Por Günther Grass
Después de un largo tiempo de preparación escribo el primer manuscrito a mano en cuadernos grandes, generalmente con dibujos intercalados y, cuando casi he terminado y el final queda abierto, dejo la escritura a mano y comienzo la segunda versión en una vieja máquina de escribir a dos dedos, muy lentamente. Después, casi siempre es necesario hacer otra versión también en la máquina, pero necesito esta conexión con la escritura a mano del principio; así tengo la posibilidad , cuando trabajo en la tercera versión, de regresar a la primera, que es espontánea y fragmentaria, y me doy cuenta que la tercera versión es demasiado perfecta y muy cerrada, así que la vuelvo más abierta y entre las tres versiones siempre hay una conexión.
Trabajo todos los días muchas horas y estando sentado no tengo respiro. Me es necesario levantarme y caminar, dar una vuelta. Mientras escribo hablo en voz alta, digo la frase, la mantengo en mi boca y la cambio por otra, y de repente, sé que ya la puedo escribir. Es un proceso de caminar, estar de pie, decirlo en voz alta y por fin el proceso de escritura.
Creo que viene de mi primera profesión, la escultura, que siempre se hacía de pie. Era necesario rodear la escultura y ver cómo era desde todos los puntos de vista. Esta técnica de escritura procede de mis primeras experiencias como trabajador de piedra, ver el objeto desde todos los puntos y ser un trabajador “a distancia”.
Al principio tengo muchos planes de construcción. Cuando uno de estos planes está terminado, está realmente terminado, tengo que comenzar uno nuevo, y de plan en plan se hace más clara la transformación del material en bruto, material épico en bruto, hacia la ficción literaria. Y entonces hago a un lado todos esos planes y busco la primera oración, o mientras hago esos planes busco la primera oración, porque en la primera oración debe estar todo, en una palabra o frase debe hallarse el lema de toda la novela. También quiero dejar claro quién está contando la historia, cuándo y en qué lugar. Si esto no funciona entonces uno tiene que explicarlo después. Se necesita una buena primera frase, como en Moby Dick de Melville: “Llámame Ismael”. Es un principio ya clásico, un ejemplo maravilloso para un escritor. Con ese tono en la novela continúo contando la historia, luego me doy cuenta de que la novela me está ocupando, y no sólo a mí sino a todo lo que me rodea. Esto es difícil; no sóla para mí, tal vez para mi esposa, porque yo no hablo de otra cosa. Lo intento, así parece, pero ella sabe que no estoy escuchando cuando tengo cara de estar escuchando. La novela lo va ocupando todo, incluso los sueños, de la mañana a la tarde, y así sucede por años hasta que la novela se termina.