Por Philip K. Dick
Una vez escribí una historia sobre un hombre que fue herido y llevado al hospital. Cuando comenzaron a operarle descubrieron que era un androide, no un humano, pero él no lo sabía. Tuvieron que decírselo. De repente, el señor Garson Poole descubrió que su realidad consistía en una cinta agujereada que iba de bobina en bobina dentro de su pecho. Fascinado, comenzó a rellenar y a añadir nuevos agujeros. Inmediatamente, su mundo cambió. Una bandada de patos voló por la habitación cuando abrió un nuevo agujero en la cinta. Finalmente cortó la cinta por completo, y el mundo desapareció. De hecho, también desapareció para el resto de personajes de la historia… lo cual no tiene sentido, si lo piensas. A no ser que los demás personajes fuesen ficciones de su cinta de fantasía agujereada. Lo que yo supongo que eran.
Siempre fue mi esperanza cuando escribía novelas y relatos que preguntasen “¿Qué es la realidad?”, encontrar algún día la respuesta. También era la esperanza de la mayoría de mis lectores. Pasaron los años. Escribí unas treinta novelas y un centenar de relatos, y todavía no entiendo qué es real. Un día una estudiante de Canadá me pidió que le definiese la realidad, para un trabajo que estaba escribiendo para su clase de filosofía. Ella quería una respuesta de una frase. Lo pensé y finalmente contesté, “La realidad es aquello que no desaparece cuando dejas de creerlo”. Eso fue todo lo que pude conseguir. Esto se remonta a 1972. Todavía no he conseguido una respuesta más exacta.
Pero esto es un problema de verdad, no sólo un juego intelectual. Porque hoy vivimos en una sociedad en la que falsas realidades son manufacturadas por los medios, gobiernos, grandes corporaciones, grupos religiosos y políticos – y existe el soporte electrónico por el que enviar estos pseudo-mundos a la mente del lector, el espectador, el oyente. A veces, cuando veo a mi hija de once años ver la televisión, me pregunto qué le están enseñando. El problema de la interpretación; considéralo. Un niño pequeño ve un programa de televisión hecho para adultos. Probablemente no entienda la mitad de lo que se dice o se hace en el programa. Quizás no entiende nada. Y el quid es, ¿cuán verídica es de cualquier forma esa información, incluso si el chico la entendiera? ¿Qué relación hay entre la situación normal de una comedia de televisión y la realidad? ¿Y qué hay de las series policíacas? Los coches están continuamente fuera de control, chocándose y ardiendo. Los policías siempre son los buenos, siempre ganan. No pases por alto este detalle: Los policías siempre ganan. Qué lección ésta. No deberías enfrentarte a la autoridad, e incluso si lo haces, saldrás perdiendo. La idea es, Sé pasivo. Y – coopera. Si el oficial Baretta te pide información, dásela, porque el oficial Baretta es un hombre bueno en el que se puede confiar. Él te quiere, y tú deberías quererle a él.
Así pues pregunto en mi obra ¿Qué es real? Porque incesantemente somos bombardeados con pseudo-realidades creadas por gente muy sofisticada que usa mecanismos electrónicos muy sofisticados. Yo no desconfío de sus motivos; desconfío de su poder. Tienen mucho de eso. Y es un poder sorprendente: el de crear universos enteros, universos mentales. Necesito saber. Yo hago lo mismo. Mi trabajo es el de crear universos, como base de una novela tras otra. Y los tengo que construir de tal forma que no se destruyan dos días después. O al menos eso es lo que mis editores esperan. De cualquier modo, os revelaré un secreto: me gusta construir universos que se destruyan. Me gusta ver cómo se despegan, y me gusta ver cómo los personajes de la novela luchan contra este problema. Amo el caos a escondidas. Debería haber más. No creáis – y hablo más serio que un muerto al decir esto-, no asumáis que el orden y la estabilidad son siempre buenos, en una sociedad o en un universo. Lo viejo, lo osificado, debe dejar pasar a la nueva vida y al nacimiento de nuevas cosas. Antes de que lo nuevo nazca, lo viejo debe morir. Es una comprensión peligrosa, porque nos dice que tarde o temprano debemos acabar con mucho de lo que nos es familiar. Y eso duele. Pero es parte del secreto de la vida. A no ser que nos podamos acomodar psicológicamente a los cambios, empezamos a morir sin remedio. Lo que estoy diciendo es que los objetos, las costumbres, los hábitos y los modos de vida deben morir para que los auténticos seres humanos puedan vivir. Y el auténtico ser humano, el que más importa, el útil, elástico organismo que puede rebotar para atrás, absorber, y combatir con lo nuevo.
Por supuesto, yo diría esto, porque vivo cerca de Disneyland, y siempre están añadiendo nuevas atracciones y destruyendo las antiguas. Disneyland es un organismo que evoluciona. Durante años tuvieron el Lincoln Simulacrum, como si el mismo Lincoln no fuese más que una forma temporal cuya materia y energía se tomase y se perdiese. Lo mismo es cierto para cada uno de nosotros, guste o no.
El filósofo presocrático griego Parménides enseñaba que las únicas cosas reales eran aquéllas que nunca cambiaban… y el filósofo presocrático griego Heráclito enseñaba que todo cambia. Si superpones estos dos puntos de vista, se obtiene este resultado: nada es real. Hay un fascinante paso siguiente en esta línea de pensamiento: Parménides pudo no haber existido nunca porque envejeció y murió y desapareció, así pues, de acuerdo con su propia filosofía, no existió. Y Heráclito pudo haber estado en lo cierto –No olvidemos esto; así que si Heráclito tenía razón, entonces Parménides existió, luego, según la filosofía de Heráclito, quizás Parménides tenía razón, pues Parménides cumplía todas las condiciones, el criterio, según las cuales Heráclito consideraba las cosas reales.
Ofrezco esto simplemente para demostrar que tan pronto como empiezas a preguntarte qué es real en último término, empiezas a decir cosas sin sentido. Zen probó que el movimiento era imposible, (realmente él sólo creía que lo había probado; lo que demostró se llama técnicamente “teoría de los límites”). David Hume, el mayor escéptico de todos, una vez dijo que tras una reunión de escépticos llegó a proclamar la veracidad del escepticismo como teoría; todos los miembros de la reunión sin excepción salieron por puertas y ventanas. Veo lo que Hume quería decir. Sólo eran palabras. Ninguno de los solemnes filósofos se tomaba en serio lo que decían.
Pero yo considero el hecho de definir lo que es real –que es un tema serio, incluso un tema vital. Y en algún lugar se encuentra el otro tema, la definición del hombre auténtico. Porque el bombardeo de pseudo-realidades rápidamente comienza a producir hombres de mentira, hombres falsos – tan falsos como los datos que les presionan desde todos los flancos. Mis dos temas favoritos son realmente uno sólo; se unen en este punto. Falsas realidades crearán falsos humanos. O falsos humanos crearán falsas realidades y se las venderán a otros humanos, volviéndolos a su vez falsificaciones de sí mismos. Así que nos encontramos con falsos humanos inventando falsas realidades y después colocándoselas a otros falsos humanos. Simplemente es una versión muy ampliada de Disneyland. Puedes tener el Paseo Pirata o el Lincoln Simulacrum o el Paseo Salvaje del Señor Toad – Puedes tenerlos todos, pero ninguno es de verdad.
En mis escritos me interesé tanto por lo falso que finalmente alcancé una definición de falsas falsedades. Por ejemplo, en Disneyland hay pájaros falsos, que funcionan mediante motores eléctricos, que emiten graznidos y gorjeos cuando pasas junto a ellos. Supón que una noche todos nosotros nos colamos en el parque con pájaros de verdad y los cambiamos por los artificiales. Imagina el horror que los oficiales de Disneyland sentirían al descubrir el cruel engaño. ¡Pájaros de verdad! Y quizás algún día incluso hipopótamos y leones de verdad. Consternación. El parque siendo astutamente transmutado de lo irreal a lo real por fuerzas siniestras. De hecho, ¿te imaginas el Matterhorn convertido en una genuina montaña cubierta de nieve? ¿Y si todo el lugar fuese, por un milagro del poder y sabiduría de Dios, cambiado, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, en algo incorruptible? Tendrían que clausurarlo.
En el Timeo de Platón, Dios no creó el Universo, como el Dios de los cristianos; Simplemente se lo encuentra un día. Se halla en un estado de total caos. Dios comienza a trabajar para transformar el caos en orden. La idea me gusta, y la he adaptado para que supla mis propias necesidades intelectuales: ¿Y si todo el Universo comenzase como algo no tan real, como una ilusión, como la religión hindú enseña, y Dios, sin amor ni amabilidad para nosotros, lo está transformando lentamente, lenta y secretamente, en algo real?
No nos daríamos cuenta de esta transformación, pues no nos dimos cuenta de que nuestro mundo era una ilusión al principio. Técnicamente ésta es una idea gnóstica. El gnosticismo es una religión que unió a judíos, cristianos y paganos durante algunas cientos de años. Me han acusado de mantener ideas gnósticas. Supongo que lo hago. Hace algún tiempo me habrían quemado. Pero algunas de sus ideas me intrigan. Una vez, mientras buscaba gnosticismo en la Britannica, encontré una referencia a un código gnóstico llamado El Dios Irreal y los Aspectos de Su Universo Inexistente, una idea que me hizo reír inevitablemente. ¿Qué tipo de persona escribiría sobre lo que sabe que no existe, y cómo puede algo inexistente tener aspectos? Pero entonces me di cuenta de que había estado escribiendo sobre esos temas durante veinticinco años. Supongo que hay un gran margen en lo que puedes decir cuando escribes sobre algo que no existe. Un amigo mío publicó una vez un libro llamado Las serpientes de Hawai. Algunas bibliotecas le escribieron pidiendo copias. Bueno, no hay serpientes en Hawai. Todas las páginas de su libro eran nada.
Por supuesto, en la ciencia-ficción no hay pretensión alguna de que los mundos descritos sean reales. Es por lo que la llamamos ficción. Al lector se le ha advertido de antemano que no crea lo que está leyendo. Igualmente es verdad que los visitantes de Disneyland comprenden que el Señor Toad realmente no existe y que los piratas están animados por motores y mecanismos servoasistidos, relés y circuitos electrónicos. Así que no se produce ninguna decepción.
Pero lo extraño es que, de algún modo, algún modo real, gran parte de lo que aparece bajo el título de “ciencia-ficción” es verdad. Puede no ser literariamente cierto, supongo. Realmente nunca hemos sido invadidos por criaturas de otro sistema estelar, como aparece en Encuentros en la Tercera Fase (Close Encounters of the Third Kind). Los productores de esa película nunca pretendieron que nos lo creyéramos. ¿O no?
Y, más importante, si pretendían hacerlo, ¿es realmente cierto? Ahí está el quid: no, ¿lo creen el autor o el productor, pero – ¿Es verdad? Porque, por algún accidente, en la búsqueda de un buen argumento, un autor o productor o guionista de ciencia- ficción podrían adentrarse en la verdad… y sólo más tarde darse cuenta de ello.
La herramienta básica para la manipulación de la realidad son las palabras. Si puedes controlar el significado de las palabras, puedes controlar a la gente que debe usar esas palabras. George Orwell dejó esto bien claro en su novela 1984. Pero otro modo de controlar las mentes de las personas es controlar sus percepciones. Si puedes conseguir que vean el mundo como tú lo ves, ellos pensarán de la misma forma que tú lo haces. La comprensión sigue a la percepción. ¿Cómo consigues que vean la realidad como tú la ves? Después de todo, es sólo una realidad entre muchas. Las imágenes son un componente básico: escenas. Ésta es la razón por la que el poder de la televisión para influir mentes jóvenes es tan asombrosamente grande. Las palabras y las imágenes están sincronizadas. La posibilidad del control total del telespectador existe, especialmente en los telespectadores jóvenes. Ver la televisión es una forma de aprender mientras se duerme. Un electroencefalograma de una persona que está viendo la televisión muestra que tras aproximadamente media hora el cerebro decide que no está ocurriendo nada, y pasa a un estado de adormilamiento hipnótico, emitiendo ondas alpha. Esto se produce debido al poco movimiento ocular. Además, gran parte de la información es gráfica y por tanto pasa al hemisferio derecho del cerebro, en lugar de ser procesado por el izquierdo, donde se halla la personalidad consciente. Experimentos recientes indican que gran parte de lo que vemos en la pantalla de la televisión lo recibimos en una base subliminal. Sólo imaginamos que vemos lo que hay ahí. El grueso de la información elude nuestra atención; literalmente, tras unas horas de ver la televisión, no sabemos qué hemos visto. Nuestros recuerdos son falsos, como los de los sueños; el vacío se llena retrospectivamente. Y falsificado. Hemos participado sin saberlo en la creación de una falsa realidad, y entonces nos la hemos dado forzadamente a nosotros mismos. Hemos colaborado en nuestra propia perdición.
Y – y lo digo como un escritor profesional de ciencia-ficción – los productores, guionistas y directores que crean esos mundos audiovisuales no saben qué parte de lo que contienen es verdadero. En otros mundos, hay víctimas de sus productos, contando con nosotros. Hablando por mí mismo, yo no sé qué parte de lo que he escrito es verdad, o qué partes (si lo es alguna), son verdaderas. Ésta es una situación potencialmente letal. Tenemos ficción que imita a la verdad y verdad que imita a la ficción. Tenemos una peligrosa yuxtaposición, un peligroso borrón. Y con toda probabilidad no es deliberado. De hecho, esto es parte del problema. No se puede obligar a un autor a que etiquete su producto, como en una lata de pudding cuyos ingredientes están anotados en la etiqueta… no se le puede obligar a decir qué parte es verdad y cuál no si ni él mismo lo sabe.
Es una experiencia sobrecogedora escribir algo en una novela, creyendo que es pura ficción, y ver más tarde – quizás años más tarde – que es cierto. Me gustaría poneros un ejemplo. Es algo que yo no entiendo. Quizás podáis alcanzar una teoría. Yo no puedo.
En 1970 escribí una novela llamada Fluyan Mis Lágrimas, Dijo el Policía. Uno de los personajes es una chica de diecinueve años llamada Kathy. Su marido se llama Jack. Kathy parece trabajar para el mundillo criminal, pero más tarde, según leemos más profundamente en la novela, descubrimos que realmente trabaja para la policía. Ella mantiene relaciones con un inspector de policía. El personaje es pura ficción. O al menos así lo creía.
De cualquier modo, en el Día de Navidad de 1970, conocí a una chica llamada Kathy – esto fue tras terminar la novela, se entiende. Tenía diecinueve años. Su novio se llamaba Jack. Y pronto descubrí que Kathy era traficante de drogas. Pasé meses intentando conseguir que dejara de vender drogas; le estuve advirtiendo una y otra vez que la cogerían. Entonces, una tarde cuando entrábamos en un restaurante juntos, Kathy se paró y dijo, “No puedo entrar”. Sentado en el restaurante había un inspector de policía al que yo conocía. “Tengo que decirte la verdad,” dijo Kathy. “Estoy manteniendo relaciones con él”.
Ciertamente son extrañas coincidencias. Quizás hubo precognición. Pero el misterio se vuelve incluso más sorprendente; lo que sigue me desconcierta completamente. Lo ha hecho durante cuatro años.
En 1974 la novela se publicó en Doubleday. Una tarde estaba hablando con mi sacerdote – soy episcopal – y se me ocurrió comentarle una importante escena de cerca del final del libro en la que el personaje Felix Buckman conoce a un extraño negro en una gasolinera nocturna, y comienzan a hablar. Según le describía la escena con más detalle, mi sacerdote estaba cada vez más agitado. Finalmente dijo, “¡Ésa es una escena del Libro de los Hechos, de la Biblia! En Hechos la persona que se encuentra al hombre negro se llama Philip – tu nombre”. El Padre Rasch estaba tan sorprendido por el parecido que ni siquiera pudo localizar la escena en su Biblia. “Lee los Hechos”, me dijo. “Y estarás de acuerdo. Es igual hasta en detalles específicos”.
Me fui a casa y leí la escena de los Hechos. Sí, el Padre Rasch tenía razón; la escena de mi novela era una obvia repetición de la escena de los Hechos… y yo nunca había leído los Hechos, debo admitirlo. Pero otra vez el puzzle es más complejo. En los Hechos, el alto oficial romano que arrestaba e interrogaba a San Pablo se llamaba Felix – el mismo nombre que mi personaje. Y mi personaje Felix Buckman es un coronel de policía de alto rango; de hecho, en mi novela él tiene el mismo oficio que el Felix del libro de los Hechos: la autoridad final. Hay una conversación en mi novela que se parece mucho a la conversación entre Felix y Pablo.
Bueno, decidí intentar encontrar otras similitudes. El personaje principal de mi novela se llama Jason. Conseguí un índice de la Biblia y miré a ver si alguien llamado Jason aparecía en algún lugar de la Biblia. No podía recordar ninguno. Bueno, un hombre llamado Jason aparece una vez y sólo una en la Biblia. Es en el Libro de los Hechos. Y, como para atormentarme aún más con las coincidencias, en mi novela Jason huye de las autoridades y se refugia en casa de una persona, y en Hechos el hombre llamado Jason aloja a un fugitivo de la ley en su casa – una inversión exacta de la situación de mi novela, como si un misterioso espíritu responsable de todo esto estuviese pasando un buen rato con ello.
Felix, Jason, y el encuentro en la carretera con el hombre negro que era un completo extraño. En Hechos, el discípulo Philip bautiza al hombre negro, quien entonces se aleja regocijándose. En mi novela, Felix Buckman se acerca al hombre negro para buscar apoyo emocional, porque la hermana de Felix Buckman acaba de morir y él está hundiéndose psicológicamente. El hombre negro aleja los espíritus de Buckman y aunque Buckman no se aleja regocijándose, al menos sus lágrimas han dejado de caer. Había volado a casa, lamentando la muerte de su hermana, y tuvo que acercarse a alguien, cualquiera, incluso un absoluto desconocido. Es un encuentro entre dos desconocidos en la carretera que cambia la vida de uno de ellos – tanto en mi novela como en Hechos. Y un apunte final para el trabajo del misterioso espíritu: el nombre Felix es la palabra latina para “feliz”. Lo que yo no sabía cuando escribí la novela.
Un estudio cuidadoso de mi novela muestra que por razones que no puedo ni empezar a explicar me las había apañado para relatar algunos incidentes básicos de un libro particular de la Biblia, e incluso tomado los nombres correctos. ¿Qué podría explicar esto? Hace cuatro años que descubrí todo esto. Durante cuatro años he intentado llegar a una teoría y no lo he hecho. Dudo que llegue a hacerlo.
Pero el misterio no había terminado ahí, como yo había imaginado. Hace dos meses iba andando al buzón de correos por la noche para enviar una carta, y también para disfrutar de la vista de la Iglesia de San José, que se encuentra tras el edificio de mi apartamento. Vi a un hombre dando vueltas sospechosamente alrededor de un coche aparcado. Parecía que estaba intentando robar el coche, o quizás algo de su interior; cuando regresaba del buzón, el hombre se escondió tras un árbol. Por un impulso me acerqué a él y le pregunté, “¿Hay algún problema?”
“Me he quedado sin gasolina,” dijo el hombre. “Y no tengo dinero.”
Increíblemente, puesto que nunca había hecho esto antes, saqué mi cartera, tomé todo el dinero de ésta, y se lo di. Entonces él me dio un apretón de manos y me preguntó dónde vivía, para que pudiese devolverme el dinero más tarde. Regresé a mi apartamento, y entonces me di cuenta de que el dinero no le serviría de nada, pues no había ninguna gasolinera donde ir andando. Así pues regresé, en mi coche. El hombre tenía una lata de gasolina de metal en el maletero de su coche, y, juntos, fuimos en mi coche a una gasolinera nocturna. Pronto estuvimos allí, dos desconocidos, mientras el encargado llenaba la lata de gasolina. De repente me di cuenta de que ésta era la escena de mi novela – la novela escrita ocho años atrás. La gasolinera nocturna era exactamente como yo la había visto en mi ojo interior cuando escribí la escena – la parpadeante luz azul, el encargado – y en ese momento observé un detalle que no había visto antes. El extraño al que estaba ayudando era negro.
Fuimos de vuelta a su coche cargados con la gasolina, nos dimos un apretón de manos, y entonces volví a mi edificio de apartamentos. No volví a verle. No podía devolverme el dinero porque yo no le había dicho cuál de los muchos apartamentos era el mío o cuál era mi nombre. Estaba demasiado asombrado por la experiencia. Había vivido literalmente una escena completa tal y como aparecía en mi novela. Lo que viene a ser, que viví una especie de réplica de la escena de los Hechos en la que Philip se encuentra con el hombre negro en el camino.
¿Qué podría explicar todo esto?
La respuesta a la que he llegado puede no ser correcta, pero es la única que tengo. Tiene que ver con el tiempo. Mi teoría es: En cierto sentido, el tiempo no es real. O quizás es real, pero no como nosotros lo experimentamos o imaginamos que es. Yo tenía la aguda, abrumadora certeza (y todavía la tengo) de que a pesar de los cambios que vemos, una zona específica y permanente subyace bajo el mundo de cambio: y que esa invisible zona subyacente es la de la Biblia; éste, específicamente, es el periodo inmediatamente posterior a la muerte y resurrección de Cristo; éste es, en otras palabras, el periodo de tiempo del Libro de los Hechos.
Parménides estaría orgulloso de mí. He observado un momento en continuo cambio y declarado que bajo éste subyace lo eterno, lo inalterable, lo absolutamente real. ¿Pero cómo hemos llegado a esto? Si el tiempo real es más o menos el 50 d.C., ¿por qué vemos el 1978 d.C.? Y si realmente estamos viviendo en el Imperio Romano, en algún lugar de Siria, ¿por qué vemos los Estados Unidos?
Durante las Edad Media, surgió una curiosa teoría, que ahora os presentaré, pues merece la pena. Es la teoría de que el Maligno – Satán – es el “Mono de Dios”. Que crea imitaciones falsas de la creación, de la auténtica creación de Dios, y que las cambia por la auténtica creación. ¿Ayuda esta extraña teoría a explicar mi experiencia? ¿Vamos a creer que estamos engañados, que estamos engatusados, que no es 1978 d.C. sino 50 d.C…. y que Satán ha entretejido una realidad simulada para menoscabar nuestra fe en el regreso de Cristo?
Me puedo imaginar siendo examinado por el psiquiatra. El psiquiatra dice, “¿En qué año estamos?” Y yo contesto, “50 d.C.”. El psiquiatra parpadea y entonces pregunta, “¿Y dónde estás?” Yo contesto, “En Judea”. “¿Dónde cuernos está eso?” pregunta el psiquiatra. “Es una parte del Imperio Romano”, tendría que contestar. “¿Sabes quién es el Presidente?” preguntaría el psiquiatra, y yo contestaría, “El Procurador Félix”. “¿Estás seguro de eso?” diría el psiquiatra, mientras hace una señal disimulada a dos enormes psicotécnicos. “Sí”, tendría que contestar. “Excepto que Félix ha descendido y ha sido remplazado por el Procurador Festus. Ya ves, San Pablo fue capturado por Félix por -” “¿Quién le dijo todo eso?” interrumpiría el psiquiatra, irritadamente, y yo contestaría, “El Espíritu Santo”. Y tras esto me encontraría en una habitación de goma, espiando fuera, y sabiendo exactamente cómo llegué hasta allí.
Todo en esa conversación sería cierto, en cierto sentido, pero palpablemente incierto en otro. Yo sé perfectamente bien que la fecha es 1978 y que Jimmy Carter es el Presidente y que vivo en Santa Ana, California, en los Estados Unidos. Incluso sé cómo llegar desde mi apartamento a Disneyland, un hecho que no parece que pueda olvidar. Y seguramente no existía ningún Disneyland en tiempos de San Pablo.
Así pues, si me esfuerzo en ser muy racional y razonable, y todas esas otras cosas buenas, debo admitir que la existencia de Disneyland (que sé que es real) prueba que no estamos viviendo en Judea en el 50 d.C. La idea de San Pablo dando vueltas en las tazas gigantes mientras escribía las Primeras Cartas a los Corintios, mientras la televisión parisina le graba con una lente de fotografía – que simplemente no puede existir. San Pablo nunca se acercaría a Disneyland. Sólo los niños, turistas, y los altos oficiales visitantes soviéticos van a Disneyland. Los Santos no.
Pero de algún modo ese material bíblico se introdujo en mi inconsciente y se coló en mi novela, e igualmente cierto, por alguna razón en 1978 reviví una escena que había descrito en 1970. Lo que estoy diciendo es esto: Hay una evidencia interna en al menos una de mis novelas de que otra realidad, una realidad inalterable, exactamente como Parménides y Platón sospecharon, yace bajo el mundo fenoménico visible de lo cambiante, y de algún modo, de alguna forma, quizás para nuestra sorpresa, podemos llegar a ella. O a lo mejor, un misterioso Espíritu puede ponernos en contacto con ella, si desea que veamos esa otra zona permanente. El tiempo pasa, miles de años pasan, pero en el mismo instante en que vemos este mundo contemporáneo, el mundo antiguo, el mundo de la Biblia, se halla junto a él, aún ahí y aún real. Eternamente.
¿Debo dar todo por perdido y contaros el resto de esta peculiar historia? Así haré, habiendo llegado tan lejos. Mi novela Fluyan mis lágrimas, Dijo el policía fue publicada por Doubleday en Febrero de 1974. La semana posterior a cuando fue publicada, me sacaron dos muelas de juicio picadas, bajo pentatol sódico. Más tarde ese día sufría un intenso dolor. Mi esposa telefoneó al dentista y él llamó a la farmacia. Media hora después llamaron a mi puerta: el recadero de la farmacia con la medicina para el dolor. Aunque estaba sangrando y mareado y débil, sentí la necesidad de abrir yo mismo la puerta. Cuando abrí la puerta, me encontré frente a una mujer – que llevaba un brillante colgante dorado en el centro del cual había un brillante pez de oro. Por alguna razón me quedé hipnotizado por el brillante pez dorado; olvidé el dolor, olvidé la medicina, olvidé por qué estaba la chica allí. Simplemente permanecí mirando fijamente el signo del pez.
“¿Qué significa eso?” le pregunté.
La chica tocó el resplandeciente pez dorado con la mano y dijo, “Es un símbolo que llevaban los antiguos cristianos”. Entonces me dio el paquete de medicinas.
En ese momento, mientras miraba fijamente el signo del brillante pez y oía sus palabras, repentinamente experimenté lo que más tarde descubrí se llama anamnesia – una palabra griega que significa, literalmente, “pérdida del olvido”. Recordé quién era y dónde estaba. En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, todo volvió a mí. Y no sólo pude recordarlo sino que pude verlo. La chica era una secreta Cristiana al igual que yo. Vivíamos temiendo que los romanos nos detectasen. Teníamos que comunicarnos con signos secretos. Ella sólo me había dicho eso, y era verdad.
Por un corto tiempo, tan difícil es de creer o explicar, vi sombreando la vista los contornos de la negra prisión de los odiosos romanos. Pero, mucho más importante, recordé a Jesús, quien había estado con nosotros recientemente, y se había marchado temporalmente, y regresaría muy pronto. Mi emoción fue de placer. Nos estábamos preparando en secreto para recibirle de vuelta. No tardaría mucho. Y los romanos no lo sabían. Ellos creían que Él estaba muerto, muerto para siempre. Ése era nuestro gran secreto, nuestro agradable conocimiento. A pesar de las apariencias, Cristo iba a regresar, y nuestro asombro y anticipación no tenían fin.
¿No es raro que este extraño suceso, esta recuperación de recuerdos perdidos, ocurriese sólo una semana después de que Fluyan mis lágrimas fuese publicado? Y es Fluyan mis lágrimas el que contiene la réplica de personas y hechos del Libro de los Hechos, que se sitúa en el momento preciso – justo tras la muerte y resurrección de Cristo – que yo recordé, gracias al símbolo del pez dorado, como si estuviesen teniendo lugar.
Si fueras yo, y esto te ocurriese a ti, estoy seguro de que no podrías dejarlo de lado. Buscarías una teoría que diese cuenta de ello. Desde hace ahora unos cuatro años, he estado probando una teoría tras otra: tiempo circular, tiempo congelado, tiempo atemporal, lo que se llama tiempo “sagrado” como contraste con el tiempo “mundano”… No puedo contar las teorías que he probado. Una constante ha prevalecido, aún así, durante todas las teorías. Indudablemente debe haber un misterioso Espíritu Santo que tenga una exacta e íntima relación con Cristo, que puede residir en las mentes humanas, guiarlas e informarlas, e incluso expresarse a través de esos humanos, incluso sin que se den cuenta.
Durante la escritura de Fluyan mis lágrimas, en 1970, hubo un extraño suceso que entonces reconocí como poco ordinario, que no era parte del proceso regular de escritura. Tuve un sueño una noche, uno especialmente vívido. Y cuando desperté me hallé bajo el deseo – la absoluta necesidad – de introducir el sueño en el texto de la novela exactamente como lo había soñado. Para hacer esto perfectamente, tuve que hacer once borradores de la parte final del manuscrito, hasta que estuve satisfecho.
El campo, marrón y seco, en verano, donde él había vivido de niño. Montaba un caballo, y aproximándose por su derecha una manada de caballos acercándose lentamente. En los caballos montaban hombres con brillantes ropajes, cada uno de distinto color; cada uno llevaba una coraza punteada que relucía con la luz del sol. Los lentos, solemnes caballeros le pasaron y según le adelantaban él se fijó en el rostro de uno: una vieja cara redonda, un terrible hombre viejo con rizadas cascadas de barba negra. Qué fuerte nariz tenía. Qué facciones más nobles. Tan cansado, tan serio, tan lejos de los hombres corrientes. Evidentemente era un rey. Felix Buckman les dejó pasar; él no habló con ellos y ellos no le dijeron nada. Juntos, todos se dirigieron a la casa de la que había salido. Un hombre se había encerrado en lo alto de la casa, un único hombre, Jason Taverner, en el silencio y oscuridad, sin ventanas, por sí mismo desde ahora hasta la eternidad. Sentado, simplemente existiendo, inerte. Felix Buckman siguió adelante, saliendo al amplio campo. Y entonces escuchó detrás suya un único grito terrible. Habían matado a Taverner, y viéndoles entrar, sintiéndoles en las sombras a su alrededor, sabiendo lo que pretendían hacer con él, Taverner había gritado. En su interior Felix Buckman sintió absoluta y completa aflicción. Pero en el sueño no volvía ni miraba atrás. No se podía hacer nada. Nadie habría podido detener la determinación de los hombres de trajes multicolores; no se les podría haber dicho que no lo hiciesen. De cualquier modo, eso ya había pasado. Taverner estaba muerto.
Este pasaje probablemente no os sugiere ninguna cosa en particular, excepto una legal determinación del juicio de alguien culpable o considerado culpable. No está claro si Taverner ha cometido de hecho un crimen o simplemente se cree que ha cometido algún crimen. Yo tuve la sensación de que era culpable, pero que era una tragedia que tuviese que ser asesinado, una triste tragedia terrible. En la novela, este sueño hace a Felix Buckman empezar a llorar, y entonces se encuentra con el hombre negro en la gasolinera nocturna.
Meses después de que la novela se publicase, encontré la sección de la Biblia a la que se refiere este sueño. Es Daniel, 7:9:
…fueron colocados tronos y un anciano de días se sentó: su vestido era blanco como la nieve, los cabellos de su cabeza puros como la lana, su trono de llamas de fuego y sus ruedas de fuego ardiente. Un río de fuego corría y se extendía delante de él. Millares y millares le servían y una miríada de miríadas estaba de pie ante él. El tribunal se sentó y los libros fueron abiertos.
El hombre del cabello blanco vuelve a aparecer en Apocalipsis, 1:13:
Y en medio de los candelabros al que es como Hijo del hombre, vestido de túnica talar, ceñidos los lomos con un cinturón de oro. Su cabeza y las hebras de su barba eran blancas cual lana blanca, como nieve, sus ojos como llamas de fuego. Y sus pies semejantes al bronce bruñido, como metales rusientes en la fragua. Y su voz como rumor de hinchado oleaje.
Y después 1:17:
Y viéndole, caí a sus pies como muerto. Y puso su diestra sobre mí, diciéndome: Cese tu temor. Yo soy desde siempre para siempre. Soy asimismo el viviente; y aunque estuve muerto, heme aquí vivo por los siglos de los siglos. Yo tengo las llaves de la Muerte y del Hades. Escribe, pues, lo que has visto, lo que es y lo que va a venir después de esto.
Y, como Juan de Patmos, anoté fielmente lo que vi y lo puse en mi novela. Y era verdad, aunque en su momento no supe a quién se refería esa descripción:
…él se fijó en el rostro de uno: una vieja cara redonda, un terrible hombre viejo con rizadas cascadas de barba negra. Qué poderosa nariz tenía. Qué facciones más nobles. Tan cansado, tan serio, tan lejos de los hombres corrientes. Evidentemente era un rey.
Sin duda era un rey. Es el mismo Cristo retornado, para juzgar. Y eso es lo que hace en mi novela: Él juzga al hombre encerrado arriba en la oscuridad. El hombre encerrado arriba en la oscuridad debe ser el Príncipe del Mal, la Fuerza de la Oscuridad. Llamadlo como queráis, su hora ha llegado. Fue juzgado y condenado. Felix Buckman pudo llorar la tristeza de esto, pero sabía que el veredicto no podía ser discutido. Y así pues él siguió cabalgando, sin dar la vuelta o mirar atrás, oyendo el grito de miedo y derrota: el grito del mal destruido.
Así pues mi novela contenía material de otras partes de la Biblia, aparte de las secciones de los Hechos. Descifrada, mi novela cuenta una historia bastante diferente de la historia de la superficie (en la que no necesitamos introducirnos aquí). La historia real es simplemente ésta: el retorno de Cristo, ahora rey más que sirviente sufridor. Juez más que víctima de un juicio injusto. Todo está dado la vuelta. El mensaje central de mi novela, sin saberlo yo, era un aviso al poderoso: pronto Tú serás juzgado y condenado. ¿A quién, específicamente, se refería esto? Bien, realmente no puedo decirlo; o más bien preferiría no decirlo. No lo sé con certeza, sólo tengo una intuición. Y eso no es suficiente para seguir, así que me guardaré mis pensamientos para mí mismo. Pero deberíais pensar qué eventos políticos tuvieron lugar en este país entre Febrero de 1974 y Agosto de 1974. Preguntaos quién fue juzgado y condenado, y cayó como una estrella fugaz en ruina y desgracia. El hombre más poderoso del mundo. Y siento tanta pena por él como lo sentí cuando soñé aquel sueño. “Ese pobre hombre”, dije una vez a mi esposa, con lágrimas en mis ojos. “Encerrado en la oscuridad, tocando el piano en la noche para sí mismo, solo y asustado, sabiendo lo que está por venir”. Por Dios, perdonémosle, finalmente. Pero lo que les hicieron a él y a sus hombres – “todos los hombres del presidente”, como está escrito – tenía que hacerse. Pero ya ha pasado, y debería dejársele en la luz del sol de nuevo; ninguna criatura, ninguna persona, debería ser encerrado en la oscuridad eternamente, aterrorizado. Esto no es humano.
Por el tiempo en que la Corte Suprema estaba decidiendo que las cintas de Nixon debían devolverse a la acusación particular, yo estaba comiendo en un restaurante chino en Yorba Linda, el pueblo de California donde Nixon fue al colegio – donde creció, trabajó en el almacén de verduras, donde hay un parque con su nombre, y por supuesto la casa Nixon, simples listones de chilla y todo eso. En mi galletita de la fortuna, tenía la siguiente predicción:
LO HECHO EN SECRETO HALLA
EL MODO DE SALIR A LA LUZ.
Envié el pedazo de papel a la Casa Blanca, mencionando que el restaurante chino se encontraba a una milla de la casa original de Nixon, y decía, “Creo que ha habido un error; por accidente obtuve la predicción del señor Nixon. ¿Tiene él la mía?” La Casa Blanca no contestó.
Bien, como dije antes, un escritor de ciencia-ficción podría escribir la verdad y no saberlo. Por citar a Xenófanes, otro presocrático: “Incluso si un hombre debiera intentar decir la verdad absoluta, ni siquiera él lo sabría; todo está envuelto en apariencias” (fragmento 34). Y Heráclito añadió a esto: “La naturaleza de las cosas tiene la costumbre de ocultarse” (fragmento 54). W. S. Gilbert, de Gilbert y Sullivan (G&S), escribió: “Rara vez son las cosas lo que parecen; leche desnatada disfrazada de crema.” El sentido de todo esto es que no podemos confiar en nuestros sentidos y posiblemente ni siquiera en nuestro razonamiento a priori. Como para nuestros sentidos, entiendo que la gente que ha estado ciega desde su nacimiento y de repente se les ofrece la vista, se maravillan de descubrir que los objetos parecen hacerse cada vez más pequeños según se alejan. Lógicamente, no hay una razón para esto. Nosotros, por supuesto, hemos llegado a aceptar esto, porque estamos acostumbrados a esto. Vemos a los objetos hacerse más pequeños, pero sabemos que realmente ellos mantienen el mismo tamaño. Así pues incluso la persona pragmática de cada día utiliza una cierta cantidad de sofisticados menosprecios de lo que nuestros ojos y oídos le dicen.
Poco de lo escrito por Heráclito ha sobrevivido, y lo que tenemos es oscuro, pero el fragmento 54 es lúcido e importante: “La estructura latente es el amo de la estructura obvia”. Esto quiere decir que Heráclito creía que un velo yacía sobre la verdadera estructura. Él también pudo haber sospechado que el tiempo no era de algún modo lo que parecía, porque en el fragmento 52 decía: “El tiempo es un niño que juega, juega a las damas; de un niño es el reino.” Esto es sin duda críptico. Pero también decía en el fragmento 18: “Si uno no lo espera, no encontrará lo inesperado; no va a ser rastreado y ningún camino nos guía allí.” Edward Hussey, en su libro escolar Los presocráticos, dice:
Si Heráclito es tan insistente en la falta de entendimiento mostrada por la mayoría de los hombres, sólo parecería razonable que debiera ofrecer instrucciones más detalladas para penetrar la verdad. El discurso de la adivinación enigmática sugiere que algún tipo de revelación, más allá del control humano, es necesario… La verdadera sabiduría, como se ha visto, está íntimamente relacionada con Dios, lo que sugiere que cuanto más avanza la sabiduría un hombre se vuelve como, o una parte, de Dios.
Este fragmento no forma parte de un libro religioso ni de un libro de teología; es un análisis de los primeros filósofos por un catedrático de Filosofía Antigua en la Universidad de Oxford. Hussey deja claro que para esos primeros filósofos no existía distinción entre filosofía y religión. El primer gran salto cuantitativo de la filosofía griega fue de Xenófanes de Colofón, nacido a mediados del siglo VI a.C.. Xenófanes, sin referirse a ninguna autoridad aparte de la de su propia mente, dice:
Un Dios hay, en ningún modo como las criaturas y también sin forma corporal en el pensamiento de su mente. Todo él ve, todo él piensa, todo él oye. Siempre permanece sin moverse en el mismo sitio: sin esfuerzo se mueve ahora para acá, ahora para allá.
Ésta es una concepción sutil y avanzada de Dios, evidentemente sin precedente entre los pensadores griegos. “Los razonamientos de Parménides parecían mostrar que toda la realidad debe ser sin duda una mente,” escribe Hussey, “o un objeto de pensamiento en una mente.” Leyendo Heráclito específicamente, dice, “En Heráclito es difícil decir cuánta distancia separa los designios de la mente Dios de su ejecución en el mundo, o qué distancia separa la mente de Dios del mundo.” El más lejano esfuerzo de Anáxagoras me ha fascinado siempre “Anáxagoras había sido conducido a una teoría de la microestructura de la materia que la hacía, hasta cierto punto, misteriosa para la razón humana.” Anáxagoras creía que todo estaba determinado por la Mente. Éstos no son pensadores infantiles, ni primitivos. Discutían asuntos importantes y cada uno estudiaba los puntos de vista de los demás con gran detalle. No fue hasta la época de Aristóteles que sus puntos de vista se redujeron a lo que podemos inteligentemente – pero de forma equivocada – clasificar como básico. La suma de gran parte de la teología y filosofía presocráticas se puede establecer como sigue: El Kosmos no es como parece ser, y lo que probablemente sea, en su nivel más profundo, es exactamente lo que el ser humano es en su nivel más profundo – llámalo mente o alma, es algo unitario que vive y piensa, y sólo parece ser múltiple y material. Gran parte de este punto de vista nos llega a través de la doctrina del Logos observada por Cristo. El Logos era tanto aquello que pensó, como la cosa que fue pensada: pensador y pensamiento unidos. El universo, entonces, es pensador y pensamiento, y puesto que somos parte de éste, nosotros, como humanos, somos, en el análisis final, pensamientos y pensadores de esos pensamientos.Así pues, si Dios piensa en Roma hacia el 50 d.C., entonces Roma hacia el 50 d.C. es. El universo no es un reloj de arena y Dios la mano que lo voltea. El universo no es una reloj que funciona con baterías y Dios la batería. Spinoza creía que el universo era el cuerpo de Dios extendido en el espacio. Pero mucho antes que Spinoza – dos mil años antes que él – Xenófanes había dicho, “Sin esfuerzo, él usa todas las cosas mediante el pensamiento de su mente”.
Si cualquiera de vosotros ha leído mi novela Ubik, sabe que la misteriosa entidad o mente o fuerza llamada Ubik comienza como una serie de baratos y vulgares anuncios y termina diciendo:
Yo soy Ubik. Yo existo desde antes de que el universo existiese. Yo hice los soles. Yo hice los mundos. Yo creé las vidas y los sitios que habitan; Yo los moví allí, Yo los puse allí. Ellos hacen lo que Yo digo, ellos hacen lo que Yo les ordeno. Yo soy la palabra y mi nombre nunca es pronunciado, el nombre que nadie sabe. Me llaman Ubik pero ése no es mi nombre. Yo soy. Yo seré siempre.
A partir de esto es obvio quién y qué es Ubik; él específicamente dice que es la palabra, lo que viene a ser, el Logos. En la traducción alemana, se da uno de los más maravillosos lapsos de correcto entendimiento que me he encontrado; Dios nos asista si el hombre que tradujo mi novela Ubik al alemán fuese a hacer una traducción del griego koine al alemán del Nuevo Testamento. Él lo hizo correctamente hasta que llegó a la frase “Yo soy la palabra”. Esto le descolocó. ¿Qué puede querer decir el autor con esto? debió preguntarse, obviamente sin haberse encontrado jamás con la doctrina del Logos. Así que hizo un trabajo de traducción tan bueno como pudo. En la edición alemana, la Entidad Absoluta que hizo los soles, hizo los planetas, creó las vidas y los lugares que habitan, dice de sí misma:
Yo soy el nombre marcado.
Si hubiese traducido el Evangelio según San Juan, supongo que habría sido algo así:
En el principio existía el nombre marcado; y el nombre marcado estaba con Dios; y el nombre marcado era Dios.
Podría parecer que no sólo os traigo felicidades desde Disneyland sino de Mortimer Snerd. Ése es el destino de un autor que esperaba incluir temas teológicos en sus escritos. “El nombre marcado, entonces, estaba con Dios en el principio, y a través de él todas las cosas llegaron a ser; ni una sola cosa de cuantas existen ha llegado a la existencia sin él”. Así que tiene nobles ambiciones. Esperemos que Dios tenga sentido del humor.
O debería decir, Esperemos que el nombre marcado tenga sentido del humor.
Como ya dije anteriormente, mis dos preocupaciones en mi literatura son “¿Qué es real?” y “¿Qué es el hombre auténtico?”. Estoy seguro de que podéis ver que no he podido responder a la primera pregunta. He estado usando la intuición de que de algún modo el mundo de la Biblia es una zona literalmente real pero velada, inmutable, oculta de nuestra vista, pero alcanzable para nosotros mediante la revelación. Esto es todo lo que he alcanzado – una mezcla de experiencia mística, razonamiento y fe. Me gustaría decir algo acerca de los rasgos del hombre real, también; en esta aventura he obtenido respuestas más plausibles.
El ser humano auténtico es uno de nosotros que instintivamente sabe lo que no debe hacer, y, además, se opondrá a hacerlo. Se negará a hacerlo, incluso si esto conlleva graves consecuencias para él como para aquellos a quienes ama. Éste, para mí, es el definitivo rasgo heroico de la gente normal; ellos dicen no al tirano y con calma acogen las consecuencias de la resistencia. Sus actos pueden ser pequeños, e incluso casi siempre desapercibidos, sin señal en la historia. Sus nombres no son recordados, ni estos auténticos humanos esperaban que sus nombres fueran recordados. Veo su autenticidad en un modo extraño: no en su desgana al realizar actos heroicos sino en sus negativas silenciosas. En esencia, ellos no pueden ser obligados a ser lo que no son.
El poder de las realidades falsas golpeándonos hoy – esas mentiras manufacturadas deliberadamente nunca penetran en el corazón de seres humanos de verdad. Observo a los chicos viendo la televisión y lo primero que me preocupa es lo que les están enseñando, y entonces me doy cuenta, Ellos no pueden ser corrompidos o destruidos. Ellos observan, ellos escuchan, ellos entienden, y, entonces, donde y cuando es necesario, ellos rechazan. Hay algo enormemente poderoso en la habilidad de un niño de evitar lo fraudulento. Un niño tiene el ojo más claro, la mano más firme. Los vendedores, los promotores, están atrayendo la lealtad de estas pequeñas personas para nada. Es verdad, las compañías de cereales pueden ser capaces de vender grandes cantidades de copos para el desayuno; las cadenas de hamburguesas y perritos calientes pueden vender cantidades infinitas de unidades de comida rápida irreal a los niños, pero el profundo corazón late firmemente, sin ser alcanzado ni manipulado. Un chico de hoy puede detectar una mentira más rápido que los más sabios adultos de hace dos décadas. Cuando quiero saber qué es verdad, pregunto a mis hijos. Ellos no me preguntan; yo me vuelvo a ellos.
Un día mi hijo Christopher, de cuatro años, estaba jugando ante mí y su madre, nosotros, los dos adultos, comenzamos a discutir la figura de Jesús en los Evangelios Sinópticos. Christopher se giró hacia nosotros un momento y dijo, “Yo soy un pescador. Pesco por el pescado”. Estaba jugando con una linterna de metal que alguien me había regalado, que yo nunca había usado… y de repente me di cuenta de que la linterna tenía forma de pez. Me pregunto qué pensamientos estaban siendo colocados en el alma de mi pequeño niño en ese momento – y no colocados por vendedores de cereales o caramelos. “Yo soy un pescador. Pesco por el pescado”. Christopher, a la edad de cuatro años, había encontrado la señal que yo no encontré hasta que tenía cuarenta y cinco años. El tiempo se está acelerando. ¿Y a qué fin? Quizá nos lo dijeron hace dos mil años. O quizás no fue hace tanto; quizás es una ilusión el que haya pasado tanto tiempo. Quizás fue hace una semana, o incluso hoy hace un rato. Quizás el tiempo no sólo se está acelerando; quizás, además, va a terminar.
Y si lo hace, los paseos en Disneylandia no volverán a ser lo mismo. Porque cuando el tiempo se acaba, los pájaros y los hipopótamos y leones y ciervos de Disneylandia no serán nunca más imitaciones, por primera vez, y un pájaro real cantará.
Gracias.
Fuente: LetrasPerdidas