Ahora creo haber oído una pregunta —o tal vez la haya oído tantas veces que imaginé que la oía también en esta ocasión particular—, una pregunta sobre el deber del escritor en función de su tiempo. Yo creo que el deber de un escritor es ser un escritor, y si puede ser un buen escritor, está, entonces, cumpliendo con su deber. Además, tengo para mí que mis opiniones son superficiales. Por ejemplo, yo soy un conservador, aborrezco a los comunistas, aborrezco a los nazis, aborrezco a los antisemitas, y demás, pero he tratado que esas opiniones mías no intervengan en mi labor literaria —salvo, como nadie ignora, cuando estuve ciertamente alborozado por la Guerra de los Seis Días—. En general, prefiero mantenerlas aparte. Yo he declarado siempre mis opiniones, pero con respecto a mis sueños y a mis cuentos, a éstos debería otorgárseles, creo, libertad absoluta. No quiero influir en ellos; yo escribo ficción, no fábulas.
Quizá deba ser más claro. Yo soy un antagonista de la littérature engagée (la llamada «literatura comprometida») porque creo que se sostiene sobre la hipótesis de que un escritor no puede escribir lo que quiere. Para ilustrarlo, déjenme decir —si me permiten una confidencia— que yo no elijo mis propios temas, ellos me eligen a mí. Hago lo posible por oponérmeles, pero esos temas siguen preocupándome y persiguiéndome, de modo que finalmente tengo que sentarme a escribirlos, y luego pulirlos para deshacerme de ellos.
Uno debe recordar también que suele haber una diferencia entre lo que un escritor se propone hacer y lo que en realidad hace. Estoy pensando ahora en un ecrivain engagé (un «escritor comprometido»), pienso en Rudyard Kipling, que intentó recordar a sus distraídos compatriotas ingleses que habían conseguido, de algún modo, levantar un Imperio, y, fatalmente, incurrieron en el error de considerarlo un forastero por sus opiniones políticas. Finalmente, Kipling escribió un libro llamado —y aquí tenemos la atenuación inglesa— Something of Myself —no todo, sino sólo «algo de mí mismo»— y al final dice que un escritor debe tener permitido escribir en contra de su propia posición moral. Kipling cita como ejemplo al gran escritor irlandés Swift, quien se había propuesto enjuiciar a la humanidad y dejó un libro de lectura infantil. Los dos viajes iniciales del Capitán Lemuel Gulliver son un deleite para los niños.