Por José Brindisi
El cinco no es un número redondo. No hay que darle demasiadas vueltas al asunto, ni demorarse en construir un gesto a fin de cuentas forzado. Alcanza, o deberá alcanzar, con lo que es. Con toda su carga simbólica. Con el esfuerzo que implica, acá o en Bélgica o en Finlandia; pero no es necesario explicarle a nadie que no viva en un termo que acá, en Latinoamérica, un poco más. Bastante más. Más que en Bélgica o Finlandia, seguro. No es cuestión de ser autocomplacientes, pero la supervivencia de una revista de trescientas o más páginas luego de cinco números, con un sexto ya en camino, con proyectos en el interior, con realidades y más proyectos en el exterior, justifica el mínimo hecho de ponerse de pie y hacer tronar las copas.
El Ansia es, en un medio tan hostil como el nuestro, en una realidad tan abrumadoramente asfixiante como la de estos tiempos, un acto de resistencia, por qué no. No se trata de hacer autobombo: nada más precisar una voluntad, la persistencia de un deseo. Y de un objetivo: exponer, a nuestro modo, el estado de las cosas, la fluctuación de una literatura cuyas preocupaciones nunca son suficientes y cuyas manifestaciones estéticas producen a cada rato fervorosas incomodidades, imperfecciones que no hacen más que evidenciar su constante movimiento.
Pese a que el objetivo inicial de la revista era materializarse anualmente, lo cierto es que diversos factores han conspirado en más de una ocasión para que dicha prerrogativa terminara en cierta medida frustrándose. El más evidente es el hecho de que, como todo el mundo sabe, la literatura no es un medio en el que falte la fe, pero aun así casi nunca se multiplican los panes, es decir: todos los que hacemos El Ansia atendemos múltiples frentes de batalla, y aunque este sea uno de los principales para cada uno de los involucrados, ese entusiasmo no consigue, por el momento, estirar las horas ni los días. Y que entre la salida del número 4 y la del 5 hayan transcurrido por primera vez casi dos años quizá diga bastante sobre una coyuntura en la que ni el más optimista posee argumentos para hacerse el tonto.
Por fortuna, y por milagro –aunque un milagro que se vuelve costumbre ya deje de serlo-, El Ansia no es de ningún modo una isla. Alguna extraña razón, que no llega a justificarse desde la tradición ni el influjo de determinados nombres propios, provoca que aun en contextos altamente desfavorables en la Argentina sigan apareciendo no solo innumerables sellos editoriales –acaso demasiados, como si cada escritor tuviese la necesidad de abrirse ese camino; y eso sin duda hace pensar en el cine local, donde la casi totalidad de los directores son asimismo guionistas- sino revistas que, en la mayoría de los casos, hacen su trabajo de manera silenciosa, constante, a sabiendas de que la circulación de esos materiales y de los proyectos que los sustentan no dependen de un momento ni, inclusive, de las cifras de venta. Al respecto, la persistencia de publicaciones –para nombrar algunas de la mejores- como Las Ranas, Siwa, Carapachay, Anfibia, Hablar de poesía o Review, todas con un pie o ambos en la literatura, permite establecer un mapa de coordenadas no solo luminosas sino también amplias, una suerte de polifonía que en algunos casos parecería generar o convertirse en la respuesta para sus propias y singulares necesidades.
El número 5 es, puertas adentro, también un número especial para quienes hacemos la revista, por razones adicionales. La primera de ellas es que contamos con dos nuevos editores, Florencia Defelippe y Fernando Form, que han debido echar mano de toda la paciencia que poseían hasta que esta revista, por fin, en la que tanto habían trabajado, estuviera en circulación. Y así como unos llegan, algún otro se va: Fernando Espinosa estuvo desde el comienzo en el proyecto, ocupando todos los espacios que la revista le demandó y, sobre todo, haciendo que compartir el tiempo con él fuera siempre una ganancia, una enorme alegría. Otras búsquedas lo reclaman ahora, pero lo cierto es que resulta dificultoso imaginar El Ansia sin él.
También es un número especial, el 5, porque recién ahora comenzamos a entender de verdad lo que estamos haciendo, es decir lo que la revista es, lo que pide, lo que implica, lo que se desprende de ella. Esa comprensión nos empuja a un doble camino, a la doble circulación de una idea que en cierta forma resulta paradojal: la necesidad de reafirmarnos, y al mismo tiempo la necesidad de cambiar, de no cubrir casilleros, de entender que el diálogo es en esencia con una idea y no con sus manifestaciones concretas, los estribillos que la propia publicación genera incluso a conciencia.
El número 5 es particular, a la vez, por sus protagonistas, que habitan tres continentes tan amplios y tan disímiles que acaso inviten a creer en la literatura como un abismo, una tierra todavía inexplorada. Liliana Heker, Mariana Enriquez y Aníbal Jarkowski parecieran parte de un plan perfectamente preconcebido, el lugar en el que hubiésemos deseado estar tiempo atrás cuando llegara un número 5 y entonces nos abordara la necesidad de hacernos preguntas mayores; entre otras, de qué manera transmitir el concepto de que El Ansia no es un canon, no es un recuento de aquellos que deberían estar –aunque la presencia de cada uno se vuelva insoslayable desde diversas perspectivas, incluso la de las necesidades que la propia revista ojalá sea capaz de generar- sino más bien, dicho sea una vez más, la intención de revelar –relevar- el estado de las cosas de la literatura argentina actual, o al menos de su narrativa, y en función de ello los tres autores que elegimos cada número son solo –nada menos- su núcleo, un centro desde el que orbitan muchas otras poéticas, algo que debería rastrearse en la multiplicidad de sus plumas, sus textos y sus referencias.
Por último, este número es especial, y lo es en un sentido enteramente triste, porque mientras le dábamos las últimas puntadas se le ocurrió morirse a Leopoldo Brizuela, una de las personas más nobles, humildes, brillantes y generosas del medio (no voy a decir que esos adjetivos no abunden en él porque sí, pero difícilmente se los encuentre todos juntos). Asimismo Brizuela, que varias veces había sido parte de una cerrada votación final, era uno de nuestros elegidos para un número 6 en el que ya habíamos comenzado a trabajar. Será entonces él una excepción a la regla de la revista –reafirmarnos, pero también cambiar-, que se hace con los autores, desde una libertad de criterio casi absoluta pero en diálogo constante con ellos. Hubo tiempo, con Brizuela, para un par de encuentros. Hubo tiempo para algunos intercambios virtuales. No mucho más. Pero el tiempo nos sobra, ahora, para pensar en él.
Si un número mentirosamente redondo como el 5 sirve para autoexaminarse, para sembrar potenciales transformaciones pero –desde luego- también para reafirmarse, es hora de decir que El Ansia no debe ser, a nuestros ojos, nada que no sea. Es decir: no debe ser nada. No tiene deudas morales ni conceptuales ni obligaciones con nadie. El Ansia es una revista que se hace –al margen de los subsidios que por lo general la vuelven mucho más factible- a pérdida y con toneladas de trabajo, y que responde exclusivamente a inclinaciones propias.
El Ansia está en contra del amiguismo y la reciprocidad sospechosa que imperan en parte del medio, y a pesar de ello es insensato pensarla desde una perspectiva crítica –tomando las connotaciones guerreras del término- en tanto su concepción implica un contundente reconocimiento. A la revista le interesan determinados autores, en una suerte de biblioteca virtual que continúa extendiéndose, ampliando sus fronteras; no obstante, ese interés se traslada a sus mundos, su imaginario, sus condiciones de producción, su inserción en el campo literario, su influjo. Abordar a esos autores desde un enfoque distante o encontrado resultaría un contrasentido, así como la alabanza ciega e hiperbólica –que la revista sortea- solo podría conducirnos a una empantanada monotonía, por no decir a la estupidez.
Y a propósito de lo que la revista no debe ser, El Ansia desea, por otra parte, que sus páginas desborden de voces femeninas. Lo cierto es que ha habido muchas, si bien –no se trata de escaparle al tiro- hasta ahora casi ninguna había ocupado uno de sus espacios medulares. Sirve para la anécdota, no así para una justificación innecesaria, mencionar que todos los rechazos o postergaciones que hemos tenido hasta ahora han llegado justamente de algunas de esas voces. La conclusión a la que debemos arribar no es otra que: los planetas no se alinearon como hubiésemos deseado. Así de sencillo. En la Argentina pareciera que a veces se evita pensar adrede, o que todo se reduce a ecuaciones básicas. En lo personal –aunque la intención de esta editorial es abandonar la primera persona del singular-, me niego a dividir en dos, y en algunos aspectos esa configuración me resulta insultante, un insulto al pensamiento. El número 5 de El Ansia suma dos voces –de tres- femeninas, y lo mismo sucederá, por elección, en el siguiente. Pero la revista está febrilmente en contra de obligaciones de cualquier tipo, de demandas o imposiciones que apenas hacen pie cuando se trata de un proyecto literario personal, que solo debería regirse por sus propias inquietudes. El equipo en pleno de la revista anhela que las voces femeninas se multipliquen, entre otras razones por todo lo extraordinario que están produciendo y por el modo en que han ayudado a visibilizar a sus, nuestras, precursoras. Pero con la misma convicción recibirá el desembarco de nuevas voces masculinas –digámoslo en esos términos para simplificar, aunque trazar esa línea se torne bastante absurdo- cuando surja de sus elecciones, de sus gustos, de las ganas de hacer.
Si El Ansia tiene cuentas pendientes, las tiene consigo misma: una publicación que se dice “de literatura argentina” debería redoblar sus esfuerzos para no malentender esa idea y así superponer el país –apenas- a su capital. Claro que ello implica otra clase de esfuerzos, entre los que la economía y el tiempo se llevan casi todo el protagonismo. En eso estamos, sin embargo. Del mismo modo, mientras El Ansia Bolivia ya va por su tercer número, otros proyectos asoman en diversos países –por el momento tímidos intentos-, con la idea de expandir no solo el espacio de esas literaturas nacionales sino de seguir conectándonos, incluso conociéndonos, cada vez más conscientes en Latinoamérica -pero habría que subrayar en Argentina- de que nuestras realidades se parecen y en muchos aspectos se encuentran a millones de kilómetros de Bélgica o Finlandia, que a veces se sitúan en el otro lado de la luna.
Ojalá la disfruten. Y ojalá sigan con nosotros, es decir ojalá se la apropien, ayudándonos a disparar los efectos que la revista buscar producir.
Nosotros vamos por el número redondo.
El número 5 de El Ansia está dedicado a Leopoldo Brizuela.
A su memoria, y al amor que él tuvo por todo esto.
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Revista El Ansia N°5 se presentará el martes 3 de diciembre a las 19 hs. en la Librería del Fondo (Costa Rica 4568, CABA). Participarán de la presentación los tres autores (Liliana Heker, Mariana Enríquez, Aníbal Jarkowski) y Matías Bauso. Están todos invitados.