Por Robert Louis Stevenson
Vamos a enumerar ahora, brevemente, los elementos del estilo. Tenemos, como característica del prosista, la tarea de conformar frases largas, rítmicas y agradables al oído, sin permitir que caigan nunca en lo estrictamente métrico. Característica del versificador es la tarea de combinar y contrastar ese patrón doble, triple o cuádruple, los metros y los grupos, la lógica y la métrica, la armonía en la diversidad. Común a ambos es la tarea de combinar con gracia los elementos primarios del lenguaje, formando frases que resulten musicales al pronunciarlas; la tarea de tejer un argumento en una textura de frases bien hiladas y párrafos redondos, aunque esto es más importante en el caso de la prosa. Y otra cosa, también común a ambos: la tarea de escoger palabras adecuadas, las más explícitas y comunicativas. Empezamos ahora a ver lo complicado que es componer un pasaje perfecto: cuántas dificultades entraña, ya sean de gusto o de razón, que deben manejarse bien para que todo encaje. Y por qué, una vez acabado, nos proporciona un placer tan completo. Desde la organización de letras coincidentes, que es algo arabesco y sensual, hasta la arquitectura de la oración, plena y elegante, un acto vigoroso del más puro intelecto, apenas hay intervención humana, aunque se haya ejercido. No tenemos que preguntarnos entonces si de verdad son tan raras las oraciones perfectas o si lo son, aún más, las páginas perfectas.
Fuente: Stevenson, Robert Louis, Escribir: Ensayos sobre Literatura. Páginas de Espuma. Madrid, 2013.