Por Ariel Bermani
Hace poco, tal vez dos meses, tres (difícil medir el tiempo en estos momentos) me mandó un mail cuyo único texto era éste: ¿cómo estás, Ariel? Me sorprendió que me escribiera tan cortito, y por supuesto, le contesté enseguida, mezclando chistes, información y preguntando cómo estaba él. No respondió. Entonces lo llamé, siguiendo con un hábito que fui adquiriendo en la pandemia, comunicarme cada tanto con los amigos y amigas para ver cómo la van llevando. Hablamos de muchas cosas, durante una hora o un poco más y, a pesar de que no estaba escribiendo, se sentía bien.
Pasó otra porción de tiempo que no podría determinar y me contaron que estaba enfermo. Tenía un tumor. Le costaba hablar. Se comunicaba por mensajes de wasap. Nos mensajeamos varias veces y sus respuestas fueron emoticones. No estaba en condiciones de armar un texto, justamente él, que además de sus novelas publicadas, que son cuatro, creo, tiene muchísimas inéditas. Quién sabe cuántas.
Después siguieron días en que la información iba circulando a partir de los audios de wasap que mandaba Vicky, su compañera, y que se desparramaban entre amigos, alumnos, conocidos, parte del inmenso grupo de gente que lo quiere tanto y lo admira. Hoy me enteré de su muerte y descubrí que llorar andando en bici, con el barbijo casi a la altura de los ojos, ayuda a que los anteojos no se empañen.
Tengo imágenes de Hugo que me van a alcanzar para recordarlo el resto de mi vida. Puedo administrarlas, para volver a algo distinto cada día. Estos trece años compartidos en Casa de Letras. La noche en que nos vaciamos esa botella de whisky bueno en la casa de Jorge, los tres, hablando de lo que siempre nos gustó, de libros. Esas tardes que duraron casi un año: armando los contenidos de la escuela on line de Casas de Letras, con él y con José, en charlas que se dispersaban, daba la sensación de que nunca íbamos a poder cerrar ninguno de esos temas que teníamos que sistematizar en las unidades teóricas. Mucho menos cuando nos poníamos a hablar de fútbol.
Ojalá haya un lugar donde podamos volver a encontrarnos y que la muerte no sea el final. Imagino una botella de whisky llena o, al menos, que se vaya renovando en forma permanente y los amigos y amigas que se fueron antes ahora estarían por ahí y nos pasaríamos un rato abrazados sin querer soltarnos.
Ahora sé que tu mail fue un modo de empezar a despedirte, pero yo no quiero despedirme de vos, Hugo, quiero que hagamos lo que te prometí en el último wasap: otro asado, con mucho vino, donde estemos todos juntos, cagándonos de risa.