Por Isaac Asimov
Mis días favoritos (considerando que no tenga una compromiso ineludible que me obligue a salir de casa) son los días fríos, depresivos, ventosos y con granizo, cuando puedo sentarme frente a la máquina de escribir o el procesador de textos en paz y seguridad…
Un escritor compulsivo debe estar siempre preparado para escribir. Sprague de Camp dijo una vez que cualquiera que desee escribir debe recluirse durante 4 horas en completa soledad, no sólo porque toma bastante tiempo comenzar, sino porque si te interrumpen deberás comenzar todo de nuevo.
Quizá sea así, pero si alguien no puede escribir a menos que cuente con lapsos de 4 horas ininterrumpidas, seguramente no va a ser prolífico. Es importante poder comenzar a escribir en cualquier momento. Si tengo 15 minutos sin nada que hacer, es tiempo suficiente para escribir una página o dos. Tampoco tengo la necesidad de sentarme y perder largos periodos de tiempo ordenando mis pensamientos antes de escribir.
Alguien me preguntó una vez qué era lo que hacía antes de poder comenzar a escribir. Desconcertado, le pregunté “¿A qué te refieres?”.
“Bien, a que si haces algunos ejercicios primero, o le sacas punta a todos tus lápices, o haces un crucigrama – ya sabes, algo para ponerte de ánimo”.
“¡Oh!”, respondí iluminado. “Ya sé a lo que te refieres. Sí, antes de ponerme escribir siempre enciendo primero la máquina de escribir eléctrica y luego me siento lo suficientemente cerca como para que mis dedos alcancen las teclas”.
¿Por qué me pasa esto? ¿Cuál es el secreto del inicio instantáneo?
Si existe alguno, es que no escribo sólo cuando estoy escribiendo. Cada vez que estoy lejos de mi máquina de escribir -comiendo, quedándome dormido, lavándome los dientes- mi mente sigue trabajando. En ocasiones puedo escuchar pequeños trozos de diálogos corriendo por mis pensamientos, o pasajes con descripciones. Usualmente se trata de cualquier cosa que esté escribiendo o que esté por comenzar a escribir. Incluso cuando no escucho las palabras en sí mismas, sé que mi mente trabaja en ellas de forma inconsciente.
Por eso es que siempre estoy listo para escribir. En cierta forma, todo ya está escrito. Me basta sentarme y tipearlo a un centenar de palabras por minuto, siguiendo el dictado de mi mente. Más aún, puedo ser interrumpido y no me afecta. Tras la interrupción, simplemente vuelvo a donde estaba y retomo el dictado mental.
Desde luego, esto significa que lo que entra a tu mente debe quedarse en tu mente. Siempre di eso por hecho, así que nunca tomo notas. Después que Janet y yo nos casamos, hubo algunos momentos de lucidez nocturna en que le decía “Ya sé cómo debe seguir la novela”.
Entonces ella me decía ansiosamente, “Levántate y escríbelo”.
Pero le respondía “No es necesario”, y me daba vuelta a dormir.
Sabía que la mañana siguiente lo recordaría, por supuesto. Janet se quejaba al principio de que la volvía loca con esto, pero luego se acostumbró.
El escritor corriente suele ser acechado por la inseguridad mientras escribe. ¿Es la oración que escribió una que realmente recoge su sentimiento? ¿No sonaría mejor escrita de otra forma? El escritor corriente siempre está revisando, cortando y cambiando, siempre buscando diferentes formas de expresarse y, hasta donde sé, nunca a su total satisfacción. Ciertamente, así no hay manera de ser prolífico.
Un escritor prolífico en tanto, debe tener seguridad en sí mismo. No puede sentarse a dudar de la calidad de lo que escribió. Más aún, debe amar lo que acaba de escribir.
Yo lo hago. Puedo tomar cualquiera de mis libros, comenzar a leerlo desde cualquier parte y me perderé inmediatamente en él, leyendo hasta que alguien me despierte del encantamiento. A Janet esto le parece asombroso, pero para mí es muy natural. Si no disfrutara tanto mi escritura, ¿cómo podría soportar todo el tiempo que paso haciéndolo?
Tras editar mi primer borrador y hacer cambios que, por lo regular, no involucran más del 5% del total, lo envío a la editorial.
Una razón de mi seguridad es que, quizá, veo una historia o un artículo como un patrón y no como una sucesión de palabras. Sé cómo incorporar cada parte en su lugar exacto del patrón, así que nunca debo crear una guía externa sobre la cual trabajar. Incluso la trama más compleja o la exposición más intrincada fluye apropiadamente, con todo en su orden preciso.
Imagino que un maestro en el ajedrez visualiza su juego como un patrón en vez de una sucesión de movimientos. Un buen entrenador de béisbol seguramente ve el juego como un patrón en vez de una sucesión de jugadas. Bien, yo también veo patrones en mi especialidad, pero no sé cómo lo hago. Simplemente tengo esa capacidad desde que era un niño.
Desde luego, también ayuda el no intentar ser muy literario al escribir. Si intentas que tu prosa se vuelva un poema, seguro que te tomará tiempo… por lo mismo he cultivado deliberadamente un estilo bastante simple, incluso coloquial, que puedo utilizar rápidamente y con el que pocas cosas pueden salir mal. Esto ha llevado a que algunos críticos, con cráneos que son más hueso que mente, interpreten esto como “no tener estilo”. Si alguien piensa que escribir con absoluta claridad y sin términos superfluos es algo fácil, le recomiendo que pruebe a hacerlo.
Pero ser un escritor prolífico también tiene sus desventajas. Resulta complicado para la vida social y familiar, ya que un escritor prolífico vive absorto. Debe estarlo. Debe estar escribiendo o pensando en escribir virtualmente en todo momento, sin tiempo para nada más…
Imagino que puede ser desastroso para una familia tener un esposo y padre que nunca quiere viajar, nunca quiere salir, ir a fiestas ni al teatro; que sólo quiere sentarse en su cuarto y escribir. Me atrevería a decir que la ruina de mi primer matrimonio se debió -en parte- a esto.
Fuente: El Francotirador