Por Cynthia Rimsky
En Europa es tan barato viajar en las compañías aéreas low cost y tan caro viajar en tren que, paradójicamente, solo las personas adineradas se desplazan a ras del suelo. Los aeropuertos están llenos de estudiantes, inmigrantes, turistas de bajo presupuesto, trabajadores que ganan el mínimo. Sus magros equipajes indican estadías breves; descartando a los turistas y a los que visitan familiares enfermos o de aniversario, el otro motivo para cambiar de país es el trabajo.
El viaje se ha convertido en un desplazamiento: en Metro hacia el aeropuerto, del aeropuerto en Metro al hotel o a la reunión, en Metro de regreso al aeropuerto, del aeropuerto a la casa u oficina. Cuando los pasajeros no están escribiendo en sus computadores personales, escuchan música en su I pod, conversan por el móvil o consultan internet. Los trayectos se hacen por el subsuelo o en forma virtual. Si por una casualidad, el Metro sale a la superficie o el día está despejado cuando el avión desciende, entonces llega a asomarse por la ventana brevemente, un paisaje.
El paisaje se ha convertido en un lujo para los que pueden costearlo. Ni siquiera así. Tuve la oportunidad de viajar en tren entre el aeropuerto Charles de Gaulle y Poitiers. Estando arriba de un tren, no tuve la experiencia de viajar en tren. La velocidad que alcanzan impide que la mirada descanse en el paisaje que hay al otro lado; resulta tan cansador para la vista ir detrás de la velocidad que prontamente se deja de mirar hacia afuera. Los pasajeros cierran los ojos, los fijan en la pantalla del computador o del móvil. Del trayecto queda grabado en la memoria solo lo virtual.
Durante mis desplazamientos por Europa tuve la sensación de que me faltaba algo valioso. No supe qué era hasta que en México abordé un autobús, el primero en dos meses. Pedí un asiento junto a la ventana y me dispuse a descubrir qué extrañaba. ¿Acaso no es más cómodo y rápido viajar en avión o en tren?, ¿acaso no tienen los aviones la ventaja de que por su precio se puede viajar más y más lejos?, ¿qué se pierde al viajar en avión o en tren rápido?
Saliendo de Ciudad de México, veo buses viejos que deben tener prohibido circular adentro, veo casas arriba de los cerros, vulcanizaciones, canchas de baby fútbol de tierra como las que hay a la salida de Santiago por Pudahuel, camiones de basura, techos de lata, piedras para que las latas no se vuelen, depósitos de postes, un arroyo sembrado de desperdicios, una torre de alta tensión, ropa colgando, una carpa de circo, segundos pisos a medio edificar, un hotel de muros rosados. Me interrumpen los muros sucios de un paso bajo nivel, crece la maleza, no pasa nadie, un depósito de chatarra… todo lo que se vuelve inservible en la ciudad viene a dar a las afueras, ¿creerán los habitantes de las afueras que con los desechos es posible construir un símil del adentro? Poblaciones de casas nuevas, como cárceles rodeadas de muros, con ventanas enrejadas, cuadras de casas iguales al borde de la carretera, en las afueras de Santiago, en las afueras de México o de Lisboa. El bus deja atrás la ciudad y sus afueras, brota una huerta, cipreses, aparecen carteles escritos a mano anunciando barbacoas. Me preguntó qué será una barbacoa. No vi ninguna en el DF. Letreros camineros con nombres de pueblos que no aparecen en el mapa. Cuántas veces he sentido deseos de entrar a uno o a todos. Al lado de un basurero, crecen chabolas de cartón, un padre y un hijo caminan entre los matorrales sin noción de que un día el hijo recordará al padre por ese camino que hacían juntos; un cementerio, barbacoa El cuñado Sauza, El jefe; un cordero en el jardín de una casa, la línea del tren que dejó de pasar y junto al abandono, tierra pelada, cerros, un hombre que guía unas cabras, barcaboa El Hidalgueño, una animita con flores secas, el viento agita los pimientos, un caballo come pasto seco, una niña sentada junto a dos ovejas, un letrero anuncia que se vende terreno, barbacoa con pulque El jefe de los jefes, La güera, un neumático, una familia haciendo picnic junto a su automóvil en un sitio sin árboles, un letrero que anuncia cuántos kilómetros faltan para llegar a mi destino, una franja de tierra recién arada y lista para sembrar, otra con los rastrojos de la siembra pasada. A las barbacoas se suman las tortillas de comal, las quesadillas y los pastes. ¿Qué serán los Pastes? En el camino a Real del Monte pululan los letreros de Pastes. Imagino que se trata de una masa originaria de ese pueblo o de la región, ¿ dulce o salada? Al abrirse las puertas del autobús, entra un penetrante aroma a mantequilla que me recuerda las galletas de mi abuela, la mantequilla derretida en el pan amasado, la mezcla de azúcar y mantequilla que robaba con el dedo mientras la batían. A medida que camino por la calle principal, el olor se hace más y más envolvente. Sin aguantar más, entro a un local y pido un paste. Todo esto es lo que uno se pierde cuando viaja a gran velocidad, por querer viajar más y más lejos, se termina viajando menos.