Por John Updike
Uno de los máximos placeres de escribir ficción es salir de la propia piel y entrar en la de otro: es un gran ejercicio moral y estético. Se debe dar ese salto, escribir sobre una criatura inventada. Y si se trata de una mujer, la diversión es mucho más intensa para mí.
En el mundo hay mucha gente que conoce y ha practicado el sexo mucho más que yo. Eso no me impide escribir sobre él: es un campo de la experiencia humana que todavía puede ser explorado porque no se lo conoce por completo. El libro que estoy escribiendo trata precisamente del erotismo y busca responder a la pregunta: ¿qué sucede exactamente cuando dos cuerpos se encuentran? ¿Qué equipaje lleva a la alcoba cada uno de nosotros?
Me gusta mucho leer escritoras que en la ficción tienen una ventaja respecto de los hombres porque son más observadoras y sensibles a las interacciones. Yo me descubro siempre preguntándole a mi mujer: “¿Cómo estaba vestido ese hombre?” O “¿De qué color era aquel sofá?”, exactamente como lo haría un daltónico o un ciego. Cuando leo a una mujer admiro la habilidad de evocar detalles y la honestidad para declararse confundidas. Las heroínas de las novelas femeninas no saben qué quieren y dónde van, pero no importa.