Por Cynthia Rimsky
Carlos Puccio me contó en los años 90 que estaba yendo a filmar a Gualliguaica, un pequeño pueblo del valle que sería inundado por 200 millones de metros cúbicos de agua, provenientes del Río Elqui.
El embalse Puclaro fue presentado como un proyecto que solucionaría la falta de agua de los agricultores de la zona. Sería interesante saber quiénes eran los agricultores, cómo fue cambiando de mano la tierra desde que surgió la idea de poner allí una represa, quién tuvo información de que el embalse estaría en Gualliguaica y no en otro lugar, cuánto alcanzó a comprar y cuánto ganó en la especulación.
Puclaro fue presentado a la comunidad de Guallihuica como un gran proyecto de desarrollo que traería beneficios al valle y también a ellos; se les pedía un sacrificio por Chile. Aún así no cualquiera puede presentarse ante un pueblo para pedirles que dejen el árbol de la plaza, la calle de las buganvilias, los lugares de sombra, la iglesia donde se casó la abuela, la madre y la hija, ¡que no se ha casado!, sus casas, el cementerio, el gallinero, las tumbas clandestinas donde los niños enterraron a sus gatos.
La reunión debió contar con la presencia del alcalde, alguien de la Intendencia regional y, dependiendo de cómo se presentara la oposición, para imponer más poder, un funcionario menor de Santiago. Junto a ellos, el representante de la sociedad nacional de agricultura, los “agricultores” y el pueblo al que hay que convencer.
En las notas periodísticas leo que los habitantes de Gualliguaica se organizaron para evitar la desaparición del pueblo. Si tomo distancia veo la reunión por la noche en la iglesia con gaseosa y la reunión en la oficina de Santiago con aire acondicionado, video conferencia, cafés y línea abierta con senadores, ministros. Las mismas notas dicen que, en respuesta a la petición del pueblo, aceptaron refundarlo en una nueva ubicación sobre las aguas del tranque. Los técnicos vinieron, midieron, calcularon, promediaron, y al cabo de unos meses entregaron un informe que concluyó con que nueva Gualliguaica sería idéntica a la antigua Guallihuaica. Y para terminar de convencerlos, se les dijo que serían “el primer pueblo del siglo XXI” y fijaron la inauguración para el 1 de enero 2000.
Las imágenes captadas por el documentalista Carlos Puccio y la exposición fotográfica de Marian Salamovich (la fotografía que acompaña esta columna es parte de su exposición), me hicieron entender de forma sensible lo que puede ser para un grupo de personas abandonar un lugar contra su voluntad, por medio de engaños, y para favorecer a personas con poder político o económico, que creen en la ideología del desarrollo; me parece que estoy escribiendo sobre Auschwitz.
Por supuesto, nueva Gualliguaica está muy lejos de parecerse a la vieja Guailliguaica. La única manera de entender lo que hicieron con estas 140 familias que se sacrificaron por Chile es imaginarse a un tipo en una oficina al que le dicen: “ tienes que ubicar a 140 familias en este lugar, arréglate como puedas viejo y sin gastar muchas lucas”. Las casas están distribuidas en cuatro cuadras a modo de “damero”. Esto quiere decir que echaron mano a una cuadrícula, o sea, cuatro líneas paralelas en medio de la nada. No se les ocurrió ver fotografías del pueblo antiguo, no sólo de su iglesia de 1757 y su estación de trenes de 1897, sino de la forma en la que esas 140 familias habitaban el pueblo, sus costumbres, sus rutinas, la necesidad de una sombra para juntarse al mediodía, cuando salen de compras, o después del trabajo, el árbol donde trabajaba el reparador de bicicletas, las piedras en las que se sentaban a conversar, el saber acumulado y el enterrado.
En la fosa que luego taparon las aguas quedaron las casas de adobe, el árbol de la plaza, el gallinero, el fogón, los restos de los diaguitas que vivieron ahí en 1560, el Canal de regadío Yungay construido en 1850, la estación de ferrocarriles que formaba parte del Ramal La Serena- Rivadavia, la escuela básica construida en 1938, los doce cuerpos de los pasajeros que murieron en la tragedia ferroviaria de 1971.
Desde el 2009 que el nivel del embalse comenzó a descender. En el 2011 reapareció estilando y en ruinas el viejo Gualliguaica. Este año el nivel del agua llega al 15,7% de su capacidad. Me pregunto si los habitantes del pueblo presienten el engaño.
Pedro Santander, en su columna Valle del Huasco; la última frontera, explica que el Huasco es el último valle hacia el norte que tiene agua. Una parte del agua la ocupan las mineras extranjeras y la otra parte es para las empresas productoras y exportadoras de extranjeros y chilenos, muchos de ellos políticos o asociados a partidos y que roban ilegal o legalmente el agua de las comunidades. Hace años que están acusados dos importantes políticos, uno de ellos, Ministro.
En la discusión que se ha dado esta semana sobre los derechos humanos, me gustaría agregar que también el agua es un derecho humano.