Por Julian Barnes
Creo que la novela siempre ha sido una forma muy grande y generosa. En una consideración total, cuando pienso en la novela quiero que incluya lo más posible en lugar de que excluya. Diderot es novelista, Kundera es novelista y así en lo sucesivo. A veces, sobre todo en Inglaterra, se me acusa de no ser un novelista real, en parte porque uso elementos de no ficción en mi ficción, y porque me gusta experimentar con la forma, me gusta la idea de información en las novelas. Así que a veces choco contra la tradición crítica que dice que sabemos lo que una novela es. La forma de la novela fue establecida definitivamente en el siglo XIX y no debe cambiar. Lo que no concuerda con George Eliot, Dickens, Thackeray, etc., no puede ser novelas. Hay veces que defiendes tu trabajo de forma agresiva y hay veces en las que olvidas el asunto. Di la batalla la primera vez con mi novela El loro de Flaubert, y discutí sobre la naturaleza inclusiva de la novela. La segunda vez, con mi libro Historia del mundo en diez capítulos y medio, decidí olvidarlo. Ahora cuando me preguntan si es una novela o no, yo les pregunto si les gusta, ese es el criterio. Frecuentemente la cuestión de los géneros es una cuestión de la crítica más que de los lectores. A los lectores les gustan tus libros o no les gustan, siguen leyendo y al final, expresan su reacción. Es, en cambio, la crítica la que dice: “¿que es este objeto? ¿Lo reconozco? ¿En que categoría lo coloco?”.
Creo que probablemente soy un novelista híbrido, pero creo que eso varía mucho de libro a libro. Hay algunas historias que quiero contar en donde realmente no importa si utilizo hechos o ficción. La naturaleza de la historia, lo que esta haciendo la historia, es más importante que su fuente. Pero algunos de mis libros, como mi última novela El puercoespin, sobre Europa del Este, son más puramente novelescos, más puramente narrativos. Es una pregunta que probablemente uno no se hace como novelista. Escribir ficción es un proceso muy consciente, en muchos sentidos, pero hay ciertas áreas de las que no hay que estar muy consciente; estas cabalmente consciente en el momento de poner las palabras en la pagina y sabiendo con exactitud que hace esa palabra en relación a otras palabras. Que esta haciendo ese personaje cuando el o ella entra al cuarto, etc. Siempre las preguntas lógicas. Pero me parece a mi, como novelista, que cuando te observas, y observándote te sitúas en alguna tradición o relacionas tus libros el uno con el otro y sacas temas generales de ellos, puedes caer en otro de los peligros -yo soy supersticioso- del arte del escritor: situarte en una tradición en la cual todo se ha dado para desembocar en ti. Este es uno de los peligros del novelista. Hay escritores que piensan: “está Shakespeare, está Dickens, está Bernard Shaw y luego, bueno, luego estoy yo”.