Por Silvana Schirripa
El narrador de Samsara, primera novela de Facundo Gerez (Buenos Aires, 1984), está en la mirada de Manuel, un joven que intuimos de casi treinta años. Manuel emprende un viaje de fin de semana a Carhué, provincia de Buenos Aires, pueblo de origen de Clara, su pareja. Él aun no conoce a la familia de ella pero, se trasluce que el motivo del viaje es la enfermedad de la abuela y no una presentación formal. Este es el pretexto para un viaje minucioso en los detalles de una historia mínima que parece mostrar el signo de una época: la falta de pasión e intensidad en los vínculos. La novela está, además, atravesada por la incorporación de otros discursos: la radio, el alto parlante que anuncia un evento en el pueblo, el diario, la televisión con y sin sonido, el celular con imágenes y juegos, la información sobre las aguas termales; todo va entrando en la cabeza de Manuel y reflejan la cantidad de informaciones y estímulos que pueden distraernos de nosotros mismos.
Con una sintaxis a veces alterada (“hay un gato gris que duerme desparramado sobre las hojas, en la canaleta de desagüe, que dormita, que abre los ojos, de a ratos, y los mira, desde ahí arriba, a ellos, a los tres, que están abajo, en el fondo, charlando y mirando lo lindo que se puso el día, al final, con lo nublado que estaba a la mañana, temprano, y lo linda y cuidada que está la huerta”), Gerez describe minuciosamente la cotidianeidad: “una gota cae sobre la tabla y queda ahí, suspendida, a pesar del declive que la inclinaría, naturalmente, a caer al medio, a irse al agua. Corta un pedacito de papel higiénico y la absorbe. La gota desaparece. Tira el papel. Aprieta el botón”.
Esa observación detenida y escrupulosa para mirar el afuera corre inversamente proporcional a la mirada sobre su interior. Manuel no revisa lo que le pasa, no se acerca a sus sentimientos, tampoco a los de Clara (“Clara tiene lágrimas en los ojos y sonríe. No parece triste. Tampoco contenta. No es, tampoco, que permanezca indiferente. Es otra cosa. Hay dos estados, en apariencia contradictorios, que conviven, simultáneos, sobre su cara…”). No se detiene en pensar, recuerda pero no reflexiona.
Samsara es para el hinduismo y otras religiones orientales el ciclo de la vida: nacimiento, vida, muerte y encarnación. Es el transitar por los distintos estados. La palabra no aparece en la novela y creo que acertadamente porque, si bien hay un transitar, nada nos indica que se haya gestado un cambio. Este episodio en la vida de la pareja parece ser uno más para sumar al tiempo que llevan juntos. Resulta más interesante la elección de Carhué, un pueblo cuasi desconocido y que rozó un esplendor que el destino le impidió alcanzar. Un inicio promisorio, la expectativa de llegar a más, pero con una inundación que todo lo detuvo. Los árboles quedaron de pie, petrificados, como Manuel y Clara: una pareja joven pero en una relación desgastada y sin vida, como los árboles que siguen de pie, observando impávidos la vida.
Escrito en el marco del taller “Cómo leer y por qué”, a cargo de Nicolás Mavrakis.