Por Jeffrey Eugenides
Un cuento debe ser, por definición, corto. Ese es el problema con los cuentos, por eso es que son tan difíciles de escribir. ¿Cómo haces para mantener una narrativa breve y al mismo tiempo que funcione como historia? Comparado con escribir novelas, escribir cuentos consiste, principalmente, en saber qué dejar por fuera, pues lo que se queda en el cuento debe sugerir todo lo que falta.
Si queréis aprender a hacerlo, sería un buen comienzo estudiar el devastador e intenso cuento de Denis Johnson, «Accidente durante el autostop». En este relato (y de hecho en todos los cuentos de la brillante colección de Johnson, Hijo de Jesús) Johnson encuentra la manera de omitir lo máximo posible en cuanto al argumento se refiere, componiendo la caracterización y la explicación autoral mientras encuentra una voz que sugiere todas estas cosas, una voz cuyo quebrantamiento es la razón detrás de la privación narrativa y, por lo tanto, una especie de explicación en sí misma.
Los primeros dos párrafos del relato exponen la totalidad de su acción:
Un comerciante que compartía su licor y conducía mientras dormía… Un cheroqui lleno de bourbon… Un VW que no era más que una burbuja de humo de hachís capitaneado por un estudiante universitario…
Y una familia de Marshalltown que chocó de frente y mató para siempre a un hombre que viajaba hacia el oeste saliendo de Bethany, Missouri…
Esto parece ser un recuento sencillo de los sucesos, exceptuando esa única expresión: para siempre. Lo que significa «mató para siempre» no está completamente claro, es algo extraño de decir, como si fuese posible para una persona estar muerta temporalmente. Pronto, otras extrañas afirmaciones aparecen.
El comerciante me había alimentado con unas píldoras que me hicieron sentir como si las venas se me fueran a reventar. Me dolió la mandíbula y conocí el nombre de cada una de las gotas de lluvia. Sentí todo antes de que pasara; supe que un Oldsmobile se iba a detener incluso antes de que redujera la velocidad y por las dulces voces de la familia que lo ocupaban, supe que tendríamos un accidente en medio de la tormenta.
Y luego viene el golpe: «No me importó».
En este punto de la historia ya van unas veinte líneas y ya ha desaparecido el suelo que pisábamos, ¿Quién es este tipo (identificado, en otra parte de la colección, solo como «cabronazo»)?; ¿Qué le ha sucedido para que se encuentre en este alto grado de alteración?; ¿Por qué es capaz de hacer estas proféticas declaraciones sobre el clima, de señalar la dulzura de las voces humanas y no importarle sus inminentes muertes? No se da ninguna explicación. La historia continúa curioseando y abriéndose paso en el accidente, las frases sueltas van desde ensueños poéticos («bajo nubes del Medio Oeste como grandes cerebros grises») hasta comentarios indiferentes («la interestatal del Oeste de Misuri era en esa área, en su mayoría, nada más que una carretera de doble vía»). La descripción del accidente es aterradora en su extremo y conduce a una escena en un hospital en la que la esposa del hombre fallecido se entera de su muerte:
El doctor se la llevó a una habitación con un escritorio, al final del pasillo, y por debajo de la puerta una ráfaga de brillo se extendió como si, por algún extraordinario proceso, se estaban incinerando diamantes allí adentro. ¡Qué par de pulmones! La esposa chilló como imagino que chillaría un águila. Fue maravilloso estar vivo para escucharlo. Desde ese momento he estado buscando sentir algo así por todos lados.
Es imposible para el lector saber cómo interpretar esto; la narrativa corriente desaparece y te das cuenta de que has entrado, o mejor dicho, de que has sido absorbido dentro de la mente del «Cabronazo». Eliminando cualquier vínculo con la historia y negándose a ofrecer cualquier forma de comportamiento aceptable por parte del narrador, Johnson conduce al lector a un lugar donde este tipo de cosas ya no funcionan, como sucede, después de todo, en la mente retorcida de un adicto. El relato no te cuenta tanto una experiencia sino que hace de ella tu experiencia, lo cual es una de las mejores definiciones de escritura de ficción que podría pensar.
Llegados a este punto, sin embargo, por más estremecedor que pueda llegar a ser «Accidente durante el autostop», sigue sin ser una historia. No se convierte en una historia hasta el último párrafo, cuando Johnson realiza una magnífica jugada donde simula las libertades cronológicas del primer párrafo y hace un salto hacia adelante: «Algunos años después, una de las veces en que fui admitido al programa de desintoxicación en el Hospital General de Seattle, seguí el mismo camino…». El «Cabronazo» continúa describiendo las voces que le hablan en la habitación y las abundantes alucinaciones que aparecen frente a sus ojos, como por ejemplo «la hermosa enfermera» que le pone una inyección.
Al final de la historia, entonces, vemos un destello del descenso final a la locura causada por las drogas y se nos da una pista sobre la razón del porqué ha sido capaz de escribir sobre estos sucesos con tanta claridad. El relato es una descripción de «la enorme pena que es la vida de las personas en este planeta» así como también un testimonio de redención, sin ningún tipo de sentimentalismo ni tampoco de la posibilidad de permanencia. Esa frase: «una de las veces en que fui admitido al pro-grama de desintoxicación» sugiere que sucedió más de una vez. La recuperación del narrador, que le permite relacionar estos sucesos, no lo absuelve de la crueldad mientras ocurren ni trae a los muertos de nuevo a la vida. Ese es el significado de «mató para siempre»; sobriedad y cordura, tan valiosas ambas, no compensan el trágico sinsentido de la vida, la redención es gloriosa y no está lo suficientemente cerca, salva solo a una persona a la vez, y el mundo está lleno de gente.
Como si se quisiera enfatizar esta cruda verdad, el relato finaliza con una última frase violenta: «Y vosotros, vosotros gente ridícula, esperáis que yo os ayude». El Cabronazo no es Jesús, es el hijo de Jesús, lo cual es algo completamente distinto. Es una persona dotada de una intuición de los cielos que aún vive un infierno en la tierra.
Todo esto, Johnson lo hace en poco más de mil palabras. Al combinar registros de tiempo y tono, entrega una narrativa donde lo personal roza lo eterno, todo desde un solo incidente, o accidente, en un noche lluviosa.
Este ensayo se publicó en Object Lessons: The Paris Review Presents the Art of the Short Story.
Fuente: Función Lenguaje