Por J.M. Coetzee
Como ves, estoy completamente dividido, indeciso y confuso. Mi profesión me ha convertido en mercader de ficciones. A juzgar por lo que escribo te debe de resultar evidente que la realidad no merece mucho respeto. Me considero un escritor que más que reflejar la realidad en su ficción se limita a usarla. Si el mundo de mis ficciones resulta reconocible, es porque (me digo a mí mismo) me resulta más fácil usar el mundo que tengo a mano que inventarme uno nuevo. Gustave Flaubert escribió una vez (en carta a Louise Colet) que aspiraba a escribir un libro acerca de nada, un libro que estuviera cohesionado simplemente por las tensiones mutuas entre sus componentes y no por la correspondencia con ningún mundo real. Jamás llegó a escribir aquel libro: era demasiado difícil, y además no lo habría leído nadie. Pero resulta significativo que un escritor al que se considera un archirrealista tuviera una opinión tan baja de la realidad.
Lo que nos une al mundo real es, en última instancia, la muerte. Te puedes inventar historias sobre ti mismo hasta quedarte satisfecho, pero no eres libre para inventarte el final. El final tiene que ser la muerte: es el único final en el que se puede creer en serio. ¡Menuda ironía que para echar el ancla en un mar de ficciones haya que recurrir a la muerte!