Por Ray Bradbury
En esos días, cuando tenía 12 años, andaba locamente enamorado de L. Frank Baum y de los libros de OZ, y de las novelas de Julio Verne y H.G. Wells, especialmente de los libros de Tarzán y de John Carter, y los del señor de la guerra de Marte de Edgar Rice Burroughs. Es la época cuando comenzó mi interés por hacerme escritor.
De manera simultánea, un día vi al mago Blackstone en acción y pensé: que vida más maravillosa sería si puediera crecer y convertirme en mago. Y, de varias maneras, eso es precisamente lo que hice.
Fue un encuentro con otro mago lo que cambió mi vida para siempre. Durante la primera semana de mayo de 1932, uno de mis tíos favoritos había muerto y su funeral se realizó ese sábado. Si no hubiera muerto esa semana, mi vida no habría cambiado porque, al regresar de su funeral al mediodía de ese sábado, vi una tienda de circo cerca del lago Michigan. Yo sabía que ahí, cerca del lago, en esa tienda especial, había un mago llamdo Señor Eléctrico.
El Señor Eléctrico era un fantástico creador de maravillas. Cada noche se sentaba en su silla eléctrica y se electrocutaba en frente de toda la gente, joven y vieja, de Waukegan, Illinois. Cuando la electricidad emergía de su cuerpo, levantaba una espada y armaba caballeros a todos los niños sentados en la primera fila. Yo había ido a ver al Señor Eléctrico la noche anterior. Cuando me tocó el turno, apuntó su espada hacia y tocó mi ceja. La electricidad viajó a travé de su espada, penetró mi cráneo, paró mis cabellos e hizo salir chispas de mis orejas. Luego me gritó: ‘¡Vive para siempre!’.
Yo pensé que era una idea maravillosa, pero ¿cómo lo hacía? Al día siguiente, al regresar con mi padre del funeral, miré hacia las tiendas de circo y pensé: ‘La respuesta está ahí. El dijo “vive para siempre” y tengo que ir a averiguar cómo hacerlo’. Le diej a mi padre que parase el carro. No quería hcerlo pero insistí. Paró y me dejo salir, furioso conmigo por no acompañarlo al funeral de mi tío. Habiéndose ido el auto y mi iracundo padre, corrí hacia las tiendas. ¿Qué estaba haciendo? Estaba escapando de la muerte y corriendo hacia la vida.
Juro que, cuando llegué, él estaba ahí, sentado como si me estuviera esperando, el Señor Eléctrico. En ese momento, me invadió la timidez. No era capaz siquiera de preguntarle ‘¿cómo se vive para siempre?’. Por suerte tenía un truco de magia bajo la manga, lo saqué y se lo mostré y le pregunte si podía enseñarme cómo hacerlo. Lo hizo, y después me miró y me dijo: ‘¿Te gustaría ver a alguna de esa gente rara en esa tienda?’.
‘Sí’, le dije.
Entonces me llevó hacia la otra tienda y, antes de entrar, golpeó con su bastón y gritó: ‘¡Cuidado con el lenguaje!’. Luego levantó el faldón de entrada y me llevo a conocer al Hombre Ilustrado, la Mujer Gorda, el Hombre Esqueleto, los acróbatas y toda la gente que vivía ahí.
Después lo acompañé hacia la orilla del lago y nos sentamos sobre una duna. Habló de sus pequeñas filosofías y me dejó hablar de las mías. En un determinado momento, se inclinó hacia mí y me dijo: ‘Sabe, nos hemos conocido antes’.
Yo le contesté: ‘No, señor, nunca lo he visto antes’.
El dijo: ‘Sí, tú fuiste mi mejor amigo durante la Gran Guerra, en Francia en 1918, caíste herido y moriste en mis brazos en la batalla de Ardennes Forrest. Y ahora, aquí, puedo ver su alma brillar en tus ojos. Aquí estás, con un nuevo rostro, un nombre diferente, pero el alma que brilla en tu cara es el alma de mi querido amigo muerto. Bienvenido de vuelta a la vida’.
¿Por qué lo dijo? No tengo idea. ¿Había algo en mi estusiamo, en mi pasión por la vida, en mi estar listo para cualquier actividad? No conozco la respuesta. Todo lo que sé es que él dijo: ‘Vive para siempre’ y me dio un futuro. Y, al hacerlo, me dio un pasado de muchos años atrás, cuando su amigo había muerto en Francia.
Ese día, al dejar el campamento del circo, me detuve frente al carrusel, para mirar a los caballos dar vueltas, una y otra vez, a la música de ‘Mi lindo Ohio’. Al estar parado ahí, las lagrimas empezaron a caer de mi rostro. Sentía que algo extraño y maravilloso me había sucedido en mi encuentro con el Señor Eléctrico. Volví a casa, y al día siguiente nos fuimos a Arizona con la familia. Cuando llegamos a nuestro destino, algunos días más tarde empecé a escribir a tiempo completo. Desde ese día, hace 69 años, no he dejado de escribir cada día de mi vida. Al final, le perdí la huella al Señor Eléctrico, pero me gustaría que existiese en algún lugar del mundo para correr hacia él, y abrazarlo y agradecerle por haber cambiado mi vida y por haberme ayudado a convertirme en escritor.
Fuente: www.raybradbury.com
Traducción: Javier Lizarzaburu
Tomado de Libros San Francisco