admiro mucho a Natalia Ginzburg, su prosa tan despojada de intelectualismo, a pesar de haber vivido en un ámbito altamente intelectual y con una fuerte impronta política. El modo de contar su pensamiento y sus ideales desde lo cotidiano, desde la vida simple de las personas, me atrapa.
Hay autores como Virginia Woolf, Clarice Lispector, Silvina Ocampo, Hebe Uhart, Angélica Gorodischer, Griselda Gambaro, Marguerite Yourcenar que me cautivaron como lectora desde chica y me llevaron al mundo de la narrativa tan profundamente que me fue imposible salir de ellas igual que cuando entré. Más tarde me interesé por Raymond Carver, Carson McCullers, Flannery O’Connor, como resultado de mi búsqueda de autores que me abrevaran y me ofrecieran herramientas para mi propia escritura.
¿Qué viene después de Puno?
Ahora estoy escribiendo la historia de un amor platónico sostenido desde las redes sociales. Y despunto el vicio escribiendo cuentos que surgen a partir de las consignas que doy en mis talleres. ¡Me entusiasmo tanto como mis alumnos!