“Cuando escribo un libro imagino una obra en construcción, llena de constructores, personas a las que estoy leyendo, de mis amigos. Para cada libro, la obra es diferente. Allí trabajamos tal vez durante años, y luego si en esa zona de obras aparece un edificio ya estoy solo yo en ese edificio, y salgo de él y simplemente me siento como un superviviente. Esos amigos que pueden ser amigos cercanos o gente que no conocí, y pueden ser del otro lado del mundo o de hace siglos… Hace poco tuve la increíble oportunidad de bajar a las cuevas prehistóricas de Chauvet, de hace 30.000 años. En los muros hay animales pintados, y también huellas de manos. Cuando contemplé una de esas manos estaba casi a solas. Me sentí como un vecino”.
“Yo no entiendo la ficción como categoría. Si quieres contar una historia no te vas a una categoría llamada ficción. Lo que haces es escuchar a la gente. El contador de historias es ante todo uno que escucha. Y lo que busca son historias que cuentan los demás, normalmente sobre su vida o sobre la vida de sus amigos. Para mí de eso va el contar historias, no la ficción”.
“Cuando estoy escribiendo un libro todo lo que pasa está, de una manera u otra, tocado por mi vida en ese momento. Pero cuando acabo el libro, buah, me olvido, lo borro de mi mente para hacerle sitio a otra historia”.
“Cuando empiezo a escribir, me vuelvo consciente de que hay algo que necesita ser dicho. Puede ser algo grande sobre el mundo, o algo sobre el aspecto de una flor en un jarro, por alguna razón o por otra. A veces me digo: quizá lo diga otro. Y a veces la respuesta es: no, si no lo dices no será dicha. Y entonces tengo que escribir”.
Fuente: El País