Por Edgardo Scott
A Hugo lo conocí directamente como compañero. Yo había empezado a dar clases en Casa de Letras ¿2013? y él fue uno de los primeros compañeros que conocí (de José y de Jorge era amigo, a Ariel ya lo conocía, a Mariana también). Hasta que me vine a Francia a fines de 2016 yo daba clases los lunes a la tarde. Todos esos años lo cruzaba siempre. Antes de entrar, al salir, en el recreo. La simpatía fue inmediata. Al poco tiempo lo invité a leer a Alejandría, creo que entonces estábamos en Eterna cadencia. Me acuerdo que justo la noche que él leyó tocó un lector o lectora con algún divismo para el turno de lectura; quería cerrar o quería empezar porque después se iba. Lo recuerdo porque entonces había que reubicar la lectura de Hugo. No hubo problema. Después nos fuimos a comer al Club Eros. Entonces leí algunos de sus libros, me pasó Los árboles y El enigma de Herbert Hjortsberg. Yo le pasé alguno mío. Durante un tiempo se armaba un sketch con Consiglio en donde Hugo y yo lo cargábamos y lo convencíamos de que se hiciera de Independiente. “Consiglio es buena persona, lástima que sea de Racing”, decía Hugo. Una temporada yo me compré un Montgomery gris que a Hugo le gustaba mucho, y también, cada lunes, era tema de conversación. Me hubiera gustado regalárselo, pero los talles no daban. “Yo me tengo que comprar uno así”, me decía. Y cuando lo vino a buscar una día su compañera, le dijo, “ves, uno así quiero yo”. “Ah, vos no te lo querés comprar, vos querés que te lo regalen.”, le dije. Y entonces después cada tanto le insistía, “¿y el Montgomery?”.
Pensé para mí que el Montgomery estaba largamente compensado cuando ya viviendo en Francia vi que él estaba haciendo un viaje por Europa con su mujer. Me contactó. Cruzamos los teléfonos a ver si coincidíamos en París, él me pidió algún dato, pero se quedaba pocos días, quería hacer muchas cosas y no paraba cerca de donde yo vivía. Yo iba siguiendo ese viaje y le hacía algún comentario por Facebook.
Hace muy poco hubo una polémica en redes por el concurso del FNA de este año y entonces cruzamos otra vez comentarios, y charlamos y coincidimos en cierta mirada, y fue como conversar riéndonos antes de entrar al aula, pasándonos un mate. Yo no sabía que estaba enfermo, y como no sabía que estaba enfermo, cuando anteayer me enteré de la noticia, además de dolerme me sorprendió tanto; por esa ingenuidad de haber hablado hace poco con alguien, con un escritor sobre cosas literarias y entonces pensar que está como siempre, que en el próximo viaje a Buenos Aires, si hago algo en Casa de letras me lo podré cruzar, darle un abrazo y reírnos un rato.
Pero la muerte de Hugo me hizo pensar algo más, y tiene que ver con la trascendencia de los tipos buenos, de los tipos que hacen más fácil la vida, más soportable, en verdad que la mejoran o alivian con solo cruzar tres palabras, Bioy decía que habría que hacerle un monumento a la gente que no incomoda; pensé que además era buen negocio para la posteridad, porque alguien jodido, de esos a los que les encanta el poder, tanto para ejercerlo como para arrastrarse, cuando se mueren, no los lee nadie más. Porque sea más o menos buena, mediocre o mala su literatura, cuando esos tipos se mueren no tenemos más ganas de saber de ellos, ya fue suficiente, nos los sacamos de encima, están bien en el olvido donde van a mendigar por siempre. En cambio cuando un escritor es buen tipo, y uno además tiene un libro suyo en la biblioteca, siempre le van a dar ganas de releerlo, de rencontrarlo. E incluso si alguien no lo leyó, pero lo conoció, o conoce a alguien que lo conoció y lo quiso, también se va a ver tentado de leerlo. Así que a modo de despedida, Hugo me dice al oído, me sopla eso: la posteridad asegurada no es tanto la de la buena literatura, lo que es bueno y lo que es malo es relativo, a veces son modas, gustos, influencias, épocas; la posteridad asegurada es la de los buenos tipos.