Por Leonardo Padura
Creo que la censura y su hija mayor, la autocensura, son un binomio lamentable, siempre, en todos los casos… pero, sin embargo, para el acto de la creación pueden funcionar en ocasiones como motivaciones que impulsen a encontrar soluciones estéticas para concretar el acto creativo. Creo que un ejemplo muy nítido de esa contradicción terrible es, en el cine, la obra de Carlos Saura, y en la literatura, la de Milan Kundera. Ambos fueron muchos más creativos, osados, interesantes cuando tenían que lidiar con ciertos niveles de censura, y han resultado mucho menos interesantes y provocadores cuando disfrutaron de mayor libertad para expresar sus preocupaciones sociales que, además, se diluyeron en ocasiones, y hasta desaparecieron incluso en algunas obras. Por otro lado, está el tema de la búsqueda de asuntos y problemas más universales, algo que puede estar relacionado o no con la censura, pero que es una necesidad del arte, a mi juicio. Creo que un exceso de localismo afecta a una obra artística y a un creador. Pretender mirar el mundo desde un ombligo geográfico o social no es el papel del arte, sino ser capaz de encontrar en un tema local, en una circunstancia típica de una sociedad o época histórica, los nexos que la unen o pueden unir con lo universal, lo que es común a todos. Escribir o crear para un grupo humano específico –sea nacional o social o sexual o religioso- es una limitación artística lamentable. Por último estaría el problema de los que llamas los temas politizados, a los que creo que el escritor debe acercarse con sumo cuidado, pues la política es veleidosa y mutable, por una parte, y es cuestión de los políticos, por el otro… y ahí están dos de sus grandes peligros. Lo efímero y lo manipulable. Dos condiciones de las que el escritor debe huir, si puede o quiere, o que debe tocar con mucho cuidado, pues suelen venir envueltos en sustancias no muy agradables de tocar.