Por Michael Ende
Momo sabía escuchar de tal manera que las personas con pocas luces de repente tenían ocurrencias brillantes. Y no es que ella dijese nada o hiciese preguntas que inspirasen en sus interlocutores tales pensamientos; no, ella tan solo permanecía ahí sentada y se limitaba a escuchar con gran atención e interés. Mientras escuchaba, miraba con sus ojos grandes y oscuros, y el otro sentía cómo de repente surgían de su cabeza pensamientos cuya existencia nunca hubiera sospechado en su interior.
Sabía escuchar de tal manera que la gente confusa o indecisa, de improviso, sabía exactamente lo que quería. O de modo que las personas tímidas se sentían de golpe libres y valerosas. Los que se sentían infelices y agobiados se volvían confiados y alegres. Y si alguien pensaba que su vida era un fracaso total y no tenía sentido, y que él tan solo era un número más entre millones de personas, un ser insignificante al que costaba tan poco reemplazar como una cazuela rota… entonces iba y le contaba todo eso a la pequeña Momo. Y en el mismo instante en el que estaba hablando, se daba cuenta de manera misteriosa y con total claridad de que estaba equivocado por completo, y de que él, tal y como era, era único entre todos los seres humanos, y que justo por eso era especialmente importante para el mundo.
Fuente: Ende, Michael, Momo, Santillana, Buenos Aires, 2016.