Por Alicia Steimberg
“Ay, Alicia, te voy a contar algo y con esto vas a escribir un cuento”. Y estoy segura de que no voy a escribirlo porque no es así la cosa, para mí por lo menos. Es cierto que hay una idea cuando me pongo a escribir, pero también tengo la costumbre de dejar que la mano escriba sin pensar demasiado. Y entonces me voy enterando de lo que quiero y de qué temas me interesan más en cada momento. ¿Cómo puedo saber lo que pienso antes de ver lo que escribo?Después viene el problema de si es lo mismo hablar que escribir. Obviamente que no lo es, porque uno nunca corrige lo que habla, salvo una vez que con mucha autoridad quise decir exacto y dije exicto.
(…) uno puede pensar sus ideas con visibilidad. Claro que si el que escribe es Macedonio Fernández es otro asunto. El es un extraordinario ejemplo de que la regla de la visibilidad no es absoluta, pero que tal vez tenga que ver con el comienzo de un texto. Ahora me interesa más que nunca la visibilidad, porque revisando mis libros descubrí que todos mis comienzos eran visuales, pero también lo noté en los libros de otros. Además, si uno escribe a partir de los recuerdos, cómo no recordar la sonrisa hipócrita de mi tía Cecilia que me decía: “Ay, qué rica nena” (risas). Cuando me llevaban a la casa de ella y estábamos solos, mi tía nos decía: “Chicos, no pidan que los lleve a la calesita”, porque costaba cinco centavos. ¡No podía ser tan, tan avara! (risas) Algo le pasa al que no recuerda visualmente. No digo que todos lo que tengan esta tendencia hacia lo visual se hayan convertido en escritores, pero es un rasgo que se presenta en muchos que no están tan enfrascados en la vanidad de las palabras y de los conceptos.
(…) El personaje inventado tiene desventajas respecto del personaje recordado o conocido. El problema es que una persona se distingue por sus pequeñeces, por sus peculiaridades, y eso es lo que le da carnadura al personaje y hace que el lector entre en el juego. El año pasado fui jurado de un concurso en el que se presentaron 5 mil cuentos y, como no hubo preselección, se repartieron los textos entre los tres jurados. Leyendo un primer párrafo, te das cuenta de si tenés que seguir o no. Es como si vos leyeras un amontonamiento de palabras. Lo que era basura se podía percibir inmediatamente. Los problemas del texto malo son infinitos, porque la gente no disfruta de escribir sino de la idea de ser escritor. Entonces te cuenta todo rápido, y en el fondo no está contando nada.
[Con respecto a la asociación libre] Lo que pido es que se la atienda, que se escuche lo que dice la cabeza y no que descarten todo lo que no está en el camino recto del cuento, que generalmente se cree que no sirve. Es cierto lo que dice Ricardo Piglia, que en cada cuento hay dos historias que se están contando. El segundo cuento, que está más oculto y disimulado, pero que avanza con el otro, da un buen final inesperado, aunque no siempre tiene que ser así.