“El hombre de genio no se equivoca. Su error es deliberado: el umbral de una revelación”.
“En esos vastos caminos que nos rodean y en esa dilatada memoria, más extensa y generosa que la nuestra, ninguna vida, ningún momento de exaltación se pierde jamás; y ninguno de los que han escrito con nobleza lo ha hecho en vano, aun cuando los desesperados y los extenuados no hayan oído nunca la suave risa de la sabiduría”.
“El escritor no debería escribir nunca sobre lo extraordinario. Eso es tarea del periodista”.
“La sociedad humana es la encarnación de leyes inmutables que se ven, sin embargo, afectadas por las circunstancias y los caprichos de los hombres. El espacio de la literatura es el de las actitudes y los talantes imprevistos: un espacio extenso. El auténtico artista literario se interesa ante todo por ellos”.
“Nos proponemos crear un vínculo nuevo entre el mundo exterior y el yo contemporáneo, así como enriquecer nuestra descripción del subconsciente, como ha hecho Proust. Creemos que lo anormal nos permite acercarnos más a la realidad. Vivir una vida normal es vivir una vida convencional, siguiendo un patrón establecido por gentes de otra generación, un patrón objetivo que nos han impuesto la Iglesia y el Estado. Pero el escritor ha de combatir sin descanso lo objetivo: ésta es su función. La imaginación y el instinto sexual son los atributos eternos [del hombre], que la vida formal trata de reprimir. De este conflicto surgen los fenómenos de la vida contemporánea”.
“El propósito del escritor es describir la vida de su tiempo. Escogí Dublín por ser esta ciudad el núcleo de la Irlanda actual, su pulso cabría decir; ignorarlo sería puro artificio”.
“Un escritor no debe escribir para los que tienen ínfulas de artista. Su obra debe tener una sólida base fáctica […]. De no haber sido por el escritor, las acciones de [aquellos hombres] se habrían olvidado, perdidas en la polvareda que levantaron. Es un artista como Plutarco quien las resucita: el hombre de acción y el hombre de imaginación se complementan. Nadie lo comprendió mejor que los antiguos romanos, cuyos emperadores, generales y estadistas eran amigos de escritores; de hecho, cuando conquistaban una ciudad, siempre procuraban entrar en ella acompañados por el intelectual o pensador local más ilustre, cogiéndolo de la mano para demostrar al pueblo que llegaban en son de paz. Hoy no somos tan civilizados”.
Fuente: Joyce, James (editado por Sabatini, Federico), Sobre la escritura, Alba editorial, Madrid, 2013.