Por Tom Wolfe
La gente acusa a los escritores de no ficción de no atreverse a cruzar la gran meta, que es la de la novela, así que me dije: «Muy bien, vamos a probarlo». Y escribí «La hoguera de las vanidades». Tenía 57 años y nunca antes había pensado en una novela, pero tuvo un éxito tan inesperado y gané tanto dinero tan rápidamente que me dije:«¡Dios, tengo que volver a hacer esto otra vez!».
[La novela está muerta]. Al menos en Estados Unidos. El problema es que la formación de los años veinte y treinta era esencialmente francesa, y los franceses nunca han valorado el realismo del mismo modo que los escritores americanos. Se admiraba a Rimbaud, a Baudelaire… Autores difíciles de entender que implicaban un esfuerzo y que, por lo tanto, te situaban en un plano superior si los entendías. Después de la Segunda Guerra Mundial todas esas cosas como el realismo mágico llegaron a la literatura americana. Y ahora tenemos la novela psicológica, con autores mirándose a sí mismos en vez de salir a la calle, donde están las historias de verdad, y hablar con la gente. O las memorias. A la gente le encanta escribir sobre las mujeres que ha seducido o los crímenes que ha cometido, pero nunca hablarán de sus propias humillaciones, que suelen ser el 75% de la vida de cada persona. Para mí, el realismo es lo que realmente te conecta al lector. ¿Sabes qué? No puedo leer una novela de Stephen King, porque en cuanto algún personaje empieza a caminar por el bosque oyendo voces y aparecen artefactos maléficos, me pierde.