(Fragmento de una entrevista a Alessandro Baricco)
Si escribes tienes una sensibilidad particular, el escritor tiene como una película muy sensible, una película fotográfica. Es un momento en el que la memoria olvida, pero la percepción es altísima. La cantidad de cosas que percibimos de la realidad cuando somos niños es enorme. Los detalles, los olores… Si además tienes este tipo de sensibilidad, almacenas muchísimos colores, sensaciones, esquemas mentales, que son suficientes para toda la vida, no tienes espacio para más. Y así toda la vida buscas volver a esas sensaciones. Por ejemplo, si has experimentado la felicidad en el reflejo de la luz en un charco, luego buscas esa misma felicidad toda la vida. Un niño menos sensible no ve la luz reflejada en el charco y entonces a lo mejor descubre la idea plena de la felicidad a los cuarenta años, cuando tenga hijos.
Una vez contaste que los dos mejores alumnos que recordabas no terminaron de escritores, sino que uno acabó siendo camarero y el otro, abogado en el bufete familiar.
Sí. Dos de los que tenían más talento.
¿Entonces nunca escribieron nada?
Bueno… escribieron, pero nunca publicaron nada.
¿Y eso por qué?
Porque luego está la vida, la percepción que cada uno tiene de sí mismo… Hay que tener fuerza, ser robusto. El oficio de escribir está reservado a gente que tiene mucha personalidad y mucha energía. No es algo que pueda hacer cualquiera. Uno de los dos no conseguía sentarse y escribir tres frases seguidas. El otro nació en una ciudad de provincias, su padre era abogado y él no consiguió imaginarse un futuro diferente, así que terminó también él siendo abogado. Cuando pasa eso, es que falta algo. No basta con tener muchísimo talento. Falta algo.
¿Qué falta? ¿Ambición, insistencia?
Yo creo que ambición tenían. Creo que, en estos casos, lo que faltaba era una capacidad de ir hasta el fondo. Muchísima gente empieza a escribir buenos libros, pero muy pocos los terminan. Y ellos nunca los terminaron. Uno escribía relatos de dos páginas, y escribiendo dos páginas no llegas a ningún lado. Cuando uno me contaba un relato que quería escribir, a mí me dejaba maravillado, lo escuchaba con la boca abierta. Pero luego por la noche salía, se iba al bar, bebía, le encantaban las mujeres, y al final no tenía tiempo de escribir. También hace falta dedicar mucho tiempo.
Es una cuestión de organización.
Sí. En definitiva, nosotros somos menos de lo que piensa la gente. Somos como arquitectos.