El jueves 9 de febrero a las 19 hs. comienza en Casa de Letras el taller de escritura y lectura sobre relato gótico “El que escribe en la oscuridad”, a cargo de Hugo Correa Luna. A lo largo de seis encuentros, el taller se propone estudiar cómo se trabajan los comienzos y los finales y cómo logran el clima de lo gótico cada uno los autores propuestos para la lectura. Conversamos con Correa Luna al respecto.
¿Qué autores te resultan imprescindibles para trabajar el género gótico y por qué?
El género gótico es algo a definir —no como objetivo del curso: esa sería una tarea quizá más académica. Pero seguramente deberemos, aunque sea, delimitarlo un poco. En un sentido más general, refiere al relato de terror en el que interviene explícita o implícitamente, como hipótesis abierta o concretamente, lo sobrenatural. Por supuesto que, además, para complicar las cosas, lo que llamamos relato de terror excede la intervención de lo sobrenatural; p. ej., ahí está el llamado terror psicológico. De ahí que no haya una correspondencia entre exacta entre gótico y terror. En un sentido estricto, el gótico toma el siglo XVIII y parte del XIX, hasta que aparece Poe, con obras centrales como El castillo de Otranto (1764) de Horace Walpole, y las obras de Ann Radcliffe o Charles Maturin, p. ej., entre muchísimos otros.
De manera que hay una enorme vastedad de autores importantes, lo que vuelve necesariamente arbitraria la elección. La manera más lógica de seleccionar textos entonces tendrá que ver con los objetivos de un curso de seis clases.
Hay una escritora norteamericana, Shirley Jackson, que me pareció interesantísima. El comienzo de su novela, La maldición de Hill House, me parece de lo mejor que he leído, lo mismo que la creación de climas. Se trata de la maestra de alguien como Stephen King nada menos. Y a propósito de King, es otro autor fundamental. Y lo es por dos motivos: el primero por los mundos y personajes que crea, pero también, me parece, es fundamental para mostrar lo que no se debe hacer: todo el planteo de It es buenísimo, ese personaje, Pennywise, inasible y siniestro, me parece de lo mejor que ha dado el género. Pero el final de la novela me parece de lo peor.
Sin duda, no se puede excluir a Lovecraft y ese mundo de autores que se reunió alrededor de él. ¿Qué decir, por otra parte, de Bram Stoker o de Mary Shelley? También vale la pena leer a Thomas Ligotti.
Si nos fijamos entre los nuestros, hoy brilla merecidamente Mariana Enríquez, pero hay una nouvelle de 1896 de Eduardo L. Holmberg que reúne todas las condiciones de uno los temas clásicos: La casa endiablada. También tenemos entre los nuestros a Enrique Martínez o a Pablo de Santis, o a Laiseca. Hay un prólogo de una antología, escrito por Charlie Feiling, donde se describe el género y se establece una pequeña clasificación, que me parece una joyita. De manera que cualquier selección extraña a los que no están. La simple enumeración es excluyente: cualquier lector del género, al encontrarse con lo que ahora digo, reclamará: “¿Cómo no nombró a este o a aquel?”.
¿Cuál es la importancia del clima en estas narraciones?
La narración literaria normalmente trabaja con efectos. ¿Qué quiere decir esto? Que se trata de una especie de ilusionismo. Que se trata de conseguir, como dijo magistralmente Coleridge, la suspensión de la incredulidad, premisa en la que reside la fe poética. Ahora, esto no es automático, no es una decisión inmediata del lector, sino que se le debe dar algo con lo que acepte suspender la incredulidad; hay que alimentar esa fe, que no es otra cosa que un pacto de lectura que se renueva constantemente: un paso en falso y el pacto se cae.
Uno de los recursos es el clima, algo así como crear el ambiente para que determinadas cosas ocurran, predisponer al lector. En obras como las de terror, está claro que por definición se dirige a despertar cierta emoción, la del miedo. Además, muchas veces ese miedo se refiere a cosas inverosímiles: fantasmas, vampiros, brujas, monstruos, muertos vivientes, todo el catálogo ya conocido, incluso previsible, por eso es necesario ir preparando el terreno. William James –hermano de Henry– dijo una vez “la palabra perro no muerde”, por lo menos eso le atribuye el teórico francés Gerard Genette. Bueno, la respuesta a eso es que en literatura la palabra perro sí debe morder. No basta la mención del perro, el dato, la información de su existencia en la historia que se está contando; más necesario que eso es la sensación de perro, el efecto perro, la amenaza perro. Como se comprenderá, esto es fundamental para cualquier narración, no solo la de terror, pero la de terror vuelve más visible el recurso.
Por ese motivo elegí dar un curso sobre el género: porque pone una lente de aumento sobre recursos básicos de la narración, como el del clima. Lo mismo que sobre aquello tan importante como el narrar a través de lo que no se dice, de lo sugerido, de lo omitido: que ciertos elementos brillen por su ausencia, por usar un lugar común.
¿A quiénes está dirigido el curso y cuál será la metodología de trabajo en clase?
Dado que serán unas pocas reuniones, el curso se propone trabajar algunos procedimientos que surgen de las lecturas que haremos. No se trata de producir uno o varios cuentos, o una novela, pero sí de intentar que de esa práctica nazcan proyectos, ya sea de cuentos como de novela. Por eso mismo, creo, es preciso también ver por qué aparecen estos relatos. Una aproximación entre tantas –y la que personalmente más me interesa– es la de ir en contra de cualquier realismo. El realismo, de algún modo, es una especie de concesión: la convención de lo que es verosímil, vale decir lo que la comunidad acepta como posible. Y es eso lo que rompe el género gótico, siempre y cuando, es claro, sea capaz de trascender sus propios estereotipos. De manera que, así planteado, se dirige a los amantes del género, pero no a los incondicionales del género.
Más información sobre el taller de escritura y lectura “El que escribe en la oscuridad”.